¿Te imaginas a un candidato a presidente de los Estados Unidos llamando “hombre asqueroso” a su contrincante masculino en un debate electoral? ¿O a ese mismo candidato descalificando como “animal repugnante”, “vulgar, repulsivo y tonto” o “feo como un perro” a un presentador de televisión poco afín a su programa político? ¿Habría dicho de un actor que no era interesante “porque ha salido con demasiadas mujeres”, o que “a los hombres hay que agarrarlos por la p…” para ligar con ellos?
Pues estas son, cambiando el género, algunas de las frases que Donald Trump ha dedicado a las mujeres en los últimos meses. Durante su campaña electoral, el candidato republicano ha atacado sin pudor a su opositora demócrata, Hillary Clinton, a la periodista de la cadena Fox Megyn Kelly, a la ex Miss Universo Alicia Machado... y, en general, a todas las mujeres.
La argumentación de sus ataques ha girado siempre en torno a la misma imagen de la feminidad: las mujeres son objetos sexuales, solo aceptables sin son atractivas y, por lo general, ávidas del dinero de los hombres, por el que están dispuestas a todo. El estereotipo clásico que considera que, en toda mujer, hay una prostituta y que parecía desterrado, al menos, del debate público.
Pero la realidad nos demuestra, desafortunadamente, que sigue muy presente. Cambiemos ahora de escenario. ¿Consideras que palabras como “mala zorra”, furcia”, “hija de puta” y “sinvergüenza” son insultos? ¿Te parecería correcto que alguien, en mitad de una acalorada reunión profesional, los lanzara como parte de su argumentación? Pues a la juez (con competencia en materia de violencia de género) que recibió la querella de la destinataria de estas palabras no le parecieron “gravemente ofensivas”, sino que consideró que se encuentran dentro del derecho a la libertad de expresión, aunque se trate de un “lenguaje soez”.
La juez argumentaba, además, que ese lenguaje “no es inhabitual en la actualidad en las manifestaciones de cargos públicos”. El denunciado no era el candidato Donald Trump, sino el concejal de Igualdad de Moraña (Pontevedra) Jorge Caldas, mientras que la denunciante era la presidenta de la Diputación de Pontevedra, Carmela Silva. Caldas profirió estas expresiones en su cuenta de Facebook, el pasado mes de febrero, y dimitió poco después. Silva, por su parte, ha recurrido el fallo de la jueza. Aunque, si en algo tiene razón la jueza de este caso, es que no se trata de “expresiones inhabituales” entre los cargos públicos. Especialmente si esos cargos públicos están ocupados por mujeres.
La lista de insultos dirigidos contra las ministras, las presidentas autonómicas, las parlamentarias, las alcaldesas... y el resto de mujeres que nos representan a todos en las instituciones es larga y parece haber aumentado en los últimos meses. No importa la militancia ni la profesión de quien insulta: hay políticos, periodistas, tertulianos e incluso intelectuales. En lo que ya no hay tanta variedad es en el sentido de sus insultos, casi todos relacionados con dos clásicos del machismo: el aspecto físico –se insulta diciendo que son feas, viejas, gordas, marimachos...–, y su condición de “mujeres públicas” –algo que son, evidentemente–, pero entendida a la antigua usanza, como “prostitutas”.
A. bernárdez
Donald Trump nos escandaliza a todos, pero la realidad es que todavía hay hombres (y también mujeres) que no respetan a aquellas que desempeñan una actividad en la vida pública. ¿Por qué? “No está pasando nada distinto a lo que ha sucedido históricamente”, explica Asunción Bernárdez Rodal, directora del Instituto de Investigaciones Feministas y profesora de Comunicación y Género, Semiótica de los Medios de Masas y Tª de la Información, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Univ. Complutense. A su juicio, “ la forma tradicional de insultar a las mujeres es atacándolas en lo que en una sociedad tradicional más valor da a una mujer: su belleza y su pureza y castidad. Los imaginarios dominantes siguen siendo muy tradicionales. Y a la mínima sale ese insulto de “puta” de una manera que podríamos llamar casi “instintiva”. Llamarte fea o puta tiene que ver con ese ideal tradicional de la feminidad”, explica.
“Los insultos a las mujeres consisten generalmente en una grosera sexualización–explica, por su parte, Alicia H. Puleo, profesora titular de Filosofía Moral de la Universidad de Valladolid–. La quintaesencia de la descalifi cación sexista implica reducir a las mujeres a cuerpos sexualizados, negarles el estatuto de “persona” y enfatizar una supuesta subordinación sexual”. Se busca devolver a las mujeres –consciente o inconscientemente– al ámbito de lo doméstico, “un ámbito en el que, tradicionalmente, se nos encerró”, apunta Alicia H. Puleo, para quien “la noción de “mujer honesta” se contrapuso durante siglos a la de “mujer pública”, un apelativo de contenido muy diferente al de “hombre público”. Una mujer que destaca en el medio público activa en numerosos individuos ese imaginario sexista del pasado", argumenta.
"Cuando insultas a alguien, lo que haces es llevarlo al lugar que simbólicamente crees que le corresponde; sacas a esa persona de su ámbito público y la encasillas en el ámbito tradicional: así la haces vulnerable, la sitúas en su lugar simbólico de devaluación. Y a las mujeres se nos devalúa por esos elementos”, reconoce Asunción Bernárdez.
En este sentido, la historia del racismo y del sexismo son paralelas, según explica Alicia H. Puleo: “En Europa, a finales del siglo XIX, los califi cativos racistas eran tolerados y formaban parte de las opiniones que podían verter incluso escritores y pensadores. Afortunadamente, se ha avanzado mucho a través de la acción de los movimientos sociales contra la intolerancia, de la educación y de las leyes que abordan los delitos de odio al diferente. Se ha ido comprendiendo que el discurso racista es una forma de violencia que intimida, que busca degradar y facilita el paso a la exclusión y a la violencia física.
Por ello, recibe una reprobación pública mucho mayor que en el pasado”. Sin embargo, con el sexismo todavía no hemos llegado a ese grado de rechazo: “Gran parte de la sociedad aún no entiende que es una forma grave de opresión y discriminación”, señala. Sin embargo, hay un factor que parece haber disparado la agresividad: el uso de las redes sociales. “Ese es uno de los elementos distintos: la gran repercusión que dan a los insultos”, señala Asunción Bernárdez.
Una repercusión que ha convertido el mundo digital en un terreno difícil para las mujeres con relevancia pública. Lo confi rma un reciente informe (elaborado en 2014 y en 2016) de la consultora británica Demos, especializada en investigación y políticas sociales: cada 10 segundos una mujer recibe un insulto en Twitter, la mayoría conteniendo las palabras “zorra” y “puta”. Y los emisores de tales insultos son hombres… pero también mujeres, el 50% para ser exactos.
“El mundo online se ha convertido desde hace tiempo en un lugar difícil, y una experiencia muy personal y a veces traumática para las mujeres”, señala en su informe Alex Krasodomski-Jones, uno de los analistas de Demos. “La investigación ha mostrado que las mujeres sufren más bullying, más abusos y más lenguaje de odio y amenazas que los hombres”, reconoce.
Los tuits analizados iban dirigidos contra miembros del Parlamento británico, pero también contra otras fi guras, como Hillary Clinton, Michelle Obama o Beyoncé. De esta preocupación ha nacido en el Reino Unido el movimiento #ReclaimTheInternet , o lo que es lo mismo, recuperar el espacio en internet, libre de trolls y haters que vierten desde el anonimato contenido misógino, racista, xenófobo o sexual con total impunidad. Un movimiento promovido por diputadas de todos los partidos y encabezado por la exministra laborista Yvette Cooper, la exministra conservadora Maria Miller y la diputada liberal Jo Swinson.
El informe de Demos fue parte de la documentación que las políticas presentaron el pasado mayo. En su discurso en el Parlamento, Yvette Cooper explicó: “Cuando a las mujeres nos dijeron que si queríamos sentirnos seguras por la noche no saliéramos de casa, nos negamos; ahora nos dicen que si no queremos sufrir abusos, abandonemos internet, pero igual que entonces no consiguieron encerrarnos, hoy no van a lograr callarnos”. Y es que esta especie de agresiva expulsión de las mujeres del espacio público no es casual. “ La misma indefensión que nos hacen sentir que tenemos al caminar solas por la noche, nos quieren hacerla sentir en las redes sociales", señala Asunción Bernárdez.
"Lo grave de la impunidad ante este tipo de ataques verbales o en las redes es que son una manera de violencia contra las mujeres. Es la manera de llevarlas a un lugar donde se sientan indefensas y todos nos acostumbremos a verlas como víctimas”. La profesora considera que a través del lenguaje “aprendemos las jerarquías, las diferencias, las estructuras de poder. Lo que se busca es generizar a las mujeres y colocarnos en un lugar distinto, de sometimiento. Se piensa, a veces, que la violencia es solo física o psicológica, pero ésta no se da si, por debajo, no hay una estructura que favorece esa violencia”, explica.
Otro informe contundente sobre los insultos en Internet es que elabora el periódico británico The Guardian sobre los 70 millones de mensajes que ha recibido desde el nacimiento de su versión web, en 2006, y la parte de ellos que ha bloqueado. De los 10 articulistas que han sufrido y sufren más acoso en sus foros, ocho son mujeres (cuatro de ellas son blancas) y los dos únicos hombres son negros. “Los artículos escritos por mujeres atraen más abusos verbales, descalificaciones e insultos que los escritos por hombres, independientemente de cuál sea el tema”, explican en su informe los responsables del periódico. “Los 10 colaboradores menos insultados son hombres. Los artículos sobre feminismo o violencia sexual son los que más comentarios bloqueados suscitan”.
¿Esta aparente revolución de la comunicación es, en realidad, un paso atrás en el respeto hacia las mujeres? “Yo creo que sí –afirma Asunción Bernárdez–. Estamos en un momento de reacción. En las épocas de crisis, estas reacciones se suelen agudizar. Mucha gente tiende a pensar: “Con la que tenemos encima, ¿para qué vamos a pensar en las diferencias de hombres y mujeres, cuando todos estamos padeciendo las mismas dificultades?”. Es un momento muy conservador en ese sentido, donde se ven declaraciones públicas que hace 10 o 15 años no se hubieran producido. Hay una especie de impunidad verbal en la política y el periodismo escandalosa.
No se entiende que no tengan más consecuencias. A los políticos se les debe exigir una ejemplaridad pública con todo lo relacionado con la democracia y la igualdad”. “Las mujeres hemos tenido que luchar para conseguir el voto y otros derechos civiles y políticos, pero todavía queda por alcanzar el acceso al espacio de lo público en el que poder hablar y ser escuchadas con el mismo respeto”, resalta la profesora Alicia H. Puleo.
La clave está en la contestación a los insultos, que solo es posible si se tiene esa conciencia de lo que se puede y no se puede hacer en el ámbito de un debate democrático. Y la educación, desde la escuela, es la forma de cultivarla. “Yo pondría, de todas formas, un punto positivo, y es que hoy las mujeres tenemos capacidad para protestar. Hay declaraciones institucionales. La visibilidad puede ser muy positiva para cambiar esos discursos”, concluye Asunción Bernárdez.
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