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El lado oscuro de Carrie Fisher

El humor era su mejor arma para combatir a sus 'demonios': una personalidad maniaco-depresiva, adicciones, un marido gay y una madre excéntrica. Así recordamos a 'La princesa Leia', que nos dejó ayer dos días después de sufrir un ataque al corazón.

Carrie Fisher falleció tras una vida llena de excesos y sombras, pero también importantes fogonazos. / cordon pres.

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Tomaba siete pastillas diarias para controlar su desorden bipolar – "Soy una diabética mental", decía–, lo que le proporcionaba cierto equilibrio para soportar la habitual tentación de las adicciones. "Oh Dios, claro que me atraen las drogas. Tomaría LSD ahora mismo y me dejaría llevar", confesaba en una entrevista a 'The Telegraph'. Le costó dos divorcios, varios libros autobiográficos, una sobredosis casi mortal, décadas de terapia, varias recaídas y emerger del sumidero por el que se perdieron su carrera y su vida cuando la princesa Leia combatía el lado oscuro de la fuerza a base de cocaína y marihuana.

Casi 30 años después, Carrie Fisher - fallecida ayer a los 60 años - volvió a ser ella en la séptima entrega de 'La Guerra de las Galaxias' ('El despertar de la Fuerza'), que se estrenó hace poco más de un año. Aseguró cuando comenzó a trabajar de nuevo que aquella vez sí había disfrutado del rodaje, tal vez porque no soportó las inseguridades histriónicas de George Lucas, el creador de la saga, ni se vio obligada como entonces a perder 30 kilos para conseguir un papel que disputó con Jodie Foster y Amy Irving.

George Lucas me transformó en una botella de champú con la que la gente podría aplastarme la cabeza y extraer líquido de mi cuello"

"George Lucas me convirtió en una muñeca. Y también en una botella de champú con la que la gente podía aplastarme la cabeza y extraer el líquido de mi cuello. La amabilísima gente de Burger King me transformó en un reloj. Y también soy una figura rara de Lego. Pertenezco a Lucas. Tanto, que cada vez que me miro en el espejo tengo que enviarle dos dólares. Eso explica, en parte, por qué es un hombre multimillonario. A mí me arruinó la vida", recuerdaba. Gajes del oficio de una principiante que se había limitado a seguir el camino trazado por su madre, Debbie Reynolds, un personaje capital para ella, admirada, aborrecida y amada a partes iguales. El principio de sus traumas, de sus adicciones y de su carrera, y el apoyo, la amiga y la fraternal vecina –viven puerta con puerta– de la que hoy no podría prescindir.

Carrie tenía 13 años cuando su madre alquiló una casa en Palm Springs. El anterior inquilino había dejado olvidada allí una bolsa de marihuana y Debbie propuso a su hija experimentar juntas. Al final se echó atrás. Carrie no: se escabulló a su casa del árbol y se fumó su primer porro. "Lo seguí haciendo hasta los 19, cuando tuve un mal viaje, así que me vi obligada a buscar una droga de repuesto". Dos años después, su madre la ponía a trabajar como corista en Las Vegas: "No importa lo que opine la gente, cariño. Este trabajo es la mejor educación que podrías tener", le dijo.

Recuerdos como estos asaltan las páginas de 'Wishful Drinking', una autobiografía en la que utilizó el sentido del humor para enfrentarse a los fantasmas que la acosan desde el día de su nacimiento, cuando las enfermeras y la matrona atendieron primero a la actriz y luego a su marido, el cantante Eddie Fisher, desmayado al ver la placenta, mientras se olvidaban de la recién nacida. El precio de ser hija de la fama aumentó cuando Eddie abandonó a Debbie por Elizabeth Taylor, un escándalo que puso a la familia en primera plana.

Ajetreada vida amorosa

Su madre no tardó en encontrar diversos sustitutos, lo que no ayudó a Carrie a ver en el matrimonio una institución estable. El tiempo le demostró que tenía razón, aunque los motivos en su caso no estaban tanto en los vaivenes del corazón sino en los alucinógenos y en episodios maniaco-depresivos no diagnosticados. Paul Simon –de Simon & Garfunkel– fue su primer intento fallido. La relación comenzó al tiempo que 'La Guerra de las Galaxias' (1977) hacía de ella una celebridad. Estuvieron juntos siete años, con un paréntesis llamado Dan Aykroyd –Blues Brothers–, breve pero intenso: "Teníamos los anillos, las pruebas sanguíneas…, todo el papeleo para la boda. Y entonces volví con Simon".

Se casaron en 1983 y solo se aguantaron un año. "Fui una puta –reconocía en una de sus purgas literarias–. Pobre Paul. Tuvo que poner mucho de su parte. En el día a día fui más de lo que él podía soportar. Recuerdo una discusión justo antes de que yo tomase un vuelo a Los Ángeles. Paul me llevó al aeropuerto a toda velocidad porque quería deshacerse de mí cuanto antes. Cuando iba a subir al avión, le dije: 'Te sentirás mal si me estrello'. Y contestó: 'Quizá no'".

Su segundo intento acabó en desagradable sorpresa: después de tres años juntos, Bryan Lourd, reconocido representante artístico de Hollywood y padre de su única hija, Billie, la abandonaba por otro hombre. Debbie estaba allí para consolar a su hija: "Querida –le dijo–, en la familia hemos tenido todo tipo de hombres: ladrones de caballos, alcohólicos y bandidos solitarios. ¡Pero este es nuestro primer homosexual!". Poco después Carrie ingresaba en una clínica psiquiátrica.

Aquello no fue su descenso a los infiernos porque transitaba por ellos desde mucho antes. Durante el rodaje de la segunda película de 'Star Wars' ('El imperio contraataca', 1980) sufrió una sobredosis de cocaína que casi la mata. En 'El retorno del Jedi' (1983) ya estaba enganchada al LSD. Su madre decidió pedir ayuda a quien consideró que mejor podría aconsejarla: Cary Grant. El actor se había familiarizado con los alucinógenos en los años 60 y eso, a los ojos de Debbie, le convertía en un consejero fiable.

Tuvieron un par de charlas agradables y sensatas. Después comenzó un recorrido interminable por clínicas de rehabilitación mientras su carrera se perdía entre películas menores. La crisis provocada por la salida del armario de Bryan al menos propició que le diagnosticaran el trastorno bipolar. Ese fue su punto y aparte. Escribir completó la terapia. Cada libro (Postales desde el filo, Wishful Drinking, Mi vida en esta galaxia…) ha sido un

superventas en su país. "Cuando hablé públicamente de mi enfermedad mental gané mucha notoriedad –comentó en un programa–. Fui aclamada, entrevistada, rescatada del olvido. He esperado toda mi vida a que me dieran un premio... de acuerdo, no por actuar, pero ¿qué hay de un minúsculo y pequeño galardón por escribir? Nada de nada. Y ahora me conceden todo tipo de homenajes por estar mal de la cabeza".

Al otro lado del diván

La nueva Carrie parecía haber cambiado tanto que hasta se convirtió en terapeuta de algunos íntimos, como el músico James Blunt. Incluso se habló de que entre ellos hubo más que charlas. Su mansión –que había pertenecido a Bette Davis– se convirtió de hecho en una especie de comuna abierta por la que siguen pasando amigos.

Gregory Stevens fue uno de ellos. Conocido político y asesor del Partido Republicano, buscó en el hogar de Fisher un refugio ante los crecientes rumores sobre su oculta condición sexual. Horas después de instalarle, lo encontró muerto en el suelo por una sobredosis de narcóticos. El impacto fue demasiado duro para una personalidad quebradiza, y la paranoia empeoró su desconsuelo: "En las semanas siguientes a su muerte comenzaron a ocurrir extraños fenómenos. Las luces se encendían y se apagaban solas, los grifos se abrían sin que nadie los moviera y muchas veces, cuando estaba sola, sentía el ruido de pasos caminando por el segundo piso. Yo sabía muy bien que se trataba de Gregory". Se desmoronó: «Volví a estar chiflada durante un año y tomé drogas otra vez».

De eso hace una década. Ante ella se empinaba una cuesta ya recorrida: psiquiatras, pastillas y terapia electroconvulsiva: "Recibo descargas cada seis semanas. Me vienen bien para limpiar de cemento mi cerebro", comentó en una entrevista en 2008. Y como antes, recurrió a la catarsis pública al hacer de su biografía 'Wishful Drinking' un dramático y desternillante espectáculo teatral que arrasó en Estados Unidos. Volver ahora a interpretar a la princesa Leia – "La primera puta espacial", según su percepción– quizá sea el último paso para cerrar con humor la bolsa de basura donde ha descargado todas sus miserias.

Cuando hace un tiempo su hija Billie le dijo que quería ser comediante, Carrie le dio su punto de vista: "Para eso debes ser buena escritora. Y no te preocupes, porque tienes material de sobra para conseguirlo. Tu madre es maníaco-depresiva, tu padre es gay, tu abuela baila claqué y tu abuelo se inyectaba anfetaminas". Billie se echó a reír. "Cariño, que esto te parezca gracioso te salvará la vida".

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