Es increíble lo que puede influir la percepción tan subjetiva que tenemos de las cosas a la hora de la toma de decisiones importantes en nuestra vida. Algo que, además, es la única manera que tenemos, a primera vista, de elegir la opción que nos parece mejor. Dichas elecciones, a veces, son simples deducciones instantáneas de nuestro cerebro. Otras son pensamientos más elaborados.
Invito ahora a meternos en un 'jardín' que nos llevará a conclusiones quizá incómodas, pero que merecen la pena. Es importante darnos cuenta de que lo aprendido y entendido como ‘verdad absoluta’ en nuestro pensamiento quizá no lo es tanto. Pero, ¿por dónde empezamos?
En momentos complicados y farragosos, en los que parece que se busca rizar el rizo e ir más allá en todo para darle un aire de autenticidad, el cuerpo me pide simplificar y quedarme con la esencia de las cosas y las personas. Para ello, hay que pasar paradójicamente por una senda harto complicada por lo mucho recorrido en una dirección que, como he dicho, perjudica una visión limpia y sin distorsiones de lo que percibimos.
Hay, por tanto, que eliminar etiquetas y aceptar las cosas como son sin juicios. Y, cuando digo sin juicios, me refiero a una actitud que se limite a describir un hecho por lo que es en sí, de manera puramente objetiva y demostrable, y no por lo que el hecho provoca en nosotros de manera emocional. Recomiendo aquí leer a una 'coach' de la que he aprendido mucho: Byron Katie.
Especialmente, su disertación llamada 'Amar lo que es', donde desarrolla su metodología para ‘desmontar’ creencias limitantes que nos provocan inquietud y desasosiego sin entender del todo por qué. Una metodología, basada en cuatro simples preguntas que llama The Work (El trabajo), Katie nos invita a cuestionar lo establecido en nuestra mente, y a veces tan peligrosamente personal, de ver las cosas. Esta autora desgrana las respuestas sobre el asunto que nos preocupa.
Es muy interesante verla trabajar –hay vídeos de sus sesiones en público– para entender cómo lo que sentimos no es siempre el reflejo exacto de lo que sucede. Y todo lo hace desde el afecto, una escucha muy presente con su interlocutor y, en ocasiones, con un sentido del humor que se agradece, para relativizar aquello que le preocupa. Debemos intentar que ese hecho asépticamente planteado sea el que prime en la visión general de lo que se nos presente.
Y esto no es baladí. Creo que si lo conseguimos, daremos un paso de gigantes hacia algo que es la clave de todo: la aceptación sincera. Cuando caemos en la tentación de ubicar cualquier hecho en un lugar fácil de darle forma, nos resulta más cómodo de entenderlo. Es normal. Necesitamos situarlo de manera rápida en nuestra mente, valiéndonos para ello de nuestra experiencia pasada.
Le colocamos rápidamente la etiqueta tan necesaria para entenderla y meterla en alguno de los ‘cajones’ con nombre reconocible emocionalmente. Y así nos servirá de recurso al que podemos acudir en cualquier momento para traducirlo a 'nuestro código'. Lo conocido es lo que identificamos mejor y sabemos dónde debemos ubicarlo. Pero, ¿y si lo tomáramos como algo totalmente nuevo y desconocido para nosotros?
Una vez educado nuestro primer gesto, quizá tomemos decisiones más ecuánimes y desde una posición más neutra. Otra cosa es que no queramos hacerlo y nos guste llevarnos por nuestra intuición más desarrollada, pero eso es ya otro ejercicio que daría para otro 'jardín', seguro más relajado y divertido.
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