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Los amores prohibidos de Mario Vargas Llosa

Casado con su 'tía' Julia, a la que abandonó por una prima carnal. Casanova de vocación, infiel por convicción. Un nuevo libro ofrece la visión más controvertida del premio Nobel.

MArio Vargas Llosa con Isabel Preysler. / getty images.

hugo de lucas

Tal vez, a sus 82 años, Isabel Preysler sea el último amor de su vida. Tal vez. En asuntos del corazón, Mario Vargas Llosa ha resultado tan imprevisible como los personajes de la literatura rosa. Es cierto que solo ha estado casado dos veces, pero el relato de sus pasiones nos descubre una fascinación por la novedad y lo prohibido.

Al menos así lo describe la periodista Dolores Conquero en el libro 'Amores contra el tiempo' (Ed. Planeta), de reciente publicación, donde emerge el galán desinhibido dispuesto a casi todo. De esa forma se explica su primera boda, la culminación de una relación secreta con Julia Urquidi, diez años mayor que él y emparentada con la familia, un episodio tan desvergonzado para el Perú de 1955 que supuso hasta una seria amenaza de muerte para ambos.

Ella conoció al escritor cuando solo era un niño insoportable y consentido de su madre, Dora Llosa, cuyo hermano estaba casado con la hermana de Julia. Volvieron a encontrarse siendo ya Mario un universitario de 19 años lleno de talento y un elegante atractivo, tanto como el de la 'tía Julia', acosada por los pretendientes después de haberse separado de su primer marido. El flirteo inocente se convirtió en un amor platónico que disfrutaron con discreción por temor a la reacción de su larga y puritana familia.

"En el mejor de los casos, lo nuestro duraría tres, quizá unos cuatro años, hasta que encuentres a la 'mocosita' que será la mamá de tus hijos", le decía Julia. Ella temía lo que se avecinaba al dejarse seducir por un menor (entonces no se alcanzaba la mayoría de edad hasta los 21). "Hijito, cholito, amor mío, qué te han hecho, qué ha hecho contigo esa mujer […] esa vieja, esa abusiva, esa divorciada", repetía entre sollozos la madre de Mario al trascender por fin la relación, según explica Conquero.

Juntos, rumbo a París

Ernesto Vargas, el padre, un hombre de conocido carácter violento, optó por escribirle una carta brutal: "Doy 48 horas de plazo para que esa mujer abandone el país. Si no lo hace, me encargaré yo, moviendo las influencias que haga falta, de hacerle pagar caro su audacia. En cuanto a ti, quiero que sepas que ando armado y que no permitiré que te burles de mí. Si no obedeces (...), te mataré de cinco balazos como a un perro, en plena calle".

La respuesta de su hijo fue buscar un alcalde que accediera a casarles. Un par de años después vivían juntos en París, él ejerciendo de periodista para mantener a la pareja y ella siendo su inspiración. Fue al comienzo un matrimonio feliz, aunque eso no hiciera de Vargas Llosa un marido fiel.

La primera amante de la que tuvo constancia su mujer fue una compañera llamada Pilar. La siguiente fue Patricia Llosa, la sobrina pequeña de Julia y prima del escritor, a la que acogieron en su casa cuando llegó para estudiar en París con 15 años. La adolescente tenía una personalidad feroz que le hacía capaz de abofetear a su tía o de lanzar un plato a la cabeza de su primo. Julia quiso enviarla de regreso a su país, pero Vargas Llosa se negó.

Julia relata en su libro biográfico 'Lo que Varguitas no dijo el momento': "Yo hice una pregunta y, al no tener respuesta, levanté la cabeza y fue cuando vi la mirada entre los dos, como si todo hubiese desaparecido menos ellos". Él negó obcecado lo que, también para sus amigos, era evidente. El regreso de Patricia a Perú no supuso ninguna cura para una pareja ya separada por el desamor y los celos, el veneno que llevó a Julia a intentar el suicidio. La convivencia posterior fue una terapia para que ella no se quitara la vida. Dos años después, el escritor se reencontró con Patricia en Lima y decidió no separarse de ella. En una carta admitía el amor por su prima y reprochaba a su mujer haberle obligado a permanecer a su lado "con el arma desleal del suicidio".

Un buen equipo

El matrimonio había durado nueve años. El que formó con Patricia se mantuvo formalmente unido 50. Aunque, como apunta Dolores Conquero en su libro, "de ningún modo ha sido la pareja perfecta que parecía de puertas afuera. Es cierto que formaron un buen equipo, que ella consiguió que él aceptara tener hijos a cambio de ocuparse de todo lo demás. Pero no es menos cierto que él, sentimentalmente hablando, ha sido un hombre inquieto".

Diez años después de la boda se enamoró de una peruana que residía en Barcelona llamada Susana, casada y con hijos. Mario se sinceró con Patricia y le pidió el divorcio. No ha trascendido la razón que llevó al amante de nuevo al redil conyugal. "Cuando al editor Carlos Barral le preguntaron por esta y otras historias parecidas, respondió, con su habitual sarcasmo, que sí que pasaban cosas, pero nada importante 'porque no eran dentro de la familia'", añade Conquero y continúa con una afilada conclusión: "Hay personas que, poco a poco, aceptan vivir una mentira a cambio de las migajas de parecer alguna vez que son la pareja que un día fueron […]. También, en el caso de algunas mujeres, para demostrar a otras que 'el trofeo' sigue siendo suyo, en una suerte de competición que poco tiene que ver con el amor. Ese parece ser el caso de Vargas Llosa y Patricia, al menos en los últimos años".

Hasta que apareció Isabel Preysler, que aportó de nuevo al escritor otra razón para hacer de su propia vida un argumento literario. Es ella la que ahora ostenta el trofeo, aunque tal vez esta no sea aún una competición cerrada.

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