Durante su viaje por Australia y Nueva Zelanda, en 1983, los príncipes de Gales, que llevaban casados dos años y viajaban, por primera vez, con su hijo, el príncipe Guillermo, asistieron a una cena oficial en la que el príncipe Carlos confesó, medio en broma, medio en serio: "Debería tener dos esposas, así podríamos poner una a cada lado del coche para que la gente no se sintiera decepcionada". Los asistentes rieron y Diana esbozo una sonrisa, mientras le miraba de reojo. Muchos pensaron que Carlos estaba haciendo gala de su sentido del humor británico, siempre con un toque irónico, cuando no amargo.
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Pero, en realidad, estaba compartiendo con su audiencia algo que le preocupaba de verdad: la incontrolable popularidad de su esposa, que sobrepasaba con mucho la suya. El fenómeno había nacido con la llegada de la futura princesa. Diana Spencer se enfrentó desde el primer día a enjambres de cámaras y periodistas que rodeaban su casa y su coche. La joven de 19 años no podía dar un paso por la zona de Sloane Square (en el barrio de Chelsea, donde vivía y trabajaba en una guardería), sin que la acosaran los medios. Y tuvo que enfrentarse a ellos completamente sola.
Buckingham Palace desconocía o despreciaba el fenómeno y no hizo nada para protegerla. Diana estaba aterrada, pero sonreía. Una actitud tímida que le valió el sobrenombre de shy Di (tímida Diana) y encandiló a los medios y a sus lectores. Unos 700 millones de espectadores se reunieron en torno a los televisores para contemplar su llegada, vestida de novia, a la catedral de San Pablo el 29 de julio de 1981.
Eran los primeros momentos de la era de las celebrities: persecuciones masivas de la prensa y actitud fanática de la gente, que convirtió en icono la forma de peinarse, de vestirse y de mirar de la princesa recién llegada. Pero ni Carlos ni su familia, acostumbrados a un rígido protocolo de contención y distancia, lo entendían; es más, lo consideraban vulgar e inaceptable para un miembro de la realeza. El príncipe vivía entre perdido e irritado aquella explosión mediática y popular. Y sentía celos: él era el futuro rey y Diana solo la consorte.
Sin embargo, estaba asistiendo al nacimiento de un nuevo tipo de realeza, más próxima a la gente, más humana. Diana, que, según confesó a Andrew Morton, su biógrafo, no había recibido ninguna preparación para su cargo y se sintió profundamente sola desde su llegada a su residencia de Clarence House sí lo entendió y supo inventar el papel de princesa que los tiempos demandaban. Pareció entonces que estaba poniendo en riesgo la casa real británica, pero 20 años después de su muerte, la realeza inglesa se parece más a ella que a Carlos.
Aquella joven inestable y atormentada fue la encargada de poner en evidencia la necesidad de un cambio en la monarquía, si pretendía sobrevivir en los nuevos tiempos. Por su senda ha transitado toda una generación de nuevas princesas, las que hoy acaparan focos y flashes. Repasamos las razones por las que Diana fue su precursora.
Diana Spencer fue una de las mujeres más fotografiadas de la historia, y perseguida como si fuera una estrella de rock. En numerosas ocasiones se quejó del acoso mediático, pero ella misma utilizó a los periodistas para dar la imagen que le interesaba. Lo hizo con Andrew Morton, al que filtró la crisis de su matrimonio, sus intentos de suicidio y la infidelidad de su marido con Camila Parker-Bowles, confesiones que él convirtió en el libro Diana, su verdadera historia, del que se vendieron dos millones de ejemplares en solo dos meses.
"No soy un político, soy una figura humanitaria" respondió la princesa de Gales a un periodista, durante una visita a Angola con la Cruz Roja británica, en enero de 1997, para apoyar la campaña de prohibición de las minas antipersona. Diana replicaba así a las críticas de varios ministros conservadores -la llamaron 'bala perdida' e insinuaron que apoyaba el programa del Partido Laborista-, de Estados Unidos y de la OTAN. La princesa, imperturbable, recorrió el país, se fotografió con varios jóvenes amputados y atravesó un campo minado protegida con un casco especial. El Tratado de Ottawa sobre la prohibición de minas antipersona se firmó menos de un año después, en diciembre de 1997.
Diana fue la primera persona conocida mundialmente y la primera perteneciente a una casa real en fotografiarse con enfermos de sida y acariciarlos para darles ánimo. Fue el 9 de abril de 1987, cuando inauguró el primer centro médico dedicado a esta enfermedad en Inglaterra, el Middelesex Hospital de Londres. La princesa, vestida sobriamente de azul y sin joyas, saludó a todo el personal dándoles la mano sin guantes, algo que entonces parecía un gran riesgo, y lo mismo hizo con los pacientes. Se fotografió con uno de ellos, sentado de espaldas para preservar su intimidad, mientras le saludaba estrechando su mano. En agosto de 1991, interrumpió sus vacaciones para acompañar en sus últimos momentos a su amigo Adrian Ward-Jackson, uno de los directores del Royal Ballet británico, que falleció a causa de esta enfermedad.
Diana quiso desde el primer momento que sus hijos tuvieran una educación mucho más abierta y con los pies en la tierra de la que era tradicional en los Windsor. Por eso, tomaba personalmente todas las decisiones referidas a Guillermo y Enrique. Escogió sus nombres y seleccionó a su niñera, rechazando a la que trabajaba para la familia real desde hacía años. También eligió los colegios en los que se educaron y tenía la costumbre de llevarlos personalmente cuando su agenda se lo permitía. Convirtió la maternidad en una de sus señas de identidad. Nunca antes un miembro de la realeza había ejercido el papel maternal en público, ni con tanta ternura, acariciando a sus hijos y abrazándolos, desde que fueron bebés.
Les llevaba a los grandes almacenes Marks & Spencer y hacía cola con ellos ante las cajas, incitándoles a pagar con el dinero de su paga. Guillermo fue el primer heredero al trono británico que nació en un hospital y que viajó con sus padres al poco de nacer, en una visita oficial por Australia y Nueva Zelanda. La decisión de Lady Di provocó críticas de la prensa más tradicional. Era exactamente lo opuesto a lo que hacían los Windsor. Ella quería que sus hijos fueran capaces de vivir en el mundo real, de abrazar y recibir abrazos. Se fotografió con ellos de vacaciones en Disneylandia y les llevaba a comer a una popular hamburguesería, como una madre más de clase media. Desde el principio le inculcó a su primogénito que se casara por amor.
Y lo hizo en la vestimenta, en el trato y en la actitud: se negó a callar y mirar para otro lado cuando descubrió que su marido tenía una amante; se fotografió en vaqueros y camiseta, como cualquier mujer de su edad; escogió el color negro para sus vestidos de gala, algo que los Windsor solo hacían para vestir de luto; y mostró afecto en público hacia las personas que visitaba. Diana fue quien introdujo el lenguaje de las emociones en la casa de Windsor y hablaba a los demás, le dirigieran o no la palabra. Fue la primera figura de la casa real británica en acercarse a la gente, en recoger personalmente sus regalos, en abrazar a los bebés y en preguntar cómo se encontraban a los que yacían en la cama de un hospital. Y, por supuesto, fue la primera en hablar abiertamente de cómo se sentía.
Nunca lo confesó en público, pero en un discurso que pronunció en abril de 1993 dejó claro a la audiencia que sabía de lo que hablaba cuando se refería a los desórdenes alimenticios: "Mucha gente siente que se espera de ellos que sean perfectos, pero creen que no tienen derecho a expresar sus verdaderos sentimientos", dijo. Las revelaciones sobre su bulimia se habían producido un año antes y, según ellas, la princesa había sufrido este problema desde el inicio de su noviazgo con Carlos hasta finales de los años 80, cuando se puso en tratamiento. Entre otras revelaciones, destacaba cómo se había pasado la noche vomitando en la víspera de su boda. Fue criticada por la prensa más conservadora por 'fomentar' la enfermedad, pero la realidad es que ayudó a que se conociera.
Tras la separación de Carlos, en 1992, se vio obligada a reinventar su papel. Procedía de una familia de rancio abolengo con más de cinco siglos de historia, más antigua que la de los propios Windsor. Sin embargo, fue la primera en comportarse con naturalidad en una monarquía cuyos mandatos eran la rigidez y la distancia, y en compadecerse de las tribulaciones de la gente corriente, las mismas que ella había padecido: la falta de amor, el abandono, el temor a perder a sus hijos, la soledad. Era joven, con dos hijos pequeños y su esposo la había desatendido y abandonado. Las mujeres de clase media y trabajadora se identificaron con ella. De alguna forma, la figura de Diana, aún envuelta en una especie de culebrón, reivindicaba la dignidad de todas las mujeres.
El libro Diana, su verdadera historia, de Andrew Morton, se publicó en junio de 1992. El resultado fue una grave crisis de la monarquía, porque desvelaba la falta de cuidado, la hipocresía y hasta la crueldad de una institución incapaz de proteger a los que sufrían y destapaba un engranaje arcaico. Aquellas revelaciones, tras las que estaba la princesa, fueron un catalizador de su transformación: desde aquel momento, la monarquía tuvo que empezar a reinventarse. La muerte de la princesa, el 31 de agosto de 1997 en un accidente de tráfico en París, sirvió para humanizar a los Windsor y acercarlos al dolor de los ciudadanos. La realeza británica es lo que es hoy gracias a Diana: más cercanos, cálidos y naturales. Y el príncipe Guillermo y Kate Middleton representan la familia feliz que le hubiera gustado formar a Lady Di.
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