Un padrazo con sus hijas, que le admiran con auténtica devoción; romántico y detallista con su mujer, cariñoso con sus padres, leal con sus amigos de siempre, querido por sus colaboradores más cercanos, valorado por sus compañeros de armas y de la vela, y amable con todo el mundo.
Solo en contadas ocasiones se le ha visto mostrar su rostro más serio, que también lo tiene, pero lo administra con cuentagotas y cuando tiene sobradas razones para hacerlo. El ejemplo más claro es la ruptura con su hermana doña Cristina y su cuñado, Iñaki Urdangarin, aparte de su respuesta televisiva al desafío separatista catalán.
Sereno y reflexivo, nunca eleva el tono de voz, y no necesita hacerlo para hacerse escuchar. Meticuloso y perfeccionista, es capaz de quedarse ensayando un discurso hasta avanzada la noche, como suele hacer en el Teatro Campoamor de Oviedo la víspera de la entrega de los premios Princesa de Asturias, pero luego es comprensivo con los fallos ajenos.
Así es el Rey, que el 30 de enero cumple 50 años y celebra su aniversario con una ceremonia muy especial: impondrá el Toisón de Oro, la máxima condecoración, a su hija mayor, la Princesa de Asturias, en el Palacio Real de Madrid. Será la primera vez que la Heredera de la Corona se convierta en la protagonista de un acto oficial con pleno uso de razón, tras su nacimiento hace 12 años.
La normalidad
Convertido desde niño en el foco de atención, don Felipe empezó muy pronto a valorar la intimidad y la privacidad. Es decir, aquellos momentos en los que se le trataba como a un chico más, sin reverencias ni distinciones. Y ese deseo le ha acabado convirtiendo en un Rey que adora la normalidad y la sencillez en su vida privada, y reserva el protocolo, el brillo y la ceremonia para la vida oficial.
Por eso, era feliz de niño cuando le enviaban a campamentos de verano en los que tenía que cocinarse la comida con sus compañeros y aprendió a preparar una tortilla de patatas. También lo fue durante las vacaciones en Mallorca, donde isleños y turistas le dejaban desenvolverse a su aire cuando no existían los teléfonos móviles ni los selfies. O, ya de joven, durante los dos años que pasó estudiando en la Universidad de Georgetown, en Estados Unidos. "Es importante mantener de alguna manera una vida privada y poder tener la posibilidad de salir a la calle y pasar desapercibido", decía.
En aquella etapa americana, don Felipe disfrutó de una intimidad casi plena, solo interrumpida por los 'paparazzi' que trataban de olisquear en su vida sentimental. El Príncipe alquiló un chalet con su primo Pablo de Grecia en la Urbanización The Cloisters, y ambos se fueron a Ikea a comprar los muebles, que ellos mismos instalaron.
Años después, también adquirió y montó muebles para su residencia del Palacio de La Zarzuela. En Washington, don Felipe se desplazaba en bicicleta, paseaba por la calle y acudía al supermercado a hacer la compra. Pero aquel paréntesis de normalidad llegó a su fin cuando terminó su formación académica y regresó a Madrid.
Estados Unidos
La llegada de doña Letizia también supuso una liberación para don Felipe, que se había pasado toda su vida tratando de ocultar sus relaciones sentimentales, para evitar que la prensa las elevara precipitadamente a categoría de compromiso oficial cuando nadie sabía si soportarían el paso del tiempo.
Pero una vez anunciada la boda entre ambos, el Príncipe y su prometida ya pudieron mostrarse juntos en público y desarrollar una vida relativamente normal, con salidas al cine y a restaurantes y excursiones, a las que luego se sumaron sus hijas, Leonor y Sofía. En aquella época, aún podían tomar vuelos comerciales, como el de Spanair que les llevó en las Navidades de 2005 a Lanzarote.
Vida sana
Don Felipe no es exigente con la cocina. Disfruta de los buenos vinos y la buena mesa, pero acepta la dieta sana y orgánica que doña Letizia ha impuesto en su residencia. Esa alimentación, unida a la práctica habitual de deporte, hace que el Rey se mantenga en el peso ideal. Los deportes que más le gustan a don Felipe son la vela y el esquí, que apenas puede practicar una vez al año y, como necesita hacer ejercicio todos los días para sentirse bien, suele acudir al gimnasio y correr por los caminos de La Zarzuela. Su punto débil es la espalda, cuyos dolores se alivia con masajes.
No necesita cuidarse mucho para ofrecer una buena imagen, pero siempre lleva el pelo corto, que le repasa semanalmente un guardia civil peluquero, igual que la barba. Es de sueño profundo y le gusta dormir, pero en su casa el despertador suena temprano, hacia las siete de la mañana.
Tras el desayuno en familia, a veces lleva a sus hijas al colegio y en otras ocasiones, lo hace la Reina. Está pendiente de los estudios de la Princesa y de la Infanta, y de sus actividades extraescolares y de ocio. Los fines de semana, almuerzan los cuatro juntos en una pequeña mesa camilla, más íntima que el amplio comedor de la residencia, y da la impresión de que es doña Letizia la que mantiene la disciplina porque el Rey se deshace en ternura cuando last niñas le asaltan con sus besos, abrazos y risas.
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