Scarlett Johansson fumando. /
En los grupos de Whatsapp de padres y madres estadounidenses, últimamente se habla mucho de Juul. Para quien no le suene de nada, es el nombre del cigarrillo electrónico más popular en ese país y la última moda que arrasa entre los adolescentes. Tanto, que no solo los padres están preocupados, sino también los profesores, que ven cómo estos dispositivos invaden sus aulas y hasta la FDA (la Agencia Americana del Medicamento) ha anunciado recientemente que tomará medidas severas para controlar su venta ante la rápida propagación de este dispositivo entre los menores, precisamente, cuando las cifras de fumadores no hacían más que disminuir desde los años 90 y se habían alcanzado niveles mínimos históricos en este hábito entre los jóvenes.
Uno de los motivos del éxito de Juul es su diseño, minimalista y actual, que lo ha convertido en un objeto de deseo y un nuevo signo de distinción. Muchos lo llaman ya el iPhone de los cigarrillos electrónicos. Como también emite menos vapor que la mayoría de los modelos, puede usarse con discreción incluso en los lugares en los que después de la prohibición del tabaco se puso veto también al vapeo. De hecho, puede leerse en la prensa norteamericana que la cultura juuling es tal, que el reto ya no es esconderse en los baños para echar una calada: ahora los chicos y chicas se desafían para atreverse a usarlo incluso en clase, mientras el profesor no mira.
El aparato es tan similar a un dispositivo de memoria USB que pasa desapercibido. Lo pueden llevar en el bolsillo o dejarlo sobre la mesa de su habitación sin que sus padres sospechen que su hijo se ha iniciado en un hábito adictivo que es perjudicial para la salud y que, en muchos casos, es la antesala desde la que se accede al tabaco de toda la vida. Cada cápsula de este vaporizador dura alrededor de 200 caladas y contiene un concentrado de nicotina similar al de un paquete de cigarrillos. Eso es más del doble de lo que tienen otros dispositivos electrónicos. Proporciona un subidón de nicotina rápido y potente. Y es tremendamente adictivo.
Aunque el juuling todavía no ha llegado a España, nuestros adolescentes también se están dejando seducir por la moda del cigarrillo electrónico. Su uso entre ellos es cada vez más popular: según datos de la última encuesta del Plan Nacional de Drogas, que recoge los hábitos de los jóvenes de entre 14 y 18 años. Un porcentaje que se eleva al 19,5% en el caso de los de 18 años. “Estamos ante una generación de jóvenes que conoce mejor los riesgos que la salud corre por el consumo del tabaco y que, sin embargo, ven estas nuevas formas de fumar como algo lúdico. Como tiene sabores diferentes y no se inhala humo lo perciben como algo inocuo para la salud”, advierte el dr. Carlos A. Jiménez Ruiz, presidente electo de la Sociedad Española de Cirugía Torácica y Neumología (SEPAR).
Y, sin embargo, no lo son. El cigarrillo electrónico es, básicamente, un cilindro de acero inoxidable que puede tener el mismo aspecto que un cigarro o diseños más sofisticados y colores llamativos y que contiene un cartucho con una mezcla líquida de diversas sustancias químicas. Al inhalar, se enciende una resistencia que se calienta y convierte estos líquidos en el vapor que el fumador aspira como si se tratase del humo del cigarrillo, y los componentes liberados son absorbidos por los pulmones. El 95% es propilenglicol, glicerol o una mezcla de ambas, además de otros aditivos, como saborizantes (menta, fruta, café, chocolate...), aromas, agua, colorantes… Suele, además, contener (aunque hay algunos que no) nicotina en diferentes concentraciones.
Además de las sustancias del líquido, hay que considerar también las que se producen a consecuencia de su calentamiento y que aparecen en el vapor. Entre estas se han encontrado formaldehído, acetaldehído y acroleínas, y metales como cromo, plomo y níquel (este último en niveles más elevados que en el humo de los cigarrillos de toda la vida). “En este momento, sabemos que en el vapor que libera hay sustancias que son carcinogénicas. Aunque si bien es cierto que se encuentran en unas cantidades más bajas que las de los humos del cigarrillo normal, también lo es que en la dosis en la que aparecen en el cigarrillo electrónico son identificadas por la Agencia Internacional contra el Cáncer como suficientes para causar cáncer. Hay evidencias científicas de que estas sustancias tienen la capacidad de producir lesiones en las células del epitelio bronquial y facilitar el desarrollo cancerígeno”, explica el dr. Jiménez Ruiz.
Unos años después de que se generalizase el uso de estos dispositivos, varios estudios empiezan a demostrar cuáles son sus efectos reales en la salud del consumidor. Una investigación de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York afirma que el cigarrillo electrónico puede provocar cáncer, enfermedades cardiovasculares y causar daños en el ADN de los órganos.
Otro estudio, llevado a cabo por investigadores de la Universidad Queen Mary de Londres, muestra que, a largo plazo, el vapeo aumenta notablemente el riesgo de padecer infecciones pulmonares, porque provoca que las células del revestimiento de las vías aéreas sean más vulnerables a las bacterias, al mismo nivel que el tabaco o la contaminación por la combustión de carburantes. “Asimismo, el vapor que producen contiene partículas del tipo PM 2,5 [partículas de materia de tamaño microscópico] que, además de ser perjudiciales para los consumidores activos, lo pueden ser para los consumidores pasivos”, concluye el dr. Jiménez. Los más vulnerables son los niños que viven en un entorno de vapeadores.
Las cifras afirman que en nuestro país, después del boom inicial de los cigarrillos electrónicos en 2013, su consumo ha decrecido y está entre los más bajos de Europa. Aquí seguimos prefiriendo fumar a la manera clásica, es decir, echando humo y consumiendo nicotina. El año pasado se vendieron 2.237 millones de cajetillas, lo que supone un 3,7% menos que en 2016, aunque los expertos siguen preocupados porque el abandono del hábito no progresa al ritmo que les gustaría (el 28% de nuestra población es fumadora, por encima de la media europea). Y es que los beneficios de la industria tabaquera caen y los grandes lobbies se exprimen el cerebro para idear nuevas formas de mantener a buena parte de la población enganchada al tabaco.
Lo último que se les ha ocurrido es el IQOS (siglas de I Quit Ordinary Smoking: dejo el tabaco habitual). Es un dispositivo desarrollado por la compañía tabaquera Philip Norris, que funciona calentando el tabaco a 400 ºC, pero sin llegar a las temperaturas por encima de los 1.000 ºC que se alcanzan cuando el tabaco se quema, como ocurre en los cigarrillos normales. De esta forma, no se producen cambios en la composición química del tabaco y, en consecuencia, el humo que se libera es portador de un menor número de sustancias tóxicas.
Aun así, estudios recientes demuestran que el IQOS sigue siendo nocivo para el organismo del fumador. Uno de ellos, publicado en JAMA Internal Medicine, comparó el contenido del humo del IQOS con el de los cigarrillos de toda la vida. ¿Qué encontraron? Que el nivel de nicotina era muy similar (y, por lo tanto, igual de adictivo) y que la cantidad de nitrosaminas, de componentes orgánicos volátiles y de hicrocarburos aromáticos policíclicos presentes en el humo liberado por IQOS es menor que la que contiene el cigarrillo normal, pero aún así suficiente como para causar toxicidad.
Además, hubo una sustancia, el acenafteno, que se detectó en una concentración de más del doble de la que se encontró en los cigarrillos convencionales. “Se puede concluir que la utilización de IQOS no reduce de forma significativa la cantidad de nicotina inhalada en comparación con la que se inhala de un cigarrillo normal. Además, aunque la cantidad de otras sustancias tóxicas, como formaldehído, acetaldehído, nitrosaminas... (todas ellas producen cáncer) es menor que la que se inhala con los cigarrillos normales, hay que destacar que esta cantidad es suficiente para ser tóxica para la salud. Luego el IQOS sigue siendo un dispositivo tóxico para la salud de aquellos que lo utilizan y, por supuesto, no sirve para ayudar a dejar de fumar”, destaca el dr. Jiménez Ruiz.
El Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT), integrado por más de 30 sociedades científicas y asociaciones profesionales del ámbito sanitario, también tiene una posición clara al respecto: “La empresa comercializadora ha irrumpido en el mercado defendiendo que el IQOS debe considerarse una estrategia de reducción de los daños del tabaco por pretender que reduce un 90% las sustancias tóxicas del cigarrillo convencional. Esta aseveración no está refrendada por ninguna evidencia científica sólida y, probablemente, se tarden décadas en conocer sus efectos reales”. Y aluden al informe preliminar de la FDA norteamericana, publicado en enero de este año, que refleja que, aunque con este dispositivo, se haya reducido la exposición de las personas fumadoras a algunos productos químicos dañinos existentes en el humo del tabaco quemado, no se ha podido demostrar que produzca una reducción del riesgo de generar enfermedades o la muerte. Por otra parte, añade, “la exposición continua a la nicotina no solo produce adicción, sino que además tiene efectos nocivos a nivel cardiovascular”. Pueden darle el nombre que quieran, pueden inventar dispositivos de diseño, pero sigue siendo fumar y sigue perjudicando la salud.
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