vivir

Amor y adolescencia: ¿Qué pasa cuando uno domina al otro?

Enamorarse a los 16 es una gran aventura. Pero una personalidad narcisista junto a otra sumisa puede hacer que ese primer amor derive en control y el control, en violencia.

Una chica pensativa. / getty

Isabel Menéndez
Isabel Menéndez

El enamoramiento apasionado y la creación de vínculos intensos, aunque a veces efímeros, son propios de la vida adolescente. Pero conviene que los adultos nos los tomemos en serio. Los jóvenes quieren saber, conocer las reglas de la conquista amorosa, experimentar esas sensaciones nuevas y, ante todo, determinar su identidad sexual.

Cuando la relación entre dos adolescentes está dominada por el control de uno sobre el otro, se están sentando las bases de un modelo de vínculo amoroso donde tarde o temprano aparecerá cierta violencia, porque el que controla acaba obligando a estar cómo y donde él necesita para sentirse seguro.

Carlota está en casa de una amiga estudiando. Las dos tienen 16 años. En su teléfono suena la entrada de varios whatsapps con los mensajes: “¿Dónde estás?”. “¿Con quién?”. “Mándame una foto”. El que escribe es Diego, con quien ha empezado a salir. Después de leer los mensajes, duda sobre hacerse la foto y se lo dice a su amiga. A ella le extraña y Carlota le responde que, cuando no están juntos, Diego siempre quiere tenerla localizada. Su amiga le comenta que le parece excesivo. “A veces me resulta un poco pesado –responde Carlota–, pero él dice que es porque piensa en mí todo el rato”. “Pues a mí me parece que no se fía de ti”, le dice su amiga.

Evitar errores

  • No debemos quitarle importancia a una relación teñida por el control de uno sobre otro, suponiendo que son cosas de adolescentes que ya se pasarán.

  • El chico que intenta controlar a una chica pretende dominarla porque se siente inseguro. Es un error suponer que se trata de alguien seguro de sí mismo.

  • Aunque los adolescentes muestren que no quieren los consejos paternos, los necesitan. No conviene hacer caso a la apariencia de su rechazo y no hablar del tema.

¿Siempre a tu lado?

Más tarde, Carlota reflexiona sobre lo que su amiga le ha dicho y comienza a dudar. Diego está siempre pendiente de ella y eso, aunque a veces le agobia, también le gusta. Carlota es la hija mediana de unos padres con los que habla poco. Con su madre mantiene una relación ambivalente: discuten porque la joven siente una gran rivalidad hacia ella. Su padre no suele mediar en estas discusiones y Carlota interpreta sus silencios como que se pone del lado materno.

Por otra parte, su hermana mayor, de 20 años, va muy bien en los estudios y tiene novio. Carlota se minusvalora cuando se compara con ella; su autoestima es baja, tiene pocas amigas y aún no ha decidido qué quiere estudiar. En tales circunstancias, que el chico más guay de la clase esté pendiente hasta de la ropa que se pone le hace sentirse importante.

A su vez, Diego es un chico muy popular, aunque también transgresor. No es raro que se enfrente a los profesores. Su padre es un hombre despótico y su madre una mujer sumisa. Diego rechaza a su padre, pero, inconscientemente, se culpa por ello, y esa culpa le lleva a identificarse con él en lo que más detesta. Detrás de su apariencia de controlador y dominante, se esconde el deseo de que alguien siempre esté a su lado.

¿Qué podemos hacer?

  • Estar atentos a la relación que mantiene con su novio o amigo especial. Si observamos un excesivo control, hay que entablar el diálogo haciendo observaciones sobre parejas que se controlan y preguntar su opinión. Necesitan reflexionar y que aparezca cierto nivel de autocrítica para cambiar.

  • Para elevar la autoestima de quien se deja dominar es necesario una psicoterapia. La víctima tiene que despejar dos enigmas: por qué elige a una pareja que la domina y cómo puede dejar la relación.

La pareja se elige desde el inconsciente, pero en esa selección influye lo que se les ha transmitido a los adolescentes y cómo se sienten con ellos mismos cuando tienen que compartir la intimidad. El que desea controlar aspira a un poder absoluto sobre su pareja. Lo que se juega ahí es un amor narcisista. Su pareja ha de estar a su lado para alimentarle, para ser como él, por eso controla todos sus movimientos: quiere convertirla en algo suyo.

El adolescente que se deja controlar tiene un componente sumiso en su personalidad. Paradójicamente, bajo ese control se puede sentir estimulado en su autoestima, pues pasa a sentirse alguien importante para el otro. Las adolescentes que se dejan controlar tienen una identidad precaria, tratan de ser como el otro.

En una pareja adolescente dominada por este vínculo pervive la sexualidad infantil, dependiente y demandante. Cuando esto no se puede transformar en una sexualidad adulta, se corre el riesgo de organizar una relación patológica. Ahí se aprecia una forma de violencia que puede causar situaciones de peligro.