El año pasado un estudio británico confirmó lo que ya muchos nos estábamos oliendo, las redes sociales tienen una cara oculta e influye muy negativamente en la salud mental de las personas. Me encontraba inmersa en un ejercicio desafiante de autoconocimiento a través del detox digital cuando este estudio vio la luz y, con su lectura, comprendí que eso que estaba experimentando yo no era algo personal, sino global.
Y ahí radica la importancia del tema y de retomar el mensaje de vez en cuando: es vital analizar qué rol juegan las redes sociales en nuestra vida y qué medidas podemos tomar al respecto para reducir su impacto negativo.
El estudio del que hablo coloca el primer lugar Instagram como red social más nociva para los adolescentes -¿solo para los adolescentes?-. La mayoría de los jóvenes que participaron en el estudio admitieron que Instagram les genera cierta ansiedad e incluso estados de depresión , reduce sus horas de sueño, a fecta negativamente a su autoestima y experimentan cierto miedo a quedarse fuera de la sociedad o eventos sociales. ¡Normal! Si en Instagram todo es perfecto y, cuando echas un ojo a tu vida, ni tu desayuno, ni tus apuntes, ni absolutamente nada de que tú tienes o eres, parece encajar con lo que todo el mundo tiene o es, te vienes abajo. Quizás no conscientemente, quizás no en un primer momento, pero a la larga afecta, y mucho.
Parece indudable que la influencia es peor en adolescentes porque se encuentran en plena etapa de cambio e identidad, sin embargo, aunque a partir de los 30 años empezamos a tener las ideas más claras y una mayor consciencia del materialismo y el vacío de ciertos entornos, ¿de verdad no nos afectan en lo absoluto?
Volvamos a la idea de conocer el rol de estas aplicaciones en nuestra vida, para poder hablar de ello de una forma más específica. Siempre que trato este tema en mis redes, Instagram principalmente, recibo dos tipos de comentarios típicos: el primero de ellos es algo así como «yo no necesito alejarme de las redes sociales porque no tengo ningún tipo de adicción a ellas, ni me generan ningún problema» y, en segundo lugar, está la persona que espeta algo como «¡qué incoherencia que vengas a decir esto aquí!».
En primer lugar, ningún adicto a algo acepta su adicción a priori y, en segundo, lugar ¿qué mejor lugar que las redes sociales para hacer la divulgación correspondiente sobre ellas?
Ahora vayamos por partes, en mi entorno conozco una sola persona que no tiene ninguna red social y, por tanto, ninguna influencia de ningún tipo -ni positiva, ni negativa-, y es mi marido. Después de él conozco algunas personas que tienen una sola red social o dos de ellas, y las utilizan para mantenerse en contacto con amigos y familiares -lo que no quiere decir que no tenga en ellos repercusiones negativas-. También conozco personas que, pese a que su fin es este último, pasan más tiempo del considerado normal con el teléfono en la mano. Y, finalmente, por mi trabajo, tengo contacto con amigos y conocidos que utilizan las redes sociales de forma profesional o pseudo profesional –influencers y microinfluencers-.
Parece claro que para aquel que no tiene redes sociales, este tema le puede sonar a chino y, parece claro también, que si la relación con ellas es sana, no tienen por qué entrever ningún problema con su uso, sin embargo, vayamos directamente a aquellas personas cuyo móvil es una extensión de su brazo y que, además, suelen ser las que no creen tener ningún problema con ello. ¿Qué influencia reciben diariamente? ¿De verdad el abuso de las redes sociales puede ser inocuo? ¿Es correcto hablar de adicción?
Además de mi propia experiencia, trabajando en redes sociales y autoconocimiento a través de mi relación con ellas, he leído mucho al respecto y he encontrado opiniones de todo tipo. Hay quién considera que la palabra adicción no puede ser empleada en este caso, porque la «adicción» a las redes no cumple con todos los requisitos para ser llamado adicción, y hay quien opina –cuya opinión comparto- que la adicción a las redes sociales es adicción desde el mismo momento en que su utilización y abuso se hace, en muchos casos, de forma compulsiva; se experimentan sensaciones de «no poder evitar» acceder a ellas, llegando al automatismo y, lo que es más relevante, genera incomodidad y estrés cuando las personas tratan de alejarse.
Dicho esto, ¡no importa en qué grupo estés tú! Si tienes redes sociales, alejarte de ellas es una increíble oportunidad para conocerte mejor. Gracias a este ejercicio de digital detox podemos comprobar qué tipo de relación tenemos con Instagram, Facebook, Twitter y cía. Si experimentamos la necesidad de acceder a ellas o no, qué grado de ansiedad nos produce esto, si el motivo es no perdernos la vida de los demás o, por el contrario, la necesidad de compartir la nuestra, etc. ¡No me respondas con un no rotundo! ¡Inténtalo!
Para animarte te voy a dar unos tips que siguen muchas de mis compañeras, y yo misma:
Desinstala las aplicaciones del teléfono. Es simple, no lo tengas a mano y no podrás acceder a ellas aunque tu mano coja el teléfono automáticamente.
Si no puedes, porque es tu trabajo, establece unos horarios y cúmplelos. Para nosotras el mayor problema es que llevamos el trabajo en el bolso y es muy fácil querer aprovechar cada minuto muerto para contestar mensajes o revisar algo. ¡Pon tu propio horario de oficina o de atención al público!
Lleva un diario acerca de tus sensaciones y experiencias lejos de las redes.
Y, finalmente, si observas estrés o ansiedad, no dudes en acudir a un profesional para que te acompañe en ese camino de autoconocimiento. Yo misma acompaño a personas en ese proceso, y también soy acompañada por mi guía en mi propio camino.
En fin, sobre este tema podría hablar largo y tendido. La influencia de las redes sociales en nosotros va mucho más allá de robarnos tiempo, genera miedos e inseguridad, producen mucho ruido mental y, en mi opinión, son un lugar tóxico donde es fácil caer en insatisfacción e infelicidad.
Y, bueno, no sé tú, pero yo prefiero trabajar en ello y aprender a gestionar mis redes, antes de que ellas me gestionen a mí.
Alejandra Rodríguez es escritora y coach personal y espiritual.
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