Prueba de autocontrol

Edurne Uriarte critica el uso de máquinas automáticas que contestan al teléfono y no consiguen resolver tus dudas.

Edurne Uriarte
Edurne Uriarte

Mi DNI caducaba en diciembre y, por una vez en mi vida, llamé responsable y apresurada al teléfono de citas de renovación para evitar un solo día de irregularidad. Pero me encontré con la desagradable sorpresa de que la Administración Pública ha imitado una de las peores y más abusivas costumbres de las empresas privadas, la atención, más bien la desatención, por parte de máquinas parlantes.

Está bien que el Estado reduzca costes pero no a costa de esta tortura para el ciudadano. Por mucho que tal tortura esté ampliamente extendida, practicada como es por numerosas empresas. Por supuesto, mi DNI seguirá caducado bastante más de lo que me proponía porque mi llamada acabó en improperios varios y ni siquiera pude darme el placer de mandar a paseo a la máquina; fue ella la que me colgó, cuando me informó de que ya había hecho mi tercer y último intento para confirmar la cita. Y que llamara de nuevo... O, lo que es lo mismo, que hiciera una segunda prueba de autocontrol psicológico.

Ni lo intenté, por supuesto; la máquina ya me había demostrado su capacidad para sacarme completamente de mis casillas. Suspendo esa prueba de autocontrol una y otra vez. Cada vez que llamo a todas esas empresas que tienen por norma provocar ataques de nervios a sus clientes y fomentarles los peores instintos con las insoportables máquinas.

Que te formulan las mismas preguntas repetidas más tarde por la operadora humana, que no entienden tu voz, que te cuelgan cuando no tienen respuestas grabadas para tus dudas, que te hacen esperar una eternidad, y que, por supuesto, jamás resuelven tu problema. Causan otro, sí, el de tu enorme antipatía hacia la empresa que maltrata de esta manera a sus clientes. Y suspendo la prueba de autocontrol porque, realmente, me niego a intentar aprobarla. Porque me indigna la naturalidad con la que se ha extendido este abuso.

Esa falta de respeto tan descarada hacia el ciudadano, hacia el cliente, que ni siquiera tiene en una buena parte de los casos la posibilidad de acceder a una oficina real para resolver su duda o su problema. Porque las empresas han decidido ahorrar con la generalización de la desatención a sus clientes. Y me sorprende la falta de respuesta ciudadana hacia este abuso. La ausencia de campañas de las organizaciones de defensa de los consumidores. O de los medios de comunicación, o de las redes sociales.

Ahora que vivimos estos tiempos de reivindicación contra los males de las élites políticas, ahora que ponemos al ciudadano y sus derechos en primer plano. Y, sin embargo, aceptamos resignados y en silencio la imposición de máquinas de desatención a los clientes y a los usuarios de la Administración Pública. Como si las máquinas hubieran acabado con nuestra capacidad de respuesta, además de con nuestros nervios.

20 de enero-18 de febrero

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