Domingo en la ciudad

El Domingo es el día de la melancolía.

Julia Navarro
Julia Navarro

No me gustan los domingos. Me entristecen. Y me entristecen mucho más si estoy en una ciudad que no es la mía. El domingo supone el fin del respiro del fin de semana, es la puerta que abre de nuevo a la cotidianidad, al lunes, a lo de siempre. Yo suelo sentirme bien en casi todas partes, pero si durante un viaje de trabajo, he tenido que pasar un domingo en otra ciudad, es en ese momento cuando me siento extranjera.

Suele suceder que los amigos o los conocidos que tienes allí te inviten a pasar el día con ellos para que no te sientas sola, pero termino sintiéndome un pegote. Sé que seguramente pasarían el domingo de manera diferente si yo no estuviera. Quizá leyendo tumbados en su sofá favorito, o dedicados a ordenar libros, o a podar las plantas, o a hablar pausadamente con los hijos lo que no se suele hacer durante la semana porque cada uno tiene sus obligaciones, o simplemente no hacer nada. En realidad, hacer lo que hago yo cuando llega el fin de semana. Y sí, reconozco que me fastidia tener que "atender" a algún amigo que, de manera inesperada, aterriza en Madrid un domingo y te llama.

El lunes me da la sensación que vuelvo a ser parte de esa ciudad que no es la mía.

Julia Navarro

Claro que si optas, como he hecho en tantas ocasiones, por declinar esas amables invitaciones, el resultado no es mejor. Sales a pasear por una ciudad que no es la tuya y te das cuenta de que no formas parte de ella. Me fijo en los rostros de las personas que voy encontrando en mi camino, intentando averiguar quiénes son, a qué se dedican. El señor calvo de aspecto austero que lleva del brazo a una señora de su edad puede ser empleado de banco. La joven con el pelo teñido de verde que patina distraída quizá vende artilugios electrónicos. La pareja de treintañeros con la mirada expectante y que parecen contentos seguro que han encontrado su primer empleo... Y así voy imaginando las vidas de los transeúntes que caminan ajenos a mí.

El lunes, si me acerco al banco, seguro que el señor calvo me tratara con amabilidad y deferencia; en ese momento volveré a existir. Si entro en la tienda de electrónica, la joven del pelo verde me sonreirá e intentará convencerme de que necesito un artilugios de última generación dedicándome todo el tiempo que haga falta. Los treintañeros... no sé, quizá él es un cocinero que triunfa en una restaurante de moda y ella... ya sé, ella puede ser librera y descubrirme a un autor novel mientras ojeo los libros en las mesas bien dispuestas de su librería. Sí, el lunes los visitantes nos volvemos a hacer visibles, mientras que el domingo era de ellos, les pertenecía.

Cuando viajo sola por motivos de trabajo, vaya donde vaya, intento no tener que pasar un domingo, porque me invade cierta melancolía. Un domingo en una ciudad diferente lo dedico a visitar un museo, a pasear por las calles mirando a la gente, a buscar alguna librería abierta, pero las horas se me hacen interminables deseando que el sol empiece a declinar para regresar al hotel y dedicar el resto del día a leer. Y no es que me gusten los lunes, qué va, pero el lunes me da la sensación que vuelvo a ser parte de esa ciudad que no es la mía. No sé si me entienden...

20 de enero-18 de febrero

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