Andanzas

Vivir sin saber nuestro destino para dejarnos sorprender continuamente

Susanna Tamaró

Cuando tenía 13 y 14 años, vivía sobre todo en la calle. Mi madre había empezado una nueva relación y, muy a menudo, trabajaba hasta bien entrada la noche. Por culpa de ello, el trato con sus hijos se había reducido más aún. No miento si digo que no le interesaba gran cosa saber qué hacía yo en mis horas libres. En cuanto tenía ocasión, me quedaba a dormir en casa de alguna compañera del colegio, preferentemente aquellas que tenían a su alrededor algo parecido a una familia. "Hoy duermo fuera", le comunicaba a mi madre desde una cabina telefónica, y eso era todo.

A veces nos preguntábamos también si no sería más sensato no saber nada

Tras la tregua de la infancia, las preguntas comenzaron a aflorar a la superficie con una nueva y febril virulencia. De vez en cuando, pasaba la noche en la casa rural de una amiga. En vez de dormir, nos pasábamos las horas muertas tumbadas en el campo, haciendo caso omiso del frío y la humedad, interrogando durante toda la noche a la bóveda celeste. ¿Acaso les importábamos algo a las estrellas de allá arriba? No éramos capaces de imaginarnos el fuego que ardía en su seno. Desde la tierra que pisábamos, aquellas pequeñajas no parecían más que puntitos de hielo.

¿En algún lugar del espacio exterior estaba escondido nuestro destino?¿O solo estaba escrito en nuestros corazones? ¿Cómo sería nuestra vida cuando fuéramos adultas? ¿Tendríamos un trabajo que nos gustase? ¿Y un gran amor esperándonos? ¿Lo encontraríamos tarde o temprano? ¿Y los hijos?

Aquel cielo que colmaba el horizonte de un extremo a otro era nuestra bola de cristal. ¡Muéstranos nuestro rostro del día de mañana y nuestro camino para llegar a él! Sin embargo, a veces nos preguntábamos también si no sería más sensato no saber nada. ¿Y si te dijera que mañana te vas a morir? ¿Es que no es mejor vivir dejándose sorprender continuamente?

Aún recuerdo el sueño que teníamos al amanecer, con los gallos cantando alrededor y una humedad terrible que se nos metía hasta los huesos.

20 de enero-18 de febrero

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