La escalera mecánica

Eso que se llama vivir intensamente se puede hacer en cada momento de la vida cotidiana

Edurne Uriarte
Edurne Uriarte

Me ocurren muchas cosas en los semáforos de Bilbao, está claro. Aquí mismo relaté mi fascinación con la chica del mini rojo y blanco, vestida con la camiseta del Athletic, que se paró justo a mi lado un día de partido en San Mamés. La misma fascinación que sentí cuando, hace unas semanas y en otro semáforo cercano, quedé a la altura del primer taxi de una parada y, en lugar de aprovechar el minuto con el móvil, miré hacia el taxi y me sorprendí al ver que el taxista tocaba una guitarra con la partitura colocada encima de su volante.

Sonreí y hasta me atreví a hacerle una fotografía. Quería captar lo que me pareció una inesperada y preciosa manera de vivir intensamente y en uno de esos lugares en que no lo esperaba. Tiempo de tedio, quizá de impaciencia, convertido en unos valiosos minutos de aprendizaje y de disfrute de la música.

Aquel taxista había transformado la circunstancia y el lugar más complicados, una parada de taxis, un asiento de un coche, en un momento intenso, divertido, reconfortante, diferente. Me acordé de una reflexión de Oscar Wilde que alguien recuperaba recientemente en un periódico: "Vivir es la cosa más rara del mundo. La mayor parte de la gente se limita a existir".

Pienso mucho en ello en estos últimos años, quizá por mi edad, en vivir en lugar de existir, en eso que se llama vivir intensamente y que tendemos a asociar con actividades frenéticas, aventuras increíbles, viajes fabulosos o amores de novela. Y que, sin embargo, se puede hacer en cada momento de la vida cotidiana, en cualquier cosa sencilla, sin necesidad de saltar en paracaídas o de escalar el Himalaya.

Dentro de un taxi, por ejemplo, mientras esperas a que llegue el siguiente cliente. O cuando recorres los largos pasillos de cualquier metro, como el de Madrid, y que parecen completamente diferentes si lo haces con tu música preferida en los cascos, y, después, con una buena novela mientras llegas a tu destino. Media hora vacía convertida en música y literatura. Parece sencillo y, sin embargo, no hace tanto tiempo que he aprendido a hacerlo, quizá desde que pienso en lo importante de vivir en lugar de existir.

Por eso me sorprendo cada vez que cojo una de esas interminables escaleras mecánicas del metro y observo que la mayoría de la gente espera a que le lleve la escalera mientras solo una minoría la subimos. Sé que a la mayoría no le gusta el ejercicio, que a mí me encanta caminar y convierto la escalera en un sustituto de mis caminatas por el campo, pero no dejo de preguntarme si hay algo de la reflexión de Wilde en esa espera de la escalera. Si la escalera mecánica es un símbolo de la diferencia entre vivir y existir. Entre quienes viven cada minuto y quienes esperan el paso de ese minuto. En la escalera, en la parada del taxi, en la vida.