Ya no ocupan las portadas de los periódicos, pero miles de niños sirios siguen llegando a las costas de Grecia. Sus familias huyen desesperadas de la guerra y la violencia. Saben que en este viaje a Europa se juegan la vida, pero a pesar del frío y el mal tiempo se embarcan dispuestos a dejar atrás el horror.
Ellos, los más pequeños, son los más vulnerables. Muchos han muerto víctimas del cansancio, el frío o los naufragios. El informe que acaba de publicar Unicef sobre el impacto de los cinco años de guerra en los menores sirios es demoledor. Ocho millones de niños necesitan ayuda y faltan recursos para atender una tragedia humanitaria de esta magnitud. Ante la incompetencia de los dignatarios europeos, las ONG están dando la talla, salvando vidas y poniendo en marcha proyectos de salud, nutrición, educación y ayuda psicológica.
de niños necesitan ayuda
Los niños que han nacido en estos últimos cinco años nunca podrán conocer la Siria que sus padres recuerdan. Las bombas han reducido a escombros viviendas, escuelas, hospitales y parques. Millones de niños desplazados dentro del país no tienen acceso a la sanidad, la educación ni a un entorno seguro. Se han acostumbrado a vivir en una espiral de violencia. Sufren bombardeos, cortes de luz, falta de agua potable y escasez de alimentos.
En Siria, enfermedades que se creían erradicadas han vuelto a aparecer y los niños mueren de desnutrición. Los más pequeños son víctimas de las mafias, de la explotación sexual o el tráfico de personas.
En medio de la guerra y la pobreza, ellos son el sostén de su familia. Desde que estalló el conflicto, muchos menores han dejado la escuela para ayudar a sus familias y trabajan en condiciones de esclavitud. Otros son reclutados como soldados, obligados a mendigar o los usan para el contrabando de mercancías.
Mientras escribo, una nueva barca con refugiados sirios ha sido interceptada por los guardacostas griegos. En su interior, la mayoría son niños sonrientes que saludan a las cámaras felices de estar a salvo. Tras huir de las bombas y arriesgar sus vidas, llegan cargados de sueños e ilusiones. Pero la felicidad les durará poco, en unas semanas serán devueltos a Turquía.
Hasta entonces, estarán en uno de los centros de detención de las islas griegas, como si fueran delincuentes. Desde la entrada en vigor del vergonzoso pacto entre la UE y Turquía, los centros creados para identificar y asistir a los migrantes son cárceles. En el de Moria (Lesbos), malviven más de 1.000 niños. Tras una valla de alambre de espino y vigilados por la policía, se hacinan familias enteras, ancianos y embarazadas.
Algunos duermen al raso, faltan tiendas de campaña y mantas, no hay suficiente comida y no disponen de asistencia legal. Muchos niños que huyen del conflicto acaban en un infierno. No podemos devolverles la infancia, pero expulsarles y negarles una vida digna es una violación de los derechos humanos. Ellos son el futuro de Siria.
20 de enero-18 de febrero
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