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"Mi marido y yo nos conocimos jugando al baloncesto en el Joventut de Badalona. Nos gustaba mucho. A Marta, mi hija mayor, le daba de mamar en el pabellón, y Rudy empezó a andar en una cancha en Mallorca. Así que no fue una sorpresa cuando los dos dijeron que querían dedicarse a ello. Rudy era un trasto y su hermana, mucho más centrada. Nunca ha habido celos, pero a ella le daba rabia la desigualdad. Luchaba igual, pero no se veía recompensada. Él siempre dice que Marta es la que tiene más talento".
Porque Maite no entregó uno, sino dos hijos al deporte profesional. Su nido mallorquín se quedó vacío y regresaron a Barcelona. "Dejarlos marchar fue un drama. Lloramos todos. Luego hemos recorrido miles de kilómetros para verles jugar. Lo de la NBA fue increíble, pero también asusta. Hemos intentado que Rudy tuviera los pies en el suelo y que no estuviera mucho tiempo solo. Como funcionaria, me puedo tomar tres meses sin sueldo al año, y así nos hemos organizado.
Maite Farrés
Él es un chico muy normal. Le encantan los niños y cada verano organiza un campus en Mallorca. Vino un entrenador americano y se quedó alucinado de que un jugador de la NBA jugara con niños y durmiera en una litera como ellos".
Maite comparte sus recuerdos con el entusiasmo de una fan del basket. "Fui preseleccionada por la selección española, pero entonces las chicas no cobraban y yo no podía dejar mi trabajo". También ha vivido momentos amargos. "El peor día de mi vida, cuando le dieron un golpe en la pista en Portland y quedó tendido en el suelo, sin conocimiento. Yo estaba muerta de miedo. Es una suerte que tus hijos sean felices haciendo lo que les gusta, pero a veces pienso que ojalá estuvieran en un despacho con una vida más normal, para no estar preocupada por las lesiones, la presión, las críticas...".