En muchas casas de Anantapur, los vecinos tienen altares con sus dioses. A un lado aparece Gandhi. Al otro, Vicente Ferrer. O father (padre), como siguen llamando al ex jesuita que cambió sus vidas y las de cerca de tres millones de personas. Todo comenzó hace casi 50 años, cuando Vicente Ferrer se empeñó en que los dálits, los llamados intocables, tuvieran un medio de vida, una vivienda, una escuela a la que ir, centros médicos donde ser atendidos. Lo logró. Pero no hizo ese camino solo.
A su lado se encontró siempre Anna Ferrer, la compañera con quien trabajó durante cuatro décadas hasta que falleció hace siete años. La misma que ahora lleva las riendas de la fundación junto a su hijo Moncho. "Vicente nunca creyó en ser el único líder, por eso no tuvo dudas de que su trabajo iba a continuar cuando él no estuviera, igual que yo sé que seguirá después de mí", dice Anna Ferrer. Su voz es dulce pero firme. Igual que su mensaje. "Hay que ser feliz. Si no, no puedes dar solución a ningún problema", asegura añadiendo que ella lo es.
Anna Ferrer
Anna Ferrer está en Madrid por agradecimiento, una palabra que aparecerá en muchas ocasiones durante la conversación. Ese agradecimiento va dirigido a los colaboradores de la Fundación Vicente Ferrer en España, que lleva 20 años de trabajo. "Sin ellos, hubiera sido totalmente imposible todo lo que hemos logrado", dice sonriendo con los ojos. Ferrer se apellidaba de soltera Perry y nació en el condado de Essex.
Pero, por su forma de vestir y peinarse, podría pasar por india. Nada extraño si se echan cuentas: tiene 69 años y ha pasado 53 en el país que ella considera su casa. Con 16 se apuntó a una vuelta al mundo en coche con su hermano. Cuando se les acabó el dinero se encontraban en India, y allí decidieron quedarse un tiempo. Cinco años más tarde, Anna trabajaba como periodista para The Current, un diario de Bombay.
Fue entonces cuando una entrevista al español que estaba revolucionando Maharastra al ponerse del lado de los campesinos cambió su vida. Se convirtió en la primera voluntaria de un proyecto que en aquel momento, finales de la década de los 60, era tan solo un sueño. "Cuando pusimos en marcha todo partíamos de cero, cero, cero", dice riendo al recordar sus primeros días en Anantapur, la zona más árida de la India después del desierto de Rajastán.
Cuando habla, Anna Ferrer mira fijamente a los ojos. También lo hace cuando escucha. En estos años ha aprendido que es posible que personas que no tenían ninguna posibilidad de acceder a una vivienda digna y segura acaben habitando una -la Fundación ha construido 61.000-. O que la lucha contra la discriminación de la mujer no es fácil, pero sí posible -han articulado más de 8.000 asociaciones de mujeres donde aprenden a hacer valer sus derechos-. Incluso que en zonas prácticamente desérticas es posible que se produzcan pequeños milagros como que el 75% de la población viva de la agricultura, algo que ha ocurrido en Anantapur gracias a la excavación de pozos de agua de regadío.
Gran parte de ese aprendizaje es fruto de haber sido capaz de soñar a lo grande. Cuenta Anna que al principio, cuando todavía se estaba acoplando al tándem de trabajo -se casaron en 1970, al año siguiente de llegar a Anantapur-, ella todavía no estaba acostumbrada a pensar más allá de lo posible. Al menos, no tanto como él. "Si yo creía que necesitaba una escuela para niños ciegos, Vicente me decía: "Anna, ¿por qué una?" -lo dice engolando la voz-. Hay que construir 10". Y si yo quería un hospital en una zona rural, Vicente decía: "Hay que tener cinco".
Durante cuatro décadas ejerció de colaboradora, confidente, amiga y también compañera sentimental de un hombre que dedicó todo su tiempo a luchar por que los excluidos de la sociedad llegaran a considerarse iguales al resto. Por eso, trabajo y vida personal fueron siempre una sola cosa para ambos.
"Tengo mi oficina aquí -señala un punto en su rodilla- y mi casa, aquí -señala otro punto, a un centímetro del anterior-. Es más o menos lo mismo". ¿No resultó difícil? "Es que Vicente y yo fuimos un fantástico equipo. Él era el visionario, quería llegar a muchísimos pueblos y ayudar a cientos de miles de personas, y yo quería hacer todo muy bien, fijar todos los detalles. Nos complementábamos", asegura.
Anna Ferrer
Después lo describirá como "una de las personas más excepcionales de este mundo, de verdad creo que hay muy pocas como él: inteligente, muy compasivo, con mucho sentido del humor, delgadito pero fuerte, como una roca -dice entre risas-. Y con una gran fe. Nunca perdió la fe en Dios, en la providencia. No hablaba de su religión, pero sí de la providencia. Decía que estaba siempre alrededor de nosotros, apoyándonos". ¿Y en casa? ¿Cómo era ese dios sobre la tierra? "Igualmente excepcional", responde.
Junto a él crió a sus tres hijos: Tara, Moncho y Yamuna. Nacieron la casa de Anantapur a la que llegaron hace casi medio siglo y donde colgaba un profético cartel que decía: 2Espera un milagro". Decidieron que los tres se criarían allí, junto a las familias a las que el matrimonio Ferrer ayudaba. "Yo creía que era importante para mis hijos que los primeros años estudiaran en Anantapur para que comprendieran qué es la pobreza viéndola de primera mano. Durante 12 años, todos sus amigos fueron niños de comunidades pobres y ahora los tres son muy compasivos. Después ya fueron a otra escuela para aprender inglés, porque solo hablaban telugu".
Anna Ferrer habla con especial orgullo de la labor de la fundación relacionada con la sanidad. "En la India es muy difícil tener acceso a una sanidad decente porque todos los hospitales buenos están situados en las ciudades grandes, aunque el 70% de la población viva en zona rural. La fundación ha construido cuatro hospitales en zona rural. Tres son generales y uno está dedicado a personas con VIH. Hace 47 años, los vecinos me decían que querían un parto seguro para sus mujeres porque en aquellos años se hacían en casa, con mucha complicación, y morían tanto mujeres como bebés. Hoy, en nuestros hospitales se atienden más de 14.000 partos cada año. Ha sido dificilísimo construir estos hospitales, y si ha sido posible es gracias a los fondos que obtuvimos de la Fundación Vicente Ferrer en España y a los profesionales médicos españoles. Desde 2001, cada año vienen más de 50 médicos españoles para apoyar a nuestros médicos e instruirlos en nuevas técnicas", explica.
20 años después de su creación, el primer estudio de impacto sobre la labor de la Fundación Vicente Ferrer asegura que el 82% de las niñas y mujeres jóvenes de entre 6 y 20 años de las aldeas en las que trabaja la fundación están escolarizadas, frente a un 54% en las zonas donde la organización no desarrolla su programa.
Hace ya siete años que aquel exjesuita que lograba imposibles falleció. Y a pesar de lo presente que sigue estando en la vida de Anna y en la de todos los que participan en su proyecto, lo cierto es que quien lleva la batuta desde entonces es ella, presidenta y directora ejecutiva de la fundación, y su hijo Moncho, director de programas. Los proyectos no solo no se han detenido, sino que han ido creciendo.
"Creo que también hago buen equipo con mi hijo, que lleva más de 20 años en el proyecto. Los dos tenemos las dos cualidades: somos visionarios y buenos administradores -dice riendo-. La administración es importante, porque tenemos una gran empresa, aunque sea una organización familiar. Además de Moncho, trabaja con nosotros Jordi, el sobrino de Vicente, que está aquí", dice señalando al otro lado de la habitación, donde se encuentra Jordi Folgado, hijo de la hermana mayor de Vicente -"jamás he conocido a nadie con la capacidad para ilusionar de mi tío", comentará después-.
El balance de todos estos años es muy positivo, pero Anna Ferrer no niega que para conseguir esos resultados han emprendido caminos muy duros en los que se veían las caras día a día con la miseria, la enfermedad, las injusticias. ¿Nunca tuvo un momento de debilidad? ¿No se ha derrumbado jamás a lo largo de todo este tiempo?
Anna Ferrer
"No, nunca -responde tajante-. Ni Vicente ni yo. Siempre estábamos los dos, y ahora Moncho y yo, muy felices en el trabajo. Como decía Vicente: "Cuando hay un problema, hay una solución". Y en el 5% de los casos en que no hay solución, llega la providencia. Así que siempre hay seguir adelante. Siempre", dice de forma pausada y a la vez, firme. "Para mí, erradicar la pobreza significa dos cosas. Por un lado, dar esperanza. Por otro, acciones concretas: casas, acceso a sanidad y educación, ingresos... Si cumples con lo segundo es más fácil creer en lo primero".
Sabe que todo es fruto del trabajo, una capacidad muy humana. Y sin embargo, en Anantapur siguen viendo a su marido como una deidad. "En el hinduismo hay muchos dioses que protegen a la gente, sus negocios, su casa, su salud... Pero para ellos, Vicente fue el dios de los pobres, el dios que podían tocar", comenta la compañera de ese ser tan divino como terrenal. Y cuando lo dice, sus ojos vuelven a sonreír.
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?