Como todas las demás

Haber renunciado a la parte más profunda de mi personalidad por tratar de captar su atención...

Susanna Tamaró Madrid

Esa humillante sensación de ser una especie de Caperucita Roja, yo misma la viví en mis propias carnes, y quizá de forma más aguda que la media, cuando tenía unos 15 años. Fue a esa edad cuando empecé a darme cuenta de que poco tenía que hacer en el terreno de las pugnas amorosas con mis compañeras si me seguía vistiendo como un miembro de la policía montada de Canadá en día de permiso.

Estaba loca por un chico al que veía guapísimo, y eso me hacía sentir tremendamente discordante a su lado. ¿Había alguna manera de conseguir que se fijase en mí?

Un día, pues, decidí echar mano de una falda vaquera que llevaba una eternidad acumulando polvo en el armario y, a la mañana siguiente, de una manera fría y calculadora, me vestí como una chica normal. El cálculo frío duró hasta que salí de casa. Todavía recuerdo el sonido que hacían las persianas echadas de las tiendas cuando las rozaba con la yema de los dedos con la esperanza de que me engulleran. En el colegio, no llegué a levantarme ni una sola vez de mi sitio y, durante cinco horas, no logré que las mejillas dejasen de lucir rojas de la vergüenza.

Lo cierto es que no me avergonzaban mis piernas desnudas, sino el hecho de haber renunciado a la parte más profunda de mi personalidad en favor de una realidad tan mezquina como es la de la seducción. "Por tenerte pensaba, me muestro como lo que no soy, lo mismo que una tigresa de circo subida a un taburete. La única diferencia es que a la tigresa la fuerzan a hacerlo con el látigo".

Apenas volví a casa, me arranqué literalmente la ropa. ¡Esa preciosa falda vaquera y esa camiseta monísima! Y al muchacho en cuestión, tiempo después, lo conquisté igualmente. Al cabo de algunos meses, un día que caminábamos cogidos de la mano, le pregunté:

-Oye, ¿tú llegaste a fijarte en mí aquella vez que me puse una falda?

20 de enero-18 de febrero

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