Mi amigo M. dice siempre que el día más feliz de su vida fue el del nacimiento de su hijo y el segundo día más feliz... el día que el niño, ¡por fin!, se fue de campamento. Andaba preadolescente perdido y toda la familia necesitaba distancia.
Así estamos Pablo y yo, liberados: mi hijo con su padre, los suyos con su madre. Nadie (después de nosotros) los quiere más y mejor que nuestros ex. Un peso menos en el corazón y ninguna petición (quiero helado, el iPad, chuches...) en la estación de tren.
Aprovechamos estos días para escaparnos y lo hacemos sin culpa. Es como si nos hubiéramos operado (bien). Vamos más rectos, más estilizados, más guapos. Vamos a un hotel solo para adultos y vamos emocionados como niños.
Nada más llegar, corremos a reservar las camas balinesas (sofisticada evolución de la tumbona). Intentamos nadar y nos mira mal un alemán (será que la natación no es austera); pedimos un mojito y molestamos a un inglés (¿votaría Brexit?); jugamos a las cartas y una pareja de futbolista y modelo nos descarta... Y entonces ocurre lo peor: llegan whatsapps de los niños. De audio, claro. Dos de tres están emocionados, disfrutan en sus vacaciones, gritan. El tercero está enfadado y quiere desahogar su agravio, grita. Ruido. Viene el camarero.
Por favor... dice, y con un gesto enmarca el ambiente (romántico y/o taciturno).
Escuchamos los whatsapps con auriculares y contestamos (por escrito), muy quietos y callados. El sol nos quema y nos empuja a la habitación: aire acondicionado, minibar... Nos entra una carcajada absurda. Y repasamos:
Primer aprendizaje: los hoteles para adultos son más caros. ¿Por qué? Porque pagas el silencio.
Segundo aprendizaje: en los hoteles para adultos, los clientes son más guapos. Porque sin hijos uno tiene tiempo de entrenar y no come Nocilla.
Tercer aprendizaje: en los hoteles para adultos, si no eres perfecto, tienes que parecerlo.
Durante tres días, Pablo y yo leemos en la piscina porque cualquier conversación suena atronadora; comemos verduras a la plancha porque abalanzarse sobre el buffet de postres queda hortera; paseamos metiendo tripa y... al cuarto día, huimos.
- Mi vida, el año que viene nos vamos a Birmania. 20 días cuestan lo mismo que tres aquí.
- Sí, claro, pero...
- ¿Pero qué?
- Que necesitamos dos semanas y nunca estamos tanto tiempo sin niños.
- Pues a Murcia, pero prométeme que nunca más iremos a un hotel en el que seamos los únicos fofos...
- Te lo prometo, aunque lo elegiste tú.
- Prométeme que nunca más me dejarás elegir.
- Prometido.
-¿Volvemos ya a casa?
Ilustración: Maite Niebla.
20 de enero-18 de febrero
Con el Aire como elemento, los Acuario son independientes, graciosos, muy sociables e imaginativos, Ocultan un punto de excentricidad que no se ve a simple vista y, si te despistas, te verás inmerso en alguno des sus desafíos mentales. Pero su rebeldía y su impaciencia juega muchas veces en su contra. Ver más
¿Qué me deparan los astros?