¡Por fín solos!

Los hoteles para adultos son más caros. ¿Por qué? Porque pagas el silencio

Paloma Bravo Madrid

Mi amigo M. dice siempre que el día más feliz de su vida fue el del nacimiento de su hijo y el segundo día más feliz... el día que el niño, ¡por fin!, se fue de campamento. Andaba preadolescente perdido y toda la familia necesitaba distancia.

Así estamos Pablo y yo, liberados: mi hijo con su padre, los suyos con su madre. Nadie (después de nosotros) los quiere más y mejor que nuestros ex. Un peso menos en el corazón y ninguna petición (quiero helado, el iPad, chuches...) en la estación de tren.

El día más feliz de su vida fue el del nacimiento de su hijo y el segundo día más feliz... el día que el niño, ¡por fin!, se fue de campamento

Aprovechamos estos días para escaparnos y lo hacemos sin culpa. Es como si nos hubiéramos operado (bien). Vamos más rectos, más estilizados, más guapos. Vamos a un hotel solo para adultos y vamos emocionados como niños.

Nada más llegar, corremos a reservar las camas balinesas (sofisticada evolución de la tumbona). Intentamos nadar y nos mira mal un alemán (será que la natación no es austera); pedimos un mojito y molestamos a un inglés (¿votaría Brexit?); jugamos a las cartas y una pareja de futbolista y modelo nos descarta... Y entonces ocurre lo peor: llegan whatsapps de los niños. De audio, claro. Dos de tres están emocionados, disfrutan en sus vacaciones, gritan. El tercero está enfadado y quiere desahogar su agravio, grita. Ruido. Viene el camarero.

Por favor... dice, y con un gesto enmarca el ambiente (romántico y/o taciturno).

Escuchamos los whatsapps con auriculares y contestamos (por escrito), muy quietos y callados. El sol nos quema y nos empuja a la habitación: aire acondicionado, minibar... Nos entra una carcajada absurda. Y repasamos:

Y además...

Primer aprendizaje: los hoteles para adultos son más caros. ¿Por qué? Porque pagas el silencio.

Segundo aprendizaje: en los hoteles para adultos, los clientes son más guapos. Porque sin hijos uno tiene tiempo de entrenar y no come Nocilla.

Tercer aprendizaje: en los hoteles para adultos, si no eres perfecto, tienes que parecerlo.

Durante tres días, Pablo y yo leemos en la piscina porque cualquier conversación suena atronadora; comemos verduras a la plancha porque abalanzarse sobre el buffet de postres queda hortera; paseamos metiendo tripa y... al cuarto día, huimos.

- Mi vida, el año que viene nos vamos a Birmania. 20 días cuestan lo mismo que tres aquí.

- Sí, claro, pero...

- ¿Pero qué?

- Que necesitamos dos semanas y nunca estamos tanto tiempo sin niños.

- Pues a Murcia, pero prométeme que nunca más iremos a un hotel en el que seamos los únicos fofos...

- Te lo prometo, aunque lo elegiste tú.

- Prométeme que nunca más me dejarás elegir.

- Prometido.

-¿Volvemos ya a casa?

Ilustración: Maite Niebla.

20 de enero-18 de febrero

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