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El 8 de noviembre, los norteamericanos votarán al próximo inquilino de la Casa Blanca: la demócrata Hillary Clinton o el republicano Donald Trump. Y en su "equipaje" va incluida toda la parentela. La pequeña y tradicional familia Clinton o la extensa y variopinta familia Trump, con sus hijas como estandarte: la aplicada Chelsea frente a la sofisticada Ivanka.
Hasta hace poco buenas amigas y, desde que se inició la dura campaña electoral, queridas rivales. Una extraña pareja que compartía confidencias y sonrisas en las fiestas más glamourosas y los restaurantes de moda de Nueva York, o que se dedicaba piropos en las entrevistas, hasta que sus padres emprendieron la carrera para relevar a Barak Obama como presidente de Estados Unidos. Entonces establecieron una tregua para evitar que el fuego cruzado las alcanzara.
Chelsea - Hija de Hillary Clinton
"Estoy muy agradecida de tener a Ivanka como amiga porque es una gran mujer. La amistad es siempre más importante que la política", declaraba Chelsea el pasado otoño a la revista People. Amigos comunes dicen que se llamaron a principios de 2016, se desearon un buen año, prometieron mantenerse informadas sobre sus respectivos embarazos y se despidieron con un socorrido: "Que gane el mejor".
Pero el prestigioso semanario Político titulaba recientemente en su portada "Chelsea e Ivanka ponen su amistad en el congelador", mientras aventuraba que el deshielo podía prolongarse más que la mítica guerra fría. Porque, ¿sus lazos son tan sólidos como para sobrevivir a esta vitriólica campaña? ¿Tienen más cosas en común que las que les separan? Descubre a las herederas de la contienda política norteamericana.
Al margen de sus diferencias ideológicas una derecha recalcitrante frente a una izquierda moderada, es difícil encontrar a dos personas más distintas que el padre de Ivanka y la madre de Chelsea. Él, carismático (a su manera), hedonista y bocazas; ella, antipática, aburrida y fría. Él, empresario multimillonario, reaccionario y vulgar; ella, exprimera dama, senadora, progresista (a la americana) e intelectual. Pero, sorprendentemente, hubo un tiempo en que fueron amigos.
Los Clinton acudieron a la boda del magnate con la reina de la belleza Marla Maples, su segunda esposa, y Donald y Bill se dejaban fotografiar jugando juntos al golf. Incluso Trump hizo generosas donaciones para las campañas electorales del expresidente y la Fundación Clinton, y ofreció a la pareja mudarse a uno de sus rascacielos de Manhattan cuando dejaron la Casa Blanca.
"Es una mujer fantástica", decía entonces de Hillary, mientras hoy la califica como "la peor secretaria de Estado en la historia de Estados Unidos" y tuitea: "Si no pudo satisfacer a su marido, ¿qué hace pensar que vaya a satisfacer a Estados Unidos?". A cambio, ella le acusa de "racista y misógino". Un sapo difícil de tragar para sus hijas.
Chelsea nació en Little Rock (Arkansas) hace 36 años, e Ivanka en Nueva York hace 34. Una en medio de ninguna parte y la otra en la urbe más dinámica del planeta. Pero cuando la única hija de los Clinton llegó al mundo, su padre ya era gobernador del Estado. Luego estudió en centros públicos aunque también tenía un pupitre en el despacho de su progenitor y con 13 años desembarcó en la residencia más famosa de Washington, la Casa Blanca, en la que el presidente Clinton permaneció casi una década. Su hábitat natural es la política y la hemos visto crecer entre mítines y viajes oficiales.
Ivanka es la segunda de los cinco hijos que su padre ha tenido con tres mujeres: Ivana Zelnícková (su madre), Marla Maples y Melania Knauss. El primogénito, Donald Jr., cuatro años mayor que ella y también padre de cinco retoños, le cedió todo el protagonismo desde la infancia. Se crió entre griferías de oro y otros excesos en la Trump Tower de Manhattan, vio cómo papá creaba un emporio inmobiliario de dimensiones estratosféricas y acudió al elitista internado Choate Rosemary Hall (Connecticut) antes de dar sus primeros y breves pasos como modelo.
"Ivanka y yo hablamos de todo", afirmó Chelsea en una entrevista. Y es probable que más de una vez su conversación haya girado en torno a los escándalos extraconyugales que protagonizaron sus padres y marcaron sus vidas. Sobre todo en el caso de Clinton que, con 17 años, vio tambalearse la estabilidad de su familia y de todo el país por "la relación inapropiada" del presidente con la becaria Monica Lewinsky. Chelsea "huyó" a una universidad californiana y la pareja presidencial pidió públicamente respeto a los paparazzi, pero solo la joven sabe lo que sufrió esos años.
Lo de Ivanka era más de andar por casa, pero se desayunaba día sí y día también con titulares sensacionalistas en los periódicos. Como cuando se descubrió la relación de Donald, todavía casado con su madre, con Marla Maples, y la amante declaró que el magnate era "una bestia en la cama". O cuando Ivana, todavía despechada, dio un gran consejo a las futuras generaciones: "Si te vas a separar, no te lleves un disgusto, llévate todo lo que puedas". Así son los Trump, claros como el agua.
Se dice que lo que pasa en la Universidad se queda en la Universidad, pero parece que Ivanka y Chelsea, lejos de protagonizar escándalos solo algún affaire que no pasó a mayores, se dedicaron a estudiar para graduarse con honores. Ivanka siguió el ejemplo de Donald y estudió Económicas en la prestigiosa Warthon (Pensilvania), mientras que Chelsea se licenció en Historia en Stanford (California) para después ampliar su formación en Oxford, Columbia y Nueva York.
Pero ambas han acabado trabajando en los asuntos familiares. Ivanka siempre tuvo claro que lo suyo era el negocio del ladrillo y, tras dos años en la inmobiliaria Forest City, entró en Trump Organization, de la que hoy es vicepresidenta. Además, es propietaria de la firma Ivanka Trump Fine Jewelry and Lifestyle Collection, que incluye joyas, bolsos o gafas; tiene una web (ivankatrump.com) en la que da consejos tipo "cómo sobrevivir al jetlag" o "trucos para ser irresistible" tiene un canal en la nueva red social Snapchat y escribe libros a un ritmo trepidante.
Chelsea, que también ha probado suerte como autora, dio más tumbos: flirteó con Wall Street en la consultora McKinsey&Co. y con el periodismo en la NBC por 600.000 dólares anuales, pero ahora ocupa la vicepresidencia de la Fundación Clinton, dedicada a proyectos humanitarios. ¿Tendrán razón los que dicen que seguirá los pasos de sus padres?
Ninguna ha abandonado su trabajo para dedicarse a la campaña pero, según los analistas, ambas son "un as en la manga" y tienen una misión fundamental (y nada fácil): dulcificar la mala imagen de sus progenitores. Especialmente Ivanka, que debe lidiar con los exabruptos de Donald contra las mujeres y los inmigrantes ilegales. "Mi padre cree al 100% en la igualdad de género, si no yo no me habría convertido en lo que soy; es un gran defensor de las mujeres", dice. O intenta disculparle con un lacónico "es muy directo". Aunque últimamente parece haber tirado la toalla y se limita a sonreír a su lado.
Sin embargo, Chelsea, que ya participó en 2008 en las primarias que perdió Hillary frente a Obama, ha jugado un papel cada vez más activo en la campaña. En lo que va de año ha intervenido en más de 60 mítines interpretando con soltura un guión milimetrado: 15 minutos de discurso en los que ensalza la figura materna "No podría estar más orgullosa de ella", dice, y 45 de preguntas del público. El objetivo es humanizar a la candidata y captar el voto joven.
Con una trayectoria vital tan diferente, ¿cómo se conocieron Ivanka y Chelsea? Aunque decir que Manhattan es un pueblo parece exagerado, si vives en un lujosísimo apartamento del Upper East Side y te apellidas Trump y Clinton, lo más probable es que hayas coincidido más de una vez en la peluquería o en una fiesta. Pero los responsables de que intimaran hace unos años fueron sus maridos, ambos judíos y asiduos de la misma sinagoga.
Tras dos años de noviazgo con el productor de cine Bingo Gubelmann, que no llegó a encajar en el clan Trump, Ivanka se casó en 2009 con el empresario Jared Kushner, propietario del semanario The New York Observer. Por él se convirtió al judaísmo "Una experiencia maravillosa y enriquecedora", asegura, y tienen tres hijos que suelen mostrar en las redes sociales: Arabella, de cuatro años, Joseph, de dos, y Theodore, de cinco meses.
Un año después, en una ceremonia judía y metodista, Chelsea se casó con Marc Mezvinsky, amigo de la adolescencia sus padres eran miembros destacados del partido demócrata y alto ejecutivo del fondo de inversión G3 Capital. El yerno perfecto si no fuera porque su progenitor, el senador Edward Mezvinsky, salió de la cárcel en 2008 tras cumplir siete años por estafar nueve millones de euros. Hace un mes nació Aidan, que se une a Charlotte, de casi dos años, a los que su abuela adora.
Las comparaciones son odiosas, pero baste recordar que mientras Ivanka salía en la portada de la revista Seventeen con 16 años, Chelsea, que lucía brackets y se peleaba con su indómita melena, era objeto de continuas bromas. "Nos esforzamos para que no permita que otras personas pongan en peligro su autoestima. Es difícil cuando eres adolescente", decía su padre entonces. Y parece que hicieron bien su trabajo porque, quienes la conocen, dicen que ha heredado de Bill la cercanía y cierto poder de seducción, mientras que su ética del trabajo se la debe a Hillary.
Aun así, es más seria y reservada que Ivanka que tiene dos millones de seguidores en Twitter, el doble que Chelsea, extrovertida y con una inagotable vida social. Ambas responden a lo que se espera de una niña bien de la costa Este pelo, manicura y maquillaje perfectos, sobrios trajes de chaqueta, elegancia sin estridencias..., pero cada una en su estilo y con clara influencia materna.
Mamá Ivana, exesquiadora y exmodelo checa reconvertida en mujer de negocios, no era un dechado de buen gusto y su hija, aunque más contenida y estilosa, tiene cierto tirón a las aberturas y los brillos. Eso sí, con su 1,80 m de estatura, su sospechoso aumento de pecho y su rinoplastia, tiene, en palabras de su inoportuno padre, "el mejor cuerpo".
A Chelsea, también alta (1,75 m), parece importarle la moda tan poco como a su madre, pero consciente de su nuevo estatus, no renuncia a vestidos palabra de honor y little black dress. En lo que coincidieron las dos fue en la diseñadora de su vestido de novia: Vera Wang.
Por Pepa Roma
No solo Hillary Clinton y Donald Trump se enfrentan en su gran duelo electoral, sino que sus hijas, Chelsea e Ivanka hacen otro tanto en la competición de los junior, como iconos de campaña de sus progenitores. Ambas tienen biografías superficialmente similares, han estudiado en los mejores colegios y universidades, son asiduas del circuito del Martini de la alta sociedad norteamericana, y ambas aseguran que son o "eran" buenas amigas.
Pero las semejanzas acaban ahí. Chelsea ha enfocado su vida hacia la política e Ivanka a la economía. Y la violencia verbal desplegada por Trump contra la señora Clinton es más que probable que las haya alejado para siempre.
Por distintas razones, ambas ocupan el lugar que ha ocupado siempre la mujer del candidato como primera dama in pectore. Una campaña presidencial necesita parejas, duelos a dos, y ahí es donde la rivalidad de las hijas tiene más de mediática que de científica. Chelsea está donde ha querido siempre, entrenándose para un futuro que solo cabe imaginar como político; lleva docenas de mítines como telonera de su madre. Hay mucho que alabar en la profesionalidad de la candidata demócrata, aunque nadie diría de ella que sea la alegría de la huerta, ni deja de haber graves lunares en su historial. Y ahí juega un importante papel Chelsea: humanizar y dulcificar a la mujer a la que ha hecho abuela.
Con su encanto y la simpatía que suscita todo patito feo convertido en cisne, junto con su imagen de mujer estudiosa, preparada y tenaz, refuerza esos mismos puntos fuertes de su madre. También para allanar ese generation gap entre las incondicionales de Hillary formadas en el feminismo, que se toman la llegada de una mujer a la Casa Blanca como causa propia, y las más jóvenes refractarias a la candidata.
Ivanka, en cambio, está ahí por una carambola del destino que ha hecho a su padre candidato, y su "faena" no puede ser más que de alivio-luto, tal es el Himalaya de groserías, disparates, infundios e ignorancia de que Trump hace gala. Por eso solo acierta a repetir: "Mi padre es muy directo".