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Secuestradas en el Sáhara

Hace casi un año, Maloma Morales, española de origen saharaui, fue retenida a la fuerza por su propio hermano en los campamentos del Frente Polisario. Como ella, más de 100 mujeres viven secuestradas por sus familias.

Las mujeres se ocupan de la familia, la limpieza y la comida en los campamentos saharauis en Tinduf. / Cordon

Alejandro Ávila Villares Madrid

La joven Maloma soñaba con volver a ver a su familia, a la que no había podido visitar desde hacía una década. Saharaui de origen, acababa de obtener la nacionalidad española y deseaba emplear su flamante pasaporte para visitar a los suyos en los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf (Argelia). Jamás imaginó el calvario que se avecinaba.

Pepe Morales, su padre adoptivo, la acompañó en aquel viaje. Dice que percibió algo raro en el ambiente durante aquella semana en el desierto. Su intuición no le falló y, pocas horas antes de regresar a España, lo distrajeron para dejar a Maloma a solas con una tía. Alertado por un grito de socorro de su hija, vio ante sus ojos cómo varios familiares la metían a la fuerza en un coche.

El caso de Maloma, vecina de Mairena del Aljarafe (Sevilla), ha destapado una dura realidad: la retención ilegal de mujeres saharauis a manos de sus propias familias. En España, esas familias habrían cometido un grave delito: privación ilegal de libertad, castigado por el Código Penal con hasta seis años de cárcel. En el Sáhara, en los campamentos de Tinduf, en cambio, el Frente Polisario hace la vista gorda.

Maloma vivió nueve años en España y pidió ser adoptada por su familia de acogida.

El modus operandi es similar en todos los casos. Tras pasar su infancia con familias de acogida españolas y alcanzar la mayoría de edad, las jóvenes reciben una llamada desde el Sáhara. Con cualquier tipo de excusa, sus familias les piden que regresen de visita y una vez allí les retiran el pasaporte para que no puedan regresar a España. Según datos no oficiales, en los campamentos saharauis en Argelia hay, al menos, un centenar de mujeres retenidas contra su voluntad, a las que hay que sumar algún que otro hombre.

De todas ellas, el de Maloma es el caso más mediático y uno de los más particulares. Durante cuatro veranos, Pepe y Mari Carmen acogieron a Maloma en su casa de Mairena con el programa Vacaciones en Paz, organizado por el Frente Polisario con las asociaciones de amistad con el Sáhara en España. En 2006, la familia biológica de Maloma le rogó al matrimonio Morales de Matos que permaneciera en el país cursando Secundaria.

Se quedó sin ningún tipo de documentación, solo con un acuerdo de acogida firmado por el delegado del Frente Polisario en Andalucía y la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui de Sevilla. Los padres de acogida de Maloma se comprometieron a enviarla de vuelta con su familia, si ella lo solicitaba.

Durante los nueve años que vivió en España, eso no ocurrió nunca. "Puedo garantizar que si la familia hubiera reclamado a Maloma cuando aún era menor de edad, le habría pagado el viaje de vuelta", asegura Pepe, quien afirma que intentaron regularizar su permiso de residencia en España hasta en cuatro ocasiones, pero que Extranjería siempre lo rechazó.

La solución fue inusual. "Cuando alcanzó la mayoría de edad, Maloma nos pidió a Mari Carmen y a mí que la adoptáramos". Es decir, Maloma, huérfana de padre, tomó su propia decisión siendo mayor de edad: dejaba atrás sus apellidos natales, Takio Hamda, para convertirse en una Morales de Matos. Poco después, consiguió la nacionalidad española y una de las primeras cosas que hizo fue visitar a sus familiares saharauis.

Mujeres en los campamentos de refugiados del Sáhara. Abajo, las jóvenes cuyo secuestro ha sido denunciado en España:

Darya, dos años secuestrada / D.R.

Cárcel de arena

Tras su secuestro, el Frente Polisario pidió silencio a la familia adoptiva de Maloma y se marchó a los campamentos para tratar de mediar. Al ver que no había resultados, Pepe, Carmen y la pareja de hecho de Maloma, Ismael Arregui, denunciaron ante la Policía y los medios de comunicación su confinamiento ilegal.

A lo largo de estos meses, han ido sumando apoyos institucionales, pero ha sido en vano. Maloma ha estado a punto de regresar hasta en dos ocasiones, pero su vuelta siempre se ha visto frustrada en el último momento. Ocurrió a finales de abril, cuando el Frente Polisario la rescató, para devolvérsela horas después y de manera inexplicable a su captor, su propio hermano. En verano, Maloma volvió a tener una oportunidad de oro, cuando diplomáticos españoles se desplazaron hasta una sede de la ONU en Rabuni (Argelia) y ella les dejó claro que quería regresar a España, pero siguió allí.

Su vuelta se ha visto entorpecida por una virulenta reacción de su tribu, la más numerosa y poderosa de su tierra, y por una campaña de intoxicación desde los campamentos basada en fotografías y vídeos difundidos por las redes sociales, con los que tratan de demostrar que ella es feliz allí y que no está secuestrada. Su declaración en la sede de Naciones Unidas en Rabuni ha acabado por fin con ese tipo de especulaciones.

El caso ha llamado la atención del propio exsecretario general de la ONU, Ban Ki Moon, y de Human Rights Watch (HRW), la asociación pro derechos humanos, que ha criticado con dureza que el Polisario permita la privación ilegal de una mujer mayor de edad.

Los otros casos públicos

Otras tres familias españolas han dado el paso y denunciado la situación que viven sus hijas de acogida: Darya Embarek Selma, Koria Badbad y Nadhjiba Mohamed Belkacem. Todas son mayores de edad. Aunque Koria sabía que existía el riesgo de que su familia la retuviera ilegalmente, la confianza en su padre era plena.

"Te sientes como un objeto con dueño, un títere sin voz ni voto", dice una secuestrada que logró escapar.

La traicionó y ella lo pagó caro: "Lo tenían todo planeado. Pasamos 10 días allí, su familia incluso la animaba a presentarse a la Selectividad. Pero el último día, mientras me distraían con la hena y mi hijo hacía la maleta, la mandaron a la tienda. No volvió", narra Bienvenida Campillo, su madre de acogida, quien teme cada día por el débil estado de salud de Koria. Desde Navidad de 2010 no han vuelto a saber de ella.

Darya, por su parte, fue de visita a Tinduf el 6 de enero de 2014. A la semana de estar allí y con el billete de vuelta en su bolsillo, su familia le impidió regresar a Tenerife. "Me dijeron que me iba a quedar aprendiendo mi cultura. Mi madre me rompió el corazón. Quería morirme, me pasaba todo el día llorando", cuenta la propia Darya, en conversación telefónica desde el Sáhara con Mujerhoy.

"Mi vida aquí es normal: trabajo por las mañana, cocino, limpio la casa y visito a mis primas o mis abuelas, pero quiero mi libertad. Todos los días le pido a Dios mi regreso a Tenerife. No siento apego a las comodidades de allí, sino deseos de volver a ver y abrazar a mi familia española. Ellos son también mi familia, pero alguien ha tomado por mí la decisión de no poder volver a verlos", sentencia esta joven cuyo acento canario se entremezcla con el árabe.

Nadhjiba Mohamed Belkacem tiene 24 años y lleva cerca de tres retenida contra su voluntad en los campos de refugiados saharauis de Tinduf. Su familia le retiró el permiso de residencia, el pasaporte y el teléfono. Según explica José María Contreras, su padre de acogida, "ella fue con billete de ida y vuelta. Fue su madre la que le dijo que se tenía que quedar allí, que tenía que recuperar su cultura y su idioma. El pasaporte se lo retuvieron las propias autoridades al entrar y el resto de la documentación, su teléfono y algunas prendas la han ido desapareciendo en simulacros de robos en la casa. Es una forma de tenerla controlada".

La madre de Nadhija, que es parlamentaria, le buscó trabajo como maquilladora en la televisión local, "pero en el momento en el que detectó que estaba queriendo volver a España, la sacó del trabajo, y la metió en casa controlada y sin posibilidad de que tuviera movimiento autónomo. Ella nunca quiso desconectarse de su familia y querría tener la posibilidad de pasar temporadas allí y aquí. Le gustaría tener una relación normal con nosotros", explica Contreras.

Pasar la mili en el Sáhara

Mint Fatimetu (nombre ficticio), por su parte, vive con mucho miedo en España y no quiere pisar la tierra que la vio nacer. "Yo podría ser Maloma. Mi familia me insiste en que vaya para allá, porque tienen la ilusión de que les haga de ama de casa, pero no saben que jamás volveré".

Otro caso, el de Habiba (también nombre ficticio) es muy particular: es una de las pocas que ha conseguido escapar de su secuestro y contar su historia. Sus palabras resumen el sentir de muchas: "Te sientes como un objeto con dueño, como un títere sin voz ni voto". Es lo que Mint llama "pasar la mili en el Sáhara". "Llegué a España con seis años. Estuve yendo al Sáhara varios años, en vacaciones, hasta que decidí que ya no me apetecía veranear en los campamentos. Yo me agobiaba allí y mi padre se enfadó cuando le dije que no quería volver. Dejé de cogerle el teléfono", cuenta Habiba.

Una celebración de un familiar fue el gancho del que tiró su familia para que volviera a pisar los campamentos de refugiados. Como todas, iba con billete de ida y vuelta. "Cuando llevaba una semana allí, mi abuela me anunció que no iba a volver. Me quedé en shock. No supe muy bien qué hacer, ya que mi permiso de residencia en España estaba a punto de caducar. Mi familia [de acogida] me propuso denunciarlo y movilizarse, pero yo no quería romper con ellos de manera violenta, sino de la mejor manera posible".

Habiba urdió un plan: hacerse respetar por su familia, su tribu y su pueblo. "Cuando estás allí, sabes que no hay ley que valga. Es la familia: si te quedas o te vas es porque tu familia quiere. Me puse a trabajar hasta que todo el mundo me reconoció socialmente", reconoce. Así que aprovechó su posición para iniciar los trámites del pasaporte y solicitar el visado en el consulado español de Tinduf. Lo logró y tras varios años de destierro impuesto, Habiba pudo regresar por fin a la ciudad española en la que deseaba residir. Pero no es lo habitual: la depresión, la soledad y las tentativas de suicidio son habituales entre las saharauis a las que se priva de libertad. "Nos encontramos ante un fenómeno de choque generacional y cultural en el que los mayores condenan a los jóvenes a la exclusión social. No debemos permitirlo", sentencia Habiba.

Estas mujeres no quieren ser objetos, ni amas de casa ni "bichos raros" en su propia tierra. Y creen que el Sáhara no será libre hasta que Maloma, Koria, Nadhjiba, Darya y el resto de mujeres puedan serlo también, de una vez por todas.

¿Plegarias atendidas?

En 30 años de historia, el programa Vacaciones en Paz ha traído a España más de 10.000 niños saharauis al año, aunque la cifra ha ido descendiendo hasta situarse en 4.570 este último verano.

Según Beatriz Sánchez, secretaria de la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños Saharauis (ACANSA), los menores "regresan al Sáhara con la sensación de que aquí también tienen una familia". El problema empieza cuando, por el deseo familiar de que estudien en España o aquejados de alguna enfermedad, deciden quedarse. Lorenzo Barón, responsable del proyecto Madrasa en Zaragoza, un programa de estudios para niños saharauis, denuncia que ha habido mucho descontrol:

"Antes se quedaban con el consentimiento de las familias biológicas, el beneplácito del Polisario y las asociaciones y la relajación de las autoridades españolas, que tendrían que haber controlado que todos los menores volvieran al Sáhara al final del verano". Sin embargo, la postura del movimiento prosaharaui no ha sido ejemplar en el caso Maloma. Tuvieron que pasar cinco meses de su secuestro para que por fin una asociación prosaharaui, la de Córdoba, se pronunciara contra el "secuestro atroz".

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