actualidad

Un refugio en el camino

Así es la vida cotidiana de una mujer de 88 años y la monja que la cuida. Una convivencia con dignidad y sensibilidad, que contrasta con otros modelos y realidades más crudas.

Sofía Molina (88 años) con Sor Florentina, su terapeuta, cuidadora y amiga. / Juan Millás

Beatriz Navazo Madrid

En pleno centro de Madrid, a dos pasos del estadio Santiago Bernabéu y del Paseo de la Castellana, con sus seis carriles colapsados de tráfico, un portón de hierro separa el bullicio de la quietud. Al traspasarlo, el ruido cesa y dicen quienes viven dentro que solo se escuchan, a veces, los gritos de la afición cuando el Real Madrid marca en casa.

Es un día como otro cualquiera en la residencia para mayores de la Fundación Santísima Virgen y San Celedonio. A media mañana, dos mujeres pasean por los jardines, tan impecablemente arregladas como si lo hicieran por la Gran Vía: el bastón en una mano, en la otra el bolso.

Me gusta llevar una vida de servicio. Convivir con mayores es muy gratificante"

Sor Florentina

Otras dos hacen labores mientras charlan y canturrean en un rincón arbolado y un grupito deja pasar las horas, indolente, en las cálidas galerías acristaladas. Nada que ver con esas estampas de desolación, tristeza y abandono que vienen a la mente cuando uno suele evocar la imagen de una residencia de ancianos.

En los próximos 50 años, la población española envejecerá más que ninguna otra en Europa. En 2060, más de siete millones de personas superarán los 80 años, un 14,2% de la población, según la estimación de Eurostat. Los centenarios y los dependientes se habrán multiplicado por cuatro.

En este escenario, el sector de las residencias de ancianos se perfila, en demasiados casos, como un filón en el que la rentabilidad y el negocio (que hoy mueve cerca de 4.100 millones de euros cada año) se anteponen en ocasiones al servicio y el bienestar de los residentes. De las alrededor de 375.000 plazas que existen en nuestro país, el 75% son privadas (algunas de ellas concertadas) y el resto corresponde a centros de titularidad pública.

Y basta con estar al día de las noticias para constatar que, en unas y en otras, el cuidado y la dignidad de los mayores no son siempre la prioridad: recortes en personal y recursos, abandono, desnutrición y falta de estímulos adecuados para prevenir el deterioro físico y cognitivo y ancianos sedados (cuando no atados, que siguen siendo prácticas que afectan al 23% de los residentes con mayor deterioro), ponen en tela de juicio la calidad del servicio de muchos centros y sumergen a las familias en un dilema con muchas aristas económicas, morales y emocionales.

Vine porque quise y cuando quise. Nunca tuve hijos y no quería molestar a nadie"

Sofía

Por eso hemos querido visitar una en la que la placidez y la calidad de vida de los internos saltan a la vista, para conocer su fórmula y dar testimonio de que se puede hacer otra manera.

En el comedor de la Fundación Santísima Virgen y San Celedonio, es jueves y toca cocido. Mantener unos adecuados hábitos de vida, una dieta equilibrada, y la mente y el cuerpo activos son los ingredientes de lo que ellos llaman "envejecer con éxito". Aquí conviven 162 residentes (siempre está completa y con lista de espera) con distintos grados de dependencia y necesidad asistencial con las 22 hijas de la Caridad que se ocupan de atenderlos.

Su vocación de servicio desinteresado y el voluntariado que participa de forma altruista y comprometida en labores de acompañamiento y actividades lúdicas diarias son los pilares que sustentan la filosofía de esta entidad sin ánimo de lucro. A ellos se suma un equipo interdisciplinar de profesionales especializados en geriatría. Todos y cada uno están implicados en programas de envejecimiento activo, preventivo y de rehabilitación con el objetivo de mantener y prolongar las mejores condiciones físicas y cognitivas de los residentes.

Sor Florentina es la fisioterapeuta del centro. Cordobesa del Valle de los Pedroches, su alegría y pura energía saltan a la vista. Sus mejores cualidades son, sin embargo, la generosidad y la empatía. Lo dice Sofía Molina, que a sus 88 años, lleva 15 en este lugar al que ella llama hogar.

Juan Millás

La sociedad no tiene tiempo de escucharles, les margina y no valora su experiencia"

Sor Florentina

  • Sor Florentina: Hay personas que se adaptan muy bien y otras no tanto. Hay que tener en cuenta que, a estas edades, los cambios se acusan mucho; la rutina, incluso los objetos cotidianos son muy importantes para los mayores. También depende de si se viene voluntariamente o no. La mayoría lo hacen cuando hay un deterioro cognitivo y sus familias deciden que están mejor atendidos aquí. Sofía: No fue ese mi caso: yo vine porque quise y cuando quise. Nunca tuve hijos y la pequeña familia que tengo me dice que me adelanté 10 años, pero a mí me parece que hice muy bien porque hay una edad en la que ya no se puede vivir sola. Y tenía claro que no quería molestar a mi sobrino. Así que, cuando me quedé viuda, mi amiga Pilar, que era soltera, y yo, visitamos tres o cuatro residencias y nos decidimos por esta.

  • Sor Florentina: Por lo general, los mayores tienen muy metido en la cabeza que no quieren molestar... Sofía: Bueno, también pasa que, cuando vas a casa de tu familia, normalmente ellos ya tienen su vida, como es natural. Y una no siempre está a gusto. En la familia que yo tengo, hay un chico de 19 años que pone una música atronadora. Entiendo que es lógico a esa edad, claro, y me imagino que, en una casa con más hijos, hay más ruidos, como esas maquinitas con las que están todo el día.

  • Sor Florentina: Pueden salir; venir a comer o no; pasar días en casa de algún familiar; ir de vacaciones... siempre avisando, claro, para que sepamos que están bien. Sofía: Sí, acuérdese de aquel día que estuvieron buscando hasta las dos de la mañana a una señora que se quería volver a su casa. A muchos les pasa, sobre todo al principio.

Se puede ser feliz en la vejez. Se apagan las pasiones violentas y se llega a la serenidad"

Sofía

  • Sor Florentina: Habrá cosas que se echen de menos... Sofía: No es echar de menos; yo estoy perfectamente aquí, pero tengo 88 años y las nostalgias son inevitables. Dicen que la soledad es uno de los problemas de la vejez, pero para mí no lo ha sido. Depende de la voluntad que tengas para interesarte por lo que sucede alrededor y dentro de ti.

  • Sor Florentina: Aquí se pueden hacer muchas cosas: tenemos talleres de memoria, de costura... Ahora tendríamos que estar en un grupo de fisioterapia respiratoria. Y cada mes hacemos una fiestecita para celebrar los cumpleaños. Adornamos el salón, hacemos una merienda, bailamos, cantamos y les hacemos un regalito. Sofía: También vemos películas y hacemos después un cine fórum. Y todas las semanas viene una señora estupenda que es poetisa y nos recita. ¡Y el bingo! No se olvide del bingo. Yo por ahora no he perdido el interés por la música, por leer o por estudiar un rato cada día por la tarde, que han sido siempre mis aficiones y las he mantenido aquí. Escucho mucha música clásica. A veces, también pongo a María Dolores Pradera, pero me gusta muchísimo más escuchar alguna pieza de Bach.

La guerra y la paz

  • Sor Florentina: Aquí procuramos estar informadas, aunque sea a grandes pinceladas. Sofía: También veo la televisión todos los días, para estar al corriente. Me preocupa la falta de sentido común que hay en este país, lo cainitas que somos y lo poco generosos. Somos un país muy cruel con nosotros mismos y muy egoístas.

  • Sor Florentina: ¡Pero no se ponga tan seria, que también ve Sálvame! Sofía: ¡Claro! Hay que saber lo que pasa en esta vida. Esos sí, cuando ya no puedo más de Matamoros, lo quito.

Nos gusta intercambiar libros. Hace poco me ha prestado uno de Susanna Tamaro"

Sor Florentina

  • Sor Florentina: Charlando con Sofía siempre se aprende. Y en general, de todas las personas mayores. Pero la sociedad los tiene muy marginados. No tenemos tiempo para escuchar, no valoramos todo lo que nos han aportado y lo que nos siguen aportando, y parece que hoy ya no hay que tener en consideración lo que dicen, lo que piensan, sus opiniones. Y son muy válidos; todo lo que han sufrido, la guerra, la posguerra nos, tendría que valer para no caer en los mismos errores. Sofía: En general, piensan que nuestro tiempo ha pasado y que ahora es mejor que estemos quietos y callados, y que no opinemos. Se critica, por ejemplo, a los jubilados que hacen esas pequeñas manifestaciones. Parece que la persona mayor tiene que estar quieta, sin molestar. En la residencia es lo contrario: valoran a todas las personas, incluso a las que han perdido la cabeza por el Alzheimer u otras enfermedades. ¿Quién valora esto? Creo que quien lo hace mejor es la Iglesia, porque se hace por Dios.

  • Sor Florentina: Yo tenía unos 20 años cuando empecé a interesarme por ayudar a los demás. Me dirigí a un sacerdote y me dijo que lo primero que tenía que hacer era conocer a las hermanas. Y rápidamente vi que era mi lugar, porque me gusta llevar una vida de servicio, pero también la oración y esa interioridad que vives. En la comunidad, casi todo el mundo se encamina a la enseñanza, pero yo prefería algo más físico y por eso estudié Fisioterapia en la Complutense. Pensé que así también podría ser útil. Antes de llegar aquí, hace tres años, estaba en una guardería de Moratalaz. A veces, bromeando, les digo a los abuelos que es un poco lo mismo: les ayudas a comer, a vestirse, cambias pañales y cuidas de que no se caigan. Pero convivir con personas mayores es muy gratificante. Sofía: Aquí nos reímos y hay mucha alegría. Se puede ser muy feliz en una residencia. Y también en la vejez. Se apagan las pasiones violentas y, sobre todo, se alcanza una serenidad que ayuda a ver las cosas en su justa medida, se adquiere un nuevo sentido de la realidad, ya no hay fantasía. Y luego depende de las personas, de si estás enfermo o tienes dolores. Y de la fe, que también ayuda a vivir y a morir. La vejez depende de la naturaleza de cada uno. Mi amiga Pilar ha fallecido a los 94 y estaba espléndida.

Dónde, cuándo, cómo y cuánto:

  • El precio medio de una residencia geriátrica privada en España es de 1.900€ al mes. Las diferencias de precios entre comunidades autónomas llega al 40%: el precio medio más alto es en el País Vasco y el más bajo, en Extremadura. El coste medio de cada plaza privada se ha incrementado en un 54,3% entre 2010 y 2014.

  • En una residencia pública, cada interno paga unos 1.500€ mensuales. Si la pensión que cobra es inferior a esta cifra y no dispone de suficientes recursos, se destina un porcentaje, que puede ser de hasta el 90%.

  • El 75% de los usuarios de resi-dencias públicas tuvo que esperar para conseguir una plaza y el 16% lo hizo durante más de dos años.

  • En caso de dependencia, el 42,3% de los ancianos desearían permanecer en su propio hogar. En segundo lugar, el destino que prefieren es una residencia para personas mayores (28,6%) y, a mucha distancia, un hogar adaptado (7,4%). Solo un 4,5% desearía instalarse con sus hijos u otros familiares.

  • Las residencias públicas quedan mejor valoradas que las privadas, en el último estudio sobre ellas elaborado por la OCU.

  • España tiene la tasa más alta de los países occidentales de uso de sujeciones físicas y farmacológicas en residencias. Un estudio de la Confederación de Organizaciones de Mayores (Ceoma), calcula que un 23% de los internos está sometido a estas prácticas. La tasa de utilización en Italia, Suiza y Alemania ronda el 15%; en Reino Unido está en el 4%; y en Dinamarca, en el 2%.

Hacemos cinefórum; viene una señora a recitarnos poesía, bailamos..."

Sofía

Sor Florentina vuelve a sus quehaceres, mientras Sofía se queda descansando en su habitación antes de bajar al comedor. En su cuarto se acumulan las reliquias de una vida. Objetos delicados, pequeñas obras de arte, fotografías que congelan sonrisas, recuerdos de color desvaído, discos y libros apilados, algunas chucherías de chocolate, una butaca cómoda y una mesa camilla donde es fácil imaginarla leyendo durante horas, un armario pequeño donde apenas cabe toda la ropa que tiene.

Es coqueta, como su habitación. Pero nada de todo ese micromundo tiene importancia, dice, salvo un crucifijo venido desde Filipinas y un sencillo retrato de un muchacho joven: "Es mi marido cuando tenía 17 años -cuenta Sofía-. Lo hizo su padre, que era pintor, igual que él". Cuadros y más cuadros abarrotan casi cada pulgada de pared. Señala uno en la cabecera de la cama: "Ese lo pintó mi marido. Son unos álamos que había frente a nuestra casa". Nostalgias. 

20 de enero-18 de febrero

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