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Una nueva semana, otro escándalo por conflicto de intereses que aboca a la familia Trump al territorio de la eterna duda sobre su idoneidad ética. Aunque cada paso del presidente electo está tasado y vigilado por congresistas y periodistas, no sucede lo mismo con los de su hija Ivanka, empresaria y mano derecha presidencial a la vez. La influyente revista “Time” revela hoy que, mientras su padre y ella se reunían con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en la neoyorquina Torre Trump, su compañía de moda cerraba un contrato de distribución por dos años con la compañía nipona Sanei Internacional.
El escándalo está servido: ¿cómo es posible que una persona pueda acceder a representar a un país en una reunión de primer nivel y, a la vez, hacer negocios desde tal posición de poder? Además, el primer accionista de Sanei International no es otro que el mismo gobierno japonés, detalle insignificante que lleva a la siguiente pregunta: ¿fue esta una reunión de Estado, como se pretendió en un primer momento, o los Trump están aprovechándose de su recién adquirida plataforma diplomática para llevar sus negocios al siguiente nivel?
Los portavoces de la familia Trump aducen que el trato venía fraguándose desde hace tiempo, y que no entienden las críticas. Sea como fuere, el papel de Ivanka Trump en en el organigrama de la Casa Blanca es tan irregular, que podría poner en un serio aprieto la continuidad de su padre en Washington, una vez este asuma el poder. Ella misma está ya en una posición difícil como empresaria, ya que muchas consumidoras estadounidenses han puesto en marca un boicot contra sus marcas, desde que aprovechara la aparición de la familia en el programa de televisión “60 minutos” para hacer publicidad de una de sus joyas.