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Nico Rosberg o cómo retirarse antes de que nos retiren

¡Qué duro es bajarse de un tren que nos ha llevado lejos! Cortar amarras con lo que fuimos para construir lo que seremos requiere una dosis extra de amor propio y de ganas que no nos acompañan a todos.

Nico Rosberg / Gtres

Elena de los Ríos
Elena de los Ríos

En un movimiento digno de la mejor Greta Garbo, Nico Rosberg, flamante campeón del mundo de Fórmula 1, ha anunciado que lo deja. Sólo cinco días después de hacerse con el título, una hazaña a la que se opuso con todas sus fuerzas su compañero de equipo en Mercedes, Lewis Hamilton, confesó a la prensa mundial que daba su objetivo por conseguido y, por tanto, se iba a su casa. Ni el dinero (que le sobra) ni la fama (que le resbala) ni la influencia asociada a cualquier deportista de élite le compensa más que recuperar tiempo con su familia y encontrar el camino que le ocupará en esta segunda parte de su vida. Bra-vo.

Se requiere una dosis extra de inteligencia emocional para ante el mundo que uno ya no está en condiciones de hacer el esfuerzo que significa mantenerse en primera fila de lo que sea. O que ya no tiene las capacidades físicas y mentales para hacerlo. Retirarse a tiempo puede ser un lujo al alcance de unos pocos, pero a la mayoría nos suele poder la inercia de seguir pasando el platillo con la misma canción de siempre, que tratar de cambiar la melodía. La donna no è mobile, por mucho que se empeñe Verdi.

Confesó a la prensa mundial que daba su objetivo por conseguido y, por tanto, se iba a su casa.

Este es un terreno de sentimientos encontrados: pienso en todos los artistas que recalan en los casinos de Las Vegas y, pese a todo, me sigue pareciendo una maravilla esa última opción de masajear la nostalgia. Cambiaría mi reino por un concierto de Tina Turner, necesariamente decrépita. Lo mismo dirán los fans de los Rolling, la Pantoja, Marta Sánchez o Ana Belén y su troupe masculina. Ahora bien: ¿qué necesidad tienen algunos figurones de variado pelaje de seguir machacándose si sus cuerpos ya no dan más de sí? ¿Es la necesidad económica o incluso la avaricia la que lleva a tanto deportista requetepasado de vueltas a aferrarse a un pobre ranking o un equipo de tercera? ¿Realmente merece la pena ser la última invitada de Sálvame Deluxe?

En otro orden de cosas igualmente paralizadas, ¿cuántas veces no habremos visto a un señor haciendo el ridículo en la barra de un bar para llamar la atención de una jovencita? ¿O una señora que lleva un escote más propio de quinceañera para no aceptar su posición de señora súper estupenda? Eso sí que es un ‘mannequin challenge’, me digo a mí misma. Y me contradigo: “¿Qué estaría pensando la juventud que bailaba en el último club al que tuve la ocurrencia de asistir? ¿Pensaría que era yo la abuela de la fabada?”.

La teoría, es cierto, la tenemos todos clarísima: es más digno irse en lo más alto, que salir a gatas cuando ya han encendido las luces. Sin embargo, ¡qué duro es bajarse de un tren que nos ha llevado lejos! Cortar amarras con lo que fuimos para construir lo que seremos requiere una dosis extra de amor propio y de ganas que no nos acompañan a todos. Más aún si el viejo yo, aunque sea a trompicones, aún hace dinero. Tienen razón las supertacañonas cuando dicen que tenemos que evolucionar con la experiencia y reinventarnos. Pero que levante la mano la que no sienta una pereza infinita ante la perspectiva. Yo levanto las dos.

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