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Y, como suele suceder, el resultado dejó cierto sabor agridulce. Como si el casi siempre agudo y original equipo de Jordi Évole se hubiera dormido en los laureles precisamente en este tema, conformándose con reproducir esquemas, argumentos y formatos una y mil veces vistos en televisión. No hubo deslumbramientos narrativos ni primicias espectaculares ni entrevistas de calado. Ni siquiera el enfoque suministró la más mínima originalidad a un asunto que quiere convertirse en esa enfermedad crónica a la que nos resignamos. Todo supo a poco y a manido. Y casi casi a cobardía.
El mismo Jordi Évole señaló lo repetitivo de su planteamiento en un determinado momento del programa: "Esto que estamos haciendo aquí hoy lo he visto ya en los 80, hecho por Jesús Hermida, o en los 90, conducido por una Mercedes Milá. ¿Estamos avanzando?". E independientemente del diagnóstico, que no es muy positivo, queda la duda de si se hubiera podido enfrentar la cuestión de otra manera que no fuera la de la repetición de las mismas reflexiones y de los mismos datos que ya nos sabemos de memoria. Resulta cada vez más raro presenciar este tipo de análisis sin referencia alguna al papel de los hombres en todo este fenómeno. De alguna manera, se han convertido en el elefante blanco de la habitación: ¿por qué nadie se atreve a poner el dedo en esa llaga? ¿Por qué, además de evidenciar nuestra lamentable inferioridad, no se señalan los responsables y los privilegios que obtienen gracias a posponernos?
Una vez más, la tibieza a la hora de dar luz sobre el desigual reparto de poder en nuestra sociedad se refugió en el argumento más manido y recurrente a la hora de despistar responsabilidades: la maternidad. El caso real de dos mujeres, una práctica de puerto que decidió no ser madre y una mujer que sí ha querido tener niños y cuidarlos, monopolizó gran parte del programa, enviando una vez más el mensaje de que el hecho diferencial de la maternidad explica nuestra bajísima participación en el mercado laboral ( España es, junto a Italia, el país de Europa con menos mujeres trabajadoras) y en los salarios ( estas cobran de media un 13% que los hombres que hacen el mismo trabajo). Este recurso permanente a la maternidad como obstáculo y justificación de nuestra postergación no moviliza ni acciona nada, sino que naturaliza aún más la situación de injusticia. Millones de mujeres han de trabajar y ejercer de madres y otras tantas no, pero todas sufren la desigualdad en el entorno laboral.
Teresa Gallego, investigadora en medios de comunicación y la única experta invitada a lo largo de todo el programa, señaló uno de los errores más sangrantes de los medios de comunicación para con las mujeres: no dar la palabra a las que saben, sino preguntar a no expertas acerca de su vivencia personal. Gallego señaló como ejemplo a otro programa de "Salvados" en el que Évole invitó a tres expertos en educación y a tres madres que narraran su visión personal. Sin embargo, a pesar de las palabras de Gallego, Évole construyó todo su programa en torno al papel de las mujeres en la sociedad española alrededor de la charla de cuatro mujeres no expertas en igualdad. Una vez más, en vez de contar con científicas y activistas que pudieran explicar la cuestión a través de la estadística y la ciencia, prefirió charlar con cuatro mujeres de distintos ámbitos sociales que compartieran su experiencia personal. ¿Para qué presentar evidencias científicas si se pueden compartir anécdotas?
Al final queda la sensación de que, en realidad, estos asuntos sobre la postergación femenina no se abordan desde un interés real de poner la discusión sobre la mesa, sino por cierta corrección política o por aprovechar la creciente audiencia femenina que se interesa por ellos.
Ojalá se enfocaran y se trabajaran los problemas que nos atañen exclusivamente a las mujeres con la misma seriedad en fuentes y relatos que los que atañen al conjunto de la sociedad. Porque, de alguna manera, lo que nos ocurre solo a nosotras también habla de todos.