La actriz Keira Knightley. / gtres

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Keira Knightley: la reinvención de una estrella

Digerir su éxito precoz ha sido un proceso largo y difícil. Pero a sus 31 años, la actriz británica disfruta por fin de su carrera, de su bien merecida fama y de su maternidad.

Es una de esas estrellas abrumadoras: demasiado guapa, demasiado sofisticada, demasiado delgada, con demasiado éxito y dinero para alguien de su edad... Keira Knightley lleva toda su carrera luchando contra su propia imagen. Pero la realidad es otra cosa. La percha menuda de la actriz londinense de 31 años es fruto de la genética y de un metabolismo privilegiado que nunca ha necesitado seguir una dieta. Aunque es imagen de Chanel desde hace ya una década, nunca ha sido una fanática de la moda. De hecho, confiesa que ella es más de camiseta y vaqueros o de "cualquier cosa que esté limpia en mi armario".

Tampoco es vanidosa. Si lo fuera, no habría confesado que lleva años usando pelucas para ocultar un cabello demasiado castigado por los tintes y las exigencias del guión. Y ni siquiera su sueldo es el que se esperaría de una estrella. En una ocasión, se definió como la niña que vestía petos vaqueros y jugaba como un chico, pero disfrutaba con 'Lo que el viento se llevó'.

La nueva Coco: Keira Knightley se reencarna en la mítica Coco Crush, fotografiada por Mario Testino.

Ella, que se conoce mejor que nadie, sí dio en el clavo: capaz de ser la musa del cine de época y de brillar en cintas como 'Quiero ser como Beckham' o 'Begin Again', nunca ha sido una sola cosa. Quizá por eso, muy pocos han sabido (o intentando) comprenderla. Y en ocasiones, ese halo de evanescente perfección le ha creado incluso grandes problemas: de hecho, acaba de ganar el juicio contra un acosador obsesionado con ella, que rondó su domicilio durante meses.

Tenía que haberse llamado Kiera, como la patinadora sobre hielo rusa que fascinaba a su padre, pero su madre confundió el orden de las vocales en el registro civil. En su casa, todo el mundo tenía agente: tanto su padre, el actor de teatro y televisión Will Knightley, como su madre, la guionista Sharman Macdonald. Ella no sabía lo que significaba, pero con tres años les dijo a sus padres que quería su propio representante.

Lo logró a los seis años y empezó a hacer anuncios y pequeños papeles en la televisión británica. Entonces, sus padres llegaron a un acuerdo con ella: solo si sacaba buenas notas, podría acudir a las audiciones. Y la joven Keira, que sufría dislexia y tuvo dificultades para aprender a leer y escribir, terminó convirtiéndose en una alumna brillante y una lectora empedernida.

Primeros rechazos

Sabía -siempre lo había visto en casa- que el oficio de actor podía ser ingrato e inestable. Aunque la leyenda urbana insiste en que Knightley viene de una familia adinerada, hubo temporadas en las que no entraba ningún sueldo en su casa. Y, sin embargo, ella quería ser actriz, pertenecer al mundo de sus padres. Las primeras audiciones fueron brutales. Todavía recuerda el profundo sentimiento de rechazo. Pero con 14 años, Knightley consiguió un pequeño papel en la saga más famosa de todos los tiempos: Star Wars. Luego, demostró talento dramático en Quiero ser como Beckham y, con 18 años, se convirtió en una auténtica estrella gracias a Piratas del Caribe y sus sucesivas secuelas.

Pero la fama mundial nunca había entrado en sus planes. Mientras se convertía en una de las actrices mejor pagadas de Hollywood (en 2007 ingresó 32 millones de dólares), conseguía una nominación al Oscar por su trabajo en Orgullo y prejuicio, y se le acumulaban las ofertas, pasó por su momento personal más delicado. Aún no había cumplido los 20 años y era incapaz de digerir la popularidad estratosférica y que en realidad no deseaba.

Un jueza acaba de condenar al acosador que la ha aterrorizado durante meses.

Tímida y sensible, ha confesado que durante años se obsesionó con agradar a todo el mundo y parecer más madura de lo que, por edad, le tocaba. Se sentía observada, juzgada por propios y extraños. Los paparazzi la perseguían día y noche para inmortalizar su relación con Rupert Friend y la prensa especulaba sobre su delgadez. Incluso el Daily Mail publicó que padecía anorexia y ella, indignada, les demandó. Tampoco se le daban bien las entrevistas, ni hablar de sí misma y, quizá por eso, se forjó ante la prensa una imagen de actriz fría y distante, siempre a la defensiva.

Llevaba rodando una película detrás de otra desde los 16 años porque sentía que tenía que rentabilizar su momento por si un día el teléfono dejaba de sonar. Y cuando cumplió los 22, vivió su particular catarsis: le dijo a su agente que dejara de buscarle papeles; tenía que encontrarse a sí misma. Lo hizo como cualquier otro veinteañero en plena crisis existencial: comprándose un billete de InterRail y dándose una vuelta por el viejo continente.

A su regreso, decidió reinventarse: le dio la espalda a Hollywood y se especializó en cintas de época, como Expiación, La duquesa o Un método peligroso. También acudió a terapia. Pero su gran epifanía llegó el día de su 25 cumpleaños. Ha contado que, tras una noche de karaoke, alcohol y una partida de bolos con sus amigos, se dio cuenta de que quizá se había tomado todo demasiado en serio. "Estaba perdiendo el tiempo siendo neurótica y machacándome", ha explicado. Aprendió a relativizar y dejó de preocuparse por todo.

Boda en Francia

Con su recién estrenada filosofía, llegó también la estabilidad a su vida personal. Tras haber mantenido relaciones más o menos estables con Jamie Dornan (entonces modelo y ahora famoso protagonista de 50 sombras de Grey) y con Rupert Friend, en 2011 Keira conoció al músico James Righton. Les presentó un amigo durante una cena en la que ambos terminaron borrachos. Se prometieron un año después y en 2013 se casaron en el sur de Francia.

Quizá porque nunca había fantaseado con una boda, fue un enlace sencillo y discreto con una docena de invitados que solo acaparó titulares porque la actriz lució un vestido de tul de Chanel que ya estaba en su armario. Fue su "algo viejo". Eso sí, Karl Lagerfeld le diseñó expresamente una chaqueta a juego. Y dos años después, en mayo de 2015, la actriz daba a luz a su primera hija, Edie. Keira ha confesado que no le gustaría que fuera actriz: "Incluso teniendo éxito, tienes que enfrentarte al rechazo constantemente. Le diría: "Sé médico, sé abogada. Algo estable y útil".

Karl Lagerfeld le diseñó expresamente una chaqueta a juego.

Y mientras cambiaba pañales, volvió a reinventarse como actriz. Tras rodar Anna Karenina en 2012, se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo encadenando dramones decimonónicos y sepultada bajo pelucas imposibles y corsés. Y cambió de registro. Primero en Begin again, donde cantó y encantó, luego en la cinta de acción Jack Ryan: Operación sombra y después en Descifrando enigma o Everest.

Hace una semana estrenaba Belleza oculta, una cinta de mensaje existencialista junto a Will Smith. Dice que le gustaría dirigir. También escribe, aunque, de momento, solo para consumo interno. Y no renuncia a su obsesión por el cine de época: se rumorea que podría dar vida a Catalina la Grande en el biopic que dirigirá Barbra Streisand.

Suele decir que trabajaría gratis. De hecho, hace años se impuso un salario modesto (50.000 dólares al año) para poder pagar las facturas, pero mantener viva su vocación y no dejar de tener los pies en la tierra. "Llevar un tren de vida alto significa que no puedes salir con la gente que no lleva ese estilo de vida. Los mejores momentos, los más divertidos, siempre han sido en los sitios menos lujosos", ha dicho. Claro que Keira tiene otros ingresos, como su contrato con Chanel, firma de la que es imagen, y las rentas de la época en la que ingresaba cheques de seis ceros.

La normalidad es una meta que no siempre logra: el año pasado vivió aterrorizada en su propia casa por culpa de un acosador que le escribía cartas, rondaba su domicilio y hasta maullaba bajo su ventana (la justicia británica acaba de condenarle a pagar una multa y a no acercarse a la actriz, pero Knightley ha anunciado ya que la familia va a mudarse).

Aun así, a sus 31 años ha logrado equilibrar la fama con una vida personal satisfactoria, pero lo suficientemente aburrida como para mantener a los paparazzi a raya. Sigue siendo la musa del cine de época, pero no se ha encasillado en el género. Y ha superado las neuras e inseguridades veinteañeras para, al fin, disfrutar del oficio que eligió cuando solo tenía tres años.