El orden hace la felicidad, lo sé desde que tengo hijos. Cada vez que entro en su cuarto y miro alrededor, me siento infeliz. Ya no os cuento si se me ocurre abrir el armario o un cajón.Para ponerle remedio de una vez, decido leerme el superventas de Marie Kondo, La magia del orden. Esta mujer se ha hecho mundialmente famosa gracias a unos cursos infalibles -dice ella- en los que enseña a la gente a ordenarse "de una vez y para siempre". "Caray, justo lo que yo necesito -me digo-. Entraré con el manual en las habitaciones de los niños y problema resuelto".
Para empezar, descubro lo mal que lo he hecho hasta ahora. Según Kondo, para ordenar hay que sacar de los armarios todas las cosas de una misma categoría. Por ejemplo, "ropa". Luego, apilarlo todo en el suelo. Se trata de ver cuántas cosas inútiles poseemos. Después, hay que analizar cosa por cosa preguntándose qué aporta a tu vida. Si no te aporta alegría, hay que tirarla. Mejor a escondidas, por si los cónyuges no comparten la locura de tirarlo todo.
Confieso que después de leer el libro de Marie Kondo sufro mi propia fiebre del orden. Tiro tres sacas grandes de ropa que no quería tener pero tenía. Gracias a la nueva gurú, no me siento nada culpable de hacerlo. El problema es que el método es personal e intransferible. No vale ordenar el espacio de otro. Es decir: deberían ser mis hijos quienes tiraran todo aquello que les sobra. Vamos, que lo llevo claro. En su libro, Marie Kondo no habla de niños ni el desorden con que estos contribuyen a tu vida. Solo unas breves referencias a su propia infancia, en la que se revela como una maniática precoz del tirarlo todo a la basura.
Justo antes de comenzar este artículo, me entero por una de sus editoras de que Kondo está embarazada. Ahí viene un bebé a poner en tela de juicio sus métodos. A desorganizar su vida en todos los sentidos. Me pregunto qué libros escribirá cuando se recupere del tsunami de la maternidad. Aunque yo -aviso-, soy una de las compradoras aseguradas de esos futuros libros.
¿Qué le pediríais a un nuevo presidente?", se me ocurre preguntar a los niños. De menor a mayor, responden: "Que le gusten los gatitos", "que ayude a las personas que no tienen adonde ir", "que no piense solo en el dinero". Estoy por enviarles al Congreso. O a la Moncloa.
Al oír a los niños, me pregunto hasta dónde el sentido de la justicia tiene que ver con la inocencia.
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?