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Sus bravatas misóginas, la exhibición de un machismo tosco, el poco espacio que el macho alfa deja a una primera dama decorativa, las acusaciones de acoso, la desigualdad de salarios dentro de su equipo -ellas ganan una cuarta parte menos que sus colegas masculinos en la misma posición- no han impedido a Trump reclutar a mujeres que han allanado su camino al Despacho Oval.
Entre ellas, Hope Hicks, la nueva directora de Comunicaciones Estratégicas de la Casa Blanca; o Kellyane Conway, la primera mujer directora de campaña con un candidato republicano. Algunas llegan de las grandes empresas de relaciones públicas, como Dina Powell, de Goldman Sachs´s, casada con el antiguo director del Times, próxima asesora para Asuntos Económicos, tras haber sido asesora de Ivanka, como la propia Hicks. Pero todas pertenecen a los altos círculos empresariales y políticos del país, esos donde Ivanka se mueve mejor que su padre, gracias a su paso por los mejores colegios.
Al parecer, la hija ha tenido mucho que ver con la captación de esa especie de guardia de corps femenina cuya principal función es ofrecer la cara amable de una presidencia que ha empezado a cara de perro con la prensa. Algo con lo que no puede soñar la primera dama, Melania, sin ningún círculo de influencia o actividad profesional conocida. Razón por la cual es Ivanka la encargada de establecer puentes con los círculos sociales y, sobre todo, con mujeres relevantes de su clase.
Todas parecen cortadas por el mismo patrón: la misma melena, el mismo diseñador, la misma estética de curvas más o menos postizas y grifos de oro. Pero no son floreros, sino que hacen de su atractivo un manifiesto más de su poder. La mayoría blancas, jóvenes, ricas, conservadoras y muy preparadas. Nacidas para el éxito y dispuestas a todo para defender a su jefe. Así son las mujeres Trump.