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Sabíamos que Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, tenía superpoderes: habla francés, entiende de programación, practica yoga y fue boxeador. Su encanto ha puesto a sus pies a los Príncipes de Gales, los Obama y la mismísima Ivanka Trump y su fuerza y coraje le permitió neutralizar el famoso apretón de manos modo látigo que Donald Trump infringe a sus visitas diplomáticas. En resumen: es el niño bonito del G20, el grupo con los países más poderosos del planeta.
Durante esta semana, Trudeau ha visitado Europa para llegar a acuerdos comerciales, de refugio a inmigrantes y de prospectiva política (un posición frente a la ascensión del nacionalismo), pero ha sido su paso por Alemania el que ha producido los momentos más memorables de su visita. La prensa internacional no puede parar de comentar la evidentísima química que ha tenido con Angela Merkel, la dama de hierro de la Unión Europea. Las fotografías de la pareja mirándose a los ojos, riéndose de sus bromas privadas y paseando amigablemente pueden relatar tanto una reunión amigable de dos jefes de estado como una primera cita entre una Mrs. Robinson y su joven aprendiz.
Lo cierto es que, en esta ocasión, no ha sido Justin Trudeau el que ha impuesto su carisma en el desenvolvimiento de las reuniones protocolarias y de trabajo, sino que se ha encontrado con un rival a su altura: cuentan las crónicas que, cuando quiere, la señora Merkel no puede ser más embrujadora. La pequeña gran presidenta alemana se ha metido en el bolsillo al encantador de serpientes internacional, en una nueva prueba de que sobre ella descansa el liderazgo de lo que será de Europa y Occidente. Una verdadera jefa.
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