Miras a tu hijo y ves que le ha salido bigote. Le miras mejor, por si acaso le has visto mal. En efecto: tu hijo tiene bigote. Lo relacionas con algunos otros síntomas a los que hasta ahora no habías dado importancia. Aquel día en el parque de atracciones en el que te dijo que estaba harto de que le regañaras delante de sus hermanos. Entonces te das cuenta: ya está aquí, ha llegado. La adolescencia. La estabas esperando, pero te pilla por sorpresa.
La parte documental la llevas bien. Has leído 'El pequeño dictador', '¡Socorro! Tengo un hijo adolescente', 'Un extraño en casa' y demás bibliografía del apocalipsis adolescente. Has conocido y observado a otros especímenes, además de a los tuyos. Por mucho que te esfuerces, es una época que ni temes ni desprecias ni aborreces. Más bien todo lo contrario. Sabes que con aquella cursilada que dice: "Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite". Estás dispuesta a hacerlo. Te sientes preparada.
No habías contado con el factor sorpresa. Tu hijo mayor despierta a la adolescencia con un estilo entre dogmático y dramático. Cuando no se siente desgraciado por algo está dando lecciones hasta al gato. Detectas un principio de interés erótico pero también más drma, y más serio. La niña, en cambio, es distinta y está despistadísima. Su sensibilidad ha aumentado tanto que en un solo telediario llora tres o cuatro veces. Hace un par de días guardó un minuto de silencio por unos osos muertos en no sé qué bosque americano.
También se ha pasado al sector ultraconservador. El topless, las escenas levemente eróticas de las películas o los desnudos del arte la escandalizan. Un monje de la Inquisición sería más moderno que ella. Descubres que la bibliografía no sirve y que vas a tener que aprender sobre el terreno. A pesar de todo, no te asustas. Presientes que te va a divertir.
Los adolescentes se parecen a los renacuajos. Un día cualquiera y sin avisar comienza su transformación: les salen dos pequeños apéndices allá donde muy pronto tendrán patas. Otro día los apéndices han crecido, se han multiplicado. Pierden la cola, aumentan el tamaño del torso, tan deprisa que casi no te da tiempo a apreciar los cambios. Un día les buscas en la charca de siempre y ya no están. Son adultos que andan por ahí, felices de no necesitarte.
Ilustración: Danieru Desu
20 de enero-18 de febrero
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¿Qué me deparan los astros?