Rosa Moreno /
"El oficio se aprende, pero la intuición quirúrgica se tiene o no se tiene. Hay una parte de formación y otra en la que operas con la mano y la cabeza. Luego está el carácter. Yo soy muy perfeccionista y exijo mucho al equipo, no soporto la chapuza. Por eso me gusta tener a mi lado a los mejores, profesionales cualificados, resolutivos y eficaces". Fue tras realizar una apendicectomía cuando supo que la cirugía era lo suyo: "En sexto de carrera, me di cuenta de que no sabía dar ni un punto y una profesora me animó a coger el bisturí".
"Aquello me gustó tanto que determinó mi futuro. Elegí vascular porque es una de las especialidades más completas y complejas y me gustan los retos. El primer día que bajé a operar me tocó un aneurisma y me salió fenomenal. Recuerdo que lo afronté con mucha serenidad y autocontrol y, por supuesto, conociendo mis límites. Esto es algo que inculco a mi equipo constantemente, que no teman pedir ayuda a otros colegas, porque así el paciente está más seguro". Hoy, con más de 35 años enfrentándose a aneurismas, trombosis e incluso a la aorta torácica abierta -"el Everest de la cirugía vascular"- mantiene la ilusión.
"Pero este es un sector altamente competitivo y muy exigente, porque es muy de hombres. Además, de cara a la conciliación es muy erosionante para la vida privada, no lo aguanta cualquiera". Tiene claro que lo más duro de esta profesión es la pérdida de los pacientes: "Cuando pasa, se sufre, se llora y duele mucho. Nadie te enseña a afrontar esta experiencia, cada médico lo vive según su forma de ser. A mí, me cuesta, lo reconozco". ¿Y la vida familiar? "Muy difícil. Cuando mi hijo tenía dos años, me divorcié. Por algún sitio te rompes, no llegas a todo. Mis padres se hicieron muchas guardias cuidando de mi hijo". ¿Algo pendiente? "Lograr la docencia de posgrado en mi servicio e impartir clases como profesor titular en la Universidad. Y seguir aprendiendo".