En un plis-plas

Viajo mucho en avión, tanto que se ha convertido en algo casi tan cotidiano como el coche...

Edurne Uriarte
Edurne Uriarte

Viajo mucho en avión, tanto que se ha convertido en algo casi tan cotidiano como el coche, si no fuera por las bellísimas imágenes que no me canso de admirar desde las alturas, como las montañas recortadas sobre el mar que siempre me deslumbran cuando el avión entra en el valle del aeropuerto de Bilbao. Y entre las que también tiemblo los días en que azota ese viento al que tememos los vizcaínos y que me hace practicar técnicas de relajación sin muchos resultados hasta ahora.

Cuando el viento no inquieta, mis viajes son una agradable rutina de lecturas, música y bellos paisajes, solo alterada de tarde en tarde por algún compañero de asiento amable y conversador. Pero nunca en muchos años había sido transformada por la desbordante simpatía de un comandante, como me ocurrió hace unos días. Por una vez, dejé mi lectura no por el viento, sino para atender las explicaciones del piloto más encantador y divertido que he escuchado jamás.

Nos anunció que llegaríamos en un plis-plas a Bilbao y empecé a sonreír, luego nos informó de que habría un ligero viento en la aproximación pero que no nos preocupáramos porque no era de ése que veíamos en los telediarios, y ahí ya me reía, después nos contó que veríamos Bilbao a nuestra derecha y Getxo, Barrika y Sopelana a nuestra izquierda y que no nos lo perdiéramos, y estuve muy de acuerdo, y cuando se disculpó por las turbulencias cerca del aeropuerto porque también el avión tenía ganas de llegar a tiempo al aperitivo en Bilbao, hice lo que una buena parte de los pasajeros, estallé en un aplauso espontáneo de enhorabuena al piloto.

A la salida, agradecí al sobrecargo ese viaje diferente que tuvimos la suerte de disfrutar, y aún sonreía mientras caminaba por el aeropuerto y pensaba en el enorme poder transformador de la alegría, de la simpatía y de la amabilidad. La manera en que alguien puede convertir un viaje rutinario en una placentera pequeña aventura. Lo diferente que puede ser un día cuando el sentido del humor y el deseo de hacer felices a los demás surgen de los lugares más inesperados.

Porque la mayoría de nosotros vamos por la vida tan enfrascados en nuestros pensamientos y preocupaciones que apenas vemos a las otras personas o no nos tomamos un minuto de más para sonreírles y desearles un buen día. Y en otros casos, el trabajo de un piloto es un ejemplo, nos aferramos tanto a los convencionalismos que no nos atrevemos a saltarlos por temor a molestar, a incumplir o a ser diferentes. La buena educación es afortunadamente mayoritaria, la simpatía, algo más escasa, pero el sentido del humor, la originalidad y la capacidad para transformar el día de los demás es algo que muy pocos poseen, como ese piloto que se atreve a llamar plis-plas a los 45 minutos de vuelo entre Madrid y Bilbao.