Resulta que su hijo mayor dejó el baloncesto (versión deporte de equipo) por el Fifa (versión Playstation individual) y se queda con él en casa. Resulta, sin embargo, que su hija anda sobrada de personalidad, pasión y energía. Y juega al fútbol. Juega de verdad. Todos los sábados. Fútbol siete en un campo de hierba, con su uniforme y sus botas de tacos, en una liga contra niños que le sacan un año y un par de cabezas. Todo bien, en teoría.
Las teorías suelen ser impecables, la práctica, en cambio, implacable. Como cuando decidió que no llevaba la falda del uniforme. Colegio laico. Niños con pantalón gris, niñas con falda tableada. "¿Por qué tengo que llevarla? ¿Tradición? ¿Costumbre? Es absurdo. Es muy molesta...", nos dijo.
Su madre fue a hablar con el director del colegio. "Se sentirá incómoda", afirmó él. "¿Por qué es obligatoria la falda? Deme un argumento", exigió ella. "Solo digo que se sentirá incómoda", volvió a contestar. Desde entonces, hace años, va al colegio con esos pantalones grises de franela que pican solo de verlos (tanto como las faldas, por otro lado). Va al colegio cómoda físicamente y, como pronosticó el director, incómoda emocionalmente. Porque es la única niña con pantalones y la miran. Y, estoy segura, también la admiran.
Estábamos todavía superando ciertos comentarios ("chicazo", "marimacho"...), cuando empezamos con la práctica del fútbol. "Ojo, que no tiene cuerpo para entrar a los contrarios", avisó Pablo a principio de temporada. "¿Y qué recomiendas? ¿Batidos de proteínas? ¿Terapia psicológica? ¿Que no juegue?", le dije. Pablo no recomendaba nada con la excusa de que él no iba a estar para animarla. Así que, sin recomendaciones, empezamos a llevarla su madre y yo, en semanas alternas, como dicta la teoría de la custodia compartida. La teoría dicta también que nos deberíamos llevar mal (siendo mujeres, la ex y la actual), pero preferimos la práctica y hace ya media liga que venimos juntas cada sábado.
No la cubráis, que es una niña". Eso es lo que gritan los del colegio contrario. Su uniforme es más bonito que el nuestro, su corazón más pequeño. La niña a la que no cubren es la nuestra. Y marca. Marca. Marca. Algunos padres gritan como si fueran entrenadores: "¡Mete la pierna! ¡Ataca! ¡Que es una enanaaa!". Los entrenadores, por suerte, cuidan a los niños como padres. Cada vez que marca un gol, nos vamos las tres a una librería y compramos un nuevo ejemplar de Futbolísimos. "¿Libros por goles? Hija, no vas a llegar a nada en el fútbol", nos regaña su padre. Pero lo dice en broma, que él también anda quitándose de prejuicios. Haciendo crecer su empresa, haciendo crecer su vida.
Ilustración: Maite Niebla
20 de enero-18 de febrero
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