Cuando se convirtió en la primera extranjera en ganar un Lola -el Goya alemán- por la película Victoria, Laia tuvo que calzarse como buenamente pudo las sandalias ante la indiscreta mirada de la cámara y llegar a trompicones hasta el escenario para agradecer el premio. vSimplemente, no lo esperab", explica. Una escena que refleja a la perfección cómo ha sido su trayectoria profesional. Porque así, sin tampoco esperarlo, esta actriz catalana de 32 años es hoy uno de los nombres que suenan con más fuerza en el panorama cinematográfico internacional. "Un descubrimiento extraordinari", según The New York Times, que la incluyó en una lista de intérpretes a los que había que seguir la pista.
Es la nueva musa del cine indie norteamericano, en el que empalma un proyecto tras otro, y una de las más solicitadas en proyectos internacionales; como el thriller hispano-argentino Nieve negra (estreno, 12 de abril), que está promocionando y en el que comparte protagonismo con Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia. "Es una historia muy interesante, aborda esos claroscuros que todos tenemos -explica-. Y a nivel interpretativo ha sido una experiencia muy enriquecedora porque todo es muy sutil, muy para adentro, y no hay espacio para esa cosa típica de los actores de querer lucirse como sea".
Laia era una de tantas actrices habituales en series de televisión (El tiempo entre costuras o Carlos, Rey Emperador) y secundarias en la gran pantalla (Palmeras en la nieve) hasta que, hace dos años, Victoria se cruzó en su camino. El director alemán Sebastian Schipper buscaba una actriz española para protagonizarla, vio a Laia en la serie Pulseras rojas y se decidió. Y eso que Costa llegó al casting dolorida y magullada tras su enésimo percance con la moto. "Después de ese accidente, se la regalé a mi mejor amiga -explica-. Tengo un montón de cicatrices porque me caía mucho. ¿Sabes cuando miras el fuego o el mar y te quedas embobada? Pues yo me subía a la moto, me ponía a pensar y me olvidaba de frenar".
Rodada en inglés en un solo plano secuencia y sin guión, Victoria, que narra la desenfrenada noche de un grupo de jóvenes en Berlín, era un regalo pero también un ejercicio de alto riesgo. El experimento salió bien y se convirtió en un fenómeno que cosechó infinidad de premios. "Mi vida es la misma pero, gracias a Victoria, se me han abierto las puertas del cine europeo y norteamericano. Mi meta nunca fue trabajar fuera, ni pensaba hacer más cine que televisión, pero ha ocurrido así. Esta es una profesión tan volátil y tienes tan poco control sobre lo que pasa que lo mejor que puedes hacer es bailar al ritmo al que van surgiendo las oportunidades. En estos momentos, soy más emocional que racional; me da igual si el proyecto y mi personaje son grandes o de dónde vengan, solo sigo mi instinto", dice.
La trayectoria vital y profesional de Laia es muy atípica. Nunca soñó con ser actriz. De hecho, se doctoró en Publicidad y Relaciones Públicas y trabajó durante años en una agencia. "Le dedicaba muchísimas horas hasta que me fui a una empresa alemana; salía a las seis de la tarde y tenía bastante tiempo libre. Mi hermana Noemí me convenció para que nos apuntáramos a un curso de interpretación y hasta hoy... Pero incluso cuando ya llevaba varios años trabajando como actriz, si me preguntaban a qué me dedicaba decía que era ejecutiva de cuentas". Tal vez por eso recuerda nítidamente el día en que decidió cambiar el rumbo. "Fue el 8 de agosto de 2011 -cuenta-. El ocho es mi número favorito, era un domingo y conducía de Barcelona a Madrid con mi chico, David, para empezar mi primera serie. Llamé a mi jefa en la agencia y le dije: "Voy a estar un año fuera, luego vuelvo".
Laia Costa - Actriz
El regreso nunca se produjo y Laia es feliz con lo que hace, pero también tiene los pies en la tierra. "Estoy disfrutando mucho y me siento muy afortunada porque esta profesión me completa como ser humano. El hecho de mimetizarte con otras personas te obliga a ser tolerante y a empatizar con realidades que nunca vas a vivir, y eso me enriquece. Pero este es un viaje de ida y vuelta y, hablando con actores más mayores, se impone una realidad: a partir de los 45 años hay un vacío interpretativo tremendo. Estoy preparada para no esperar a que alguien me ofrezca trabajo. No es sano mentalmente. Me gustan muchísimas cosas y hay que vivir el momento intensamente".
Esa actitud sin ataduras parece propia de su generación, la de los millennials." Mis padres me trasmitieron que debía estudiar porque así tendría un trabajo y una familia y sería feliz. Esa era la ecuación. Pero mi generación se ha topado con una realidad distinta. Puedes estar superpreparado académicamente, pero vas empalmando contratos temporales o te tienes que ir al extranjero a buscarte la vida. Mi hermana y yo prometimos tener una carrera universitaria y la tuvimos, pero después elegimos otro camino. Ella, que estudió Arquitectura y fue actriz, se marchó a Dinamarca y hoy es escenógrafa de tres producciones teatrales en Londres, Broadway y Copenhague. Mis padres han entendido que sus reglas del juego ya no son válidas y están muy orgullosos de nosotras. Me los llevo a todas partes, han estado en Berlín y en el Festival de Málaga y disfrutan mucho".
Cuando jugaba al baloncesto, sus compañeras la llamaban Huracán, un mote que explica muchas cosas. "El baloncesto me lo ha enseñado todo, mucho más que la universidad. Mis amigas son las de mi equipo, crecí con ellas, nos ayudábamos y nos enfadábamos, sin tonterías. Y si una se derrumbaba porque había jugado mal, allí estábamos las demás para levantarla... ¡Mira, se me ponen los pelos de punta! -dice, emocionada-. La cultura del esfuerzo y el compañerismo me han aportado mucho en mi profesión porque te enseñan a tener una actitud deportiva en todos los aspectos. Supongo que por eso cuando trabajo en Estados Unidos y surgen problemas en el rodaje, me los suelo tomar bien".
Laia Costa - Actriz
Del deporte también le ha quedado una querencia por los subidones de adrenalina. Porque bajo su apariencia dulce y aniñada -aparenta muchos menos años de los que tiene-, a Laia le atrae el riesgo. "Siento excitación al tirarme a la piscina", afirma. No dudó en raparse la cabeza cuando interpretó a una enferma de cáncer en Pulseras rojas; debutó en el teatro con la obra Atraco, paliza y muerte en Agbanaspach, con un texto en alemán -del que no habla ni una palabra- y se presenta en cualquier punto del planeta si cree que el proyecto merece la pena. "No sé si soy valiente, el miedo se siente, pero hay que conseguir mover las piernas, ¿no?", dice. Y, por supuesto, trabajar duro. "¿Suerte? Yo siempre digo: "Que la oportunidad te pille preparada". Antes de Victoria, estuve dos años estudiando en un centro que forma a actores españoles para actuar en inglés, porque al estar pendiente de la lengua te olvidas de la parte emocional".
Gracias a eso logró una representante en Estados Unidos y pudo seguir a su pareja hasta Miami sin tener que renunciar a nada. "Al principio, pensé que era mejor estar en Europa, pero a David le ofrecieron abrir la delegación en América de una empresa de marketing y publicidad, y nos instalamos allí, aunque en realidad vivimos como dos saltamontes, siempre de un sitio a otro. Los dos estamos en un gran momento profesional y sabemos que hay etapas en la vida en las que toca sembrar. Llevamos muchos años juntos, formamos un buen equipo y nos apoyamos profesionalmente. Solemos decir que podemos ser nuestros mejores amantes y nuestros peores enemigos. Ahora no veo el momento de pasar un par de meses juntos en Miami. Llevo una racha en la que acabo una película un lunes y empiezo otra el martes. He rodado tres seguidas, una locura, y cuando terminé me puse malísima y tuve que pasar una semana en la cama".
Ava Gardner afirmaba que las actrices con un hoyuelo en la barbilla, como ella, tenían un extra de glamour. Costa pertenece a ese selecto club. "El hoyuelo de la hermosura", decía mi abuela materna, que era maravillosa", cuenta. Ella no era una gran cinéfila, pero ahora consume películas de forma compulsiva. "Con cada proyecto me encanta descubrir la trayectoria de actores y directores a los que apenas conocía", reconoce. Admira a Isabelle Huppert en La pianista, a Gena Rowlands en Una mujer bajo la influencia y a Holly Hunter en El piano. Siempre mujeres fuertes.
"Creo que deberíamos pasar más a la acción. Y no me refiero solo a las actrices, que somos un reflejo de cómo está montada la sociedad. Ahora muchas compañeras se quejan de la discriminación, y eso está muy bien, pero tendríamos que ser más activas, decir no a ciertas cosas. En la promoción de Nieve negra, cuando me querían convocar una hora antes que al resto del equipo para maquillarme, me negaba. "Hacedme lo mismo que a Leo o Ricardo, nada más", decía. No hace falta ir siempre con el ojo y los labios pintados. Hemos creado una imagen de la mujer que no se corresponde con la realidad y eso hay que decirlo". Si se propone algo...
En 'Nieve negra' nada es lo que parece. Porque en esta coproducción hispano-argentina dirigida por Martín Hodara -ayudante de dirección de Nueve reinas-, Laia Costa, Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín forman un triángulo en el que todos ocultan secretos y ambiciones. Se trata del primer papel protagonista de la actriz catalana en el cine español tras el éxito mundial de la alemana Victoria. "Familia, amor, odio... Es muy difícil salirse de ahí porque es lo que mueve el mundo", afirma Costa.
En plena promoción de esta película, que compagina con el rodaje de Life itself -donde se mide con Antonio Banderas y Oscar Isaac bajo la batuta de Dan Fogelman, creador de la serie del momento, This is us-, Laia acaba de estrenar en el Festival de Sundance Newness y ha terminado el rodaje de Piercing. Una carrera de triple para una chica que disfrutaba jugando al baloncesto y descubrió la interpretación casi por casualidad.
20 de enero-18 de febrero
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