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Últimamente, no hay conversación en Washington que no conduzca a Donald Trump. Así que, dado que Chimamanda Ngozi Adichie es conocida no solo por sus novelas sino por su activismo feminista "su charla TED Todos deberíamos ser feministas ha tenido más de 3,5 millones de visitas, ha sido repartida a todos los adolescentes de Suecia y fue fuente de inspiración para una canción de Beyoncé", apenas nos saludamos empezamos a hablar sobre el personaje que ocupa la Casa Blanca. "Estados Unidos ya no parece Estados Unidos -suspira-. Me levanto preocupada cada día. Me preocupa que los que deberían hacer algo no hagan nada. Estoy tan decepcionada de este país".
Como nigeriana, dice estar acostumbrada a la inestabilidad política y a los demagogos autoritarios, aunque no se esperaba encontrarlos en su país de adopción. "Pensé que, por supuesto, los estadounidenses no elegirían a un hombre que es, a todas luces, inestable. Ahora la gente habla en unos términos que solía escuchar en Nigeria: nadie sabe qué va a ocurrir. Tengo amigos que quieren viajar, pero que no lo han hecho porque no saben lo que puede pasarles en el aeropuerto a su regreso".
Le cuento que el día anterior a nuestra charla, al llegar al aeropuerto, fui apartada de la cola de pasajeros junto con una docena de latinoamericanos e interrogada durante dos horas para comprobar "mi admisión en el país", al parecer porque en mi pasaporte británico figura el apellido de mis esposo, que es portugués. "Hay algo tan banal, tan pequeño en ese gesto... "responde". No creo que haya que abrir todas las fronteras, pero hacer eso con el único propósito de humillar a una persona... Temo que acabe pareciendo normal lo que no debería serlo".
A juzgar por su casa, la escritora nigeriana ha abrazado a América con entusiasmo y ha sido correspondida: sus tres novelas publicadas han sido éxitos de venta (La Flor Púrpura, Medio sol amarillo y Americanah, editados en España por Random House) y obtuvo la beca Genius de la Fundación MacArthur, uno de los premios más prestigiosos y generosos de EE.UU., dotado con 500.000 dólares. Su hogar es una gran mansión de falso estilo colonial situada en una finca con vallas de madera, en un boscoso suburbio en el estado de Maryland, en la costa este. Una escalinata que recuerda a Lo que el viento se llevó acoge al visitante nada más entrar.
Cuando llego, me recibe su marido, Ivara, que me prepara un té mientras sostiene a su hija de 16 meses; Chimamanda está en una sesión de fotos y llegará con retraso. Una hora después, al llegar a casa, la escritora se disculpa y reconoce que su demora se debe a que no le gustó cómo la maquillaron (a ella le encantan el lápiz de labios y los tacones), así que pidió que la maquillaran de nuevo. Ella se considera "una feminista feliz", y sí, la entrevista está salpicada por las risas y los arrullos a su hija. Aunque, para ser una persona que indaga sin pudor en la historias de otras personas, guarda celosamente las suyas. "No me gusta hablar de mi vida privada. Enseguida lo sacan fuera de contexto en la prensa nigeriana", puntualiza.
Chimamanda tiene habilitado un rincón como habitación para escribir, algo que prefiere hacer en Estados Unidos. "Si escribo en Nigeria, me distraen mis pensamientos. Allí pasan demasiadas cosas. Me gusta la idea de que, cuando estoy en Lagos, la ciudad de mis ancestros, me dedico a absorber cosas, mientras que aquí logro transformar todo eso en algo".
Por la casa hay repartidos algunos objetos africanos, pero no sé si admirarlos, al recordar que en su última novela, Americanah, critica a una mujer blanca que admira a las negras que salen en las revistas, incluso a las insulsas, con tal de no parecer racista. La novela, la historia de amor de una nigeriana que estudia en EE.UU., es considerada por muchos autobiográfica. Adichie cursó estudios de Medicina en Nigeria, como deseaban su padres, pero dejó la carrera al cabo de un año y consiguió una beca para hacer Comunicación en EE.UU. con 19 años. Estudió en Filadelfia y en Connecticut e hizo un máster en la Universidad Johns Hopkins. Le pregunto si Ifemelu, la resolutiva heroína de Americanah, es un personaje basado en ella misma. "No realmente. Hay algo de mí en ella, pero no tanto como se cree la gente".
Como le sucedió a Chimamanda, Ifemelu toma conciencia de su color al abandonar África. De hecho, la escritora dice que la primera vez que fue consciente del racismo fue al llegar a EE.UU. "Me horrorizaba lo poco que conocían los estadounidenses el mundo del que provenía. Su visión de mí, como africana, se reducía a una lástima condescendiente". De hecho, un profesor le dijo, de una de sus novelas, que "no era auténticamente africana" porque sus personajes eran de clase media.
Y es que los nigerianos que ella retrata en su novela, a los que ella conoce tan bien, están desesperados, pero no por las razones que imaginamos: "Muchos de los que emigran se han criado sin hambre ni sed, pero viven empantanados en la insatisfacción y se deciden a afrontar peligros y a actuar ilegalmente para marcharse, ávidas de elección y certidumbre". Así los describe en su novela, una radiografía de la sociedad estadounidense en clave multirracial.
"Mi compañera de habitación me preguntó cómo es que yo hablaba inglés [idioma oficial en Nigeria] y si en África escuchábamos música tribal. Le sorprendió que supiera usar el calefactor". Es una anécdota que ya había relatado en su primera charla TED, titulada El peligro de un relato único, en 2009, que fue vista más de 11,7 millones de veces en la web de la fundación.
Cuando su hermano Chuks le pidió que diera otra charla para el TEDxEuston 2013, que él organizaba, ella le respondió que no tenía nada nuevo que decir. "Me dijo que había una cosa, eso de lo que yo siempre estaba hablando. "¿El qué?", pregunté. Y me dijo: "Ya sabes, lo de la igualdad de las mujeres".
Fue un éxito. La charla, titulada Todos deberíamos ser feministas, fue recibida con una ovación cerrada y el público puesto en pie, y enseguida se convirtió en viral. Una de las frases de la canción Flawless, de Beyoncé, incorpora las palabras de Adichie: "Le decimos a las chicas: "Puedes tener ambiciones, pero no demasiadas". Aunque Adichie nunca ha pecado de falta de ambición: "Cuando tenía cinco años, creía que era escritora. No es solo que quisiera serlo. ¡De verdad creía serlo!", asegura.
Nacida en 1977 en el sureste de Nigeria, creció en la ciudad universitaria de Nsukka, donde su padre, James, trabajó como profesor de Estadística y, posteriormente, como rector de la Universidad de Nigeria. Grace, su madre, fue la primera secretaria de Admisiones del centro. "De pequeña leía libros constantemente", recuerda. Desde las novelas románticas de la editorial Mills & Boon ("unas cinco a la semana"), a la historia de la iglesia católica, ciencia ficción, novela negra... Pero con 10 años de edad descubrió al gran escritor nigeriano Chinua Achebe, y empezó a ver que había "diferentes posibilidades". Hasta hoy, su libro favorito es Flecha de Dios, de Achebe. Lo relee cada año y dice estar "pasmada por su complejidad".
En 2017 Chimamanda cumplirá 40 años. Su último libro, Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (Random House), fue escrito para una amiga de la infancia que le preguntó cómo enseñarle a su hija pequeña los valores del feminismo. Chimamanda le escribió una carta y pocos meses después se dio cuenta de que ella misma se había quedado embarazada. ¿Cómo le ha cambiado la vida la maternidad? Se ríe.
"Sé demasiadas cosas sobre lo que deben comer los niños y lo que no, sobre dónde comprar cosas para bebés... ¡Es ridículo! He dejado de usar algunos lápices de labios porque leí que tenían componentes peligrosos, y yo beso a mi bebé constantemente", reconoce." En un sentido más amplio, ha traído a mi vida un tipo de amor diferente, y me encanta que tenga tanta personalidad... Pero realmente no quiero hablar de mi hija", insiste.
Para reconducir la conversación, le digo que su libro me conquistó desde el principio con su consejo de "ser una persona completa", seguido de una cita de la periodista Marlene Sanders, que fue corresponsal y que, como yo, fue criticada a menudo por hacer un trabajo peligroso siendo madre: "Nunca te disculpes por trabajar -le dijo Sanders a otra corresponsal más joven-. Amas lo que haces, y eso es un regalo magnífico para tu hijo". Me pregunto si, ahora que Chimamanda es madre, habría escrito un libro diferente. "No lo creo -dice-. La cultura de Occidente es responsable por haber culpabilizado a las madres cuando se trata de atender a los hijos. Según mi madre, por ejemplo, en Nigeria lo normal es tener niñera, ¡solo que habitualmente es un familiar!".
A ella la ayuda una prima,"pero soy un poco maniática, quiero ser la persona que bañe a mi hija todos los días, aunque esté exhausta y me haya pasado la noche escribiendo". Ser madre ha afectado a su escritur"Entre otras cosas, mi embarazo y mi maternidad fueron un periodo de reflexión para mí. Fue una etapa maravillosa, pero no creativa y yo soy más feliz creando. Me voy recuperando, pero aún no he conseguido que todo se asiente".
Adichie es como una lechuza, trabaja mejor de noche. "Cuando me va bien escribiendo, es una actividad muy absorbente; por eso la pregunta no es, "¿cuándo encuentro tiempo para escribir?", sino "¿cuándo encuentro tiempo para ducharme?".
En el libro también se queja de la camisa de fuerza que imponen los roles de género, y señ"la que "las nociones de cocina no vienen preinstaladas en cada vagina". Y también protesta por las prendas de vestir de color rosa y las muñecas, aunque admite que a veces vponer demasiado esfuerzo por evitar el rosa puede ser parecido a llenarlo todo de rosa".
Chimamanda cree que tenemos que tener cuidado con las palabras. Cita como ejemplo esta frase de un artículo del periódico inglés The Guardian: "Philip May es conocido en política como un hombre que se ha puesto en un segundo plano y ha permitido que su mujer, Theresa [May, primera ministra del Reino Unido] brille". "¡¿Permitido?!", exclama. "Me he acostumbrado a estar alerta por todos lados, lo lees una y otra vez y se convierte en algo normal".
Otra de las cosas que la sacan de quicio es lo que ella denomina "feminismo light". "Ser feminista es como estar embarazada: o lo estás o no lo estás -afirma-. No quiero que el bienestar de una mujer dependa de la gentileza de los hombres, ni de la capacidad de un hombre de respetar a la mujer. Las mujeres son iguales por completo. Es como si dijéramos que si las mujeres mandaran en el mundo no habría guerras. Bueno, ¿has estado alguna vez en un internado de niñas? He visto muestras de bondad, cortesía y amabilidades en hombres y mujeres. He conocido la maldad de los hombres y de las mujeres. Simplemente, no me creo esa idea de que, de alguna manera, las mujeres son mejores. El feminismo es una palabra que genera con frecuencia una reacción hostil y he tenido esa experiencia en muchas ocasiones. La gente me pregunta que por qué no me defino, sencillamente, como humanista. Y lo soy, pero tenemos que llamar a las cosas por su nombre para poder resolverlas".
Con 26 años, publicó La Flor Púrpura (Grijalbo). En 2006, apareció en nuestro país Medio sol amarillo (Mondadori), ambientada en la guerra de Biafra, en la que murieron sus abuelos. La obra obtuvo el premio Orange y dio pie a una película. En 2013 deslumbró con Americanah, que obtuvo el Premio de la Crítica de EE.UU. Brad Pitt quiso adquirir los derechos para una película.
Asegura que la hostilidad es especialmente patente en Nigeria. Durante un evento celebrado recientemente en Lagos, un joven se levantó y le dijo: "Antes me gustabas mucho y leía todo lo que escribías, pero desde que empezaste con esta cosa del feminismo ya no me gustas". "Mis amigos estaban molestos -recuerda-, pero yo le contesté: "Mira cariño, si vas a amarme solo siguiendo tus reglas, entonces guárdate tu amor". Me enfada más el sexismo que el racismo, así que puedes imaginarte de cuánto enfado estamos hablando. ¡Soy una mujer enfadada!".
Ser famosa ha convertido a Chimamanda en ejemplo para los aspirantes africanos a escritores. Cada año organiza un taller de escritura en Lagos que atrae a candidatos de todo el continente. "Les digo que sus lecturas sean lo más diversas posibles. Y que no dejen de intentarlo, que el rechazo está ligado al territorio", dice. Le pregunto qué libros deberíamos estar leyendo en la era Trump. "Comprendo el papel que juegan obras como 1984, pero creo que deberíamos leer historias sobre sagas familiares. Creo que es importante que, en estos tiempos, nos recuerden la humanidad de la gente", afirma.
Reconoce que su placer culpable son las series, en especial de Netflix. "Vi The Crown. Me encantó su factura, aunque me resultaba problemática la representación del colonialismo en África. Aparecemos todos como gente negra y estúpida, como observadores, cuando fue una época en la que el sentimiento anticolonial estaba en alza y había todo tipo de movimientos de resistencia". Ella prefiere el género negro escandinavo. "Mi manera de relajarme es viendo el Netflix escandinavo dice entre carcajadas-. Me encantó Borgen".
Llega el tiempo de poner fin a nuestro encuentro. La escritora tiene que marcharse y ponerse otro vestido fabuloso para otro evento. Me pregunto si lamenta la distracción que supone el activismo para su escritura. "Bueno, mi primer amor es la literatura -dice-, pero he elegido este camino. Además, siempre he sido así. En el instituto ya discutía con mis profesores sobre lo que consideraba injusto". ¿En qué proyecto está trabajando? "No lo sé, aunque si lo supiera no te lo diría", dice. Sea lo que sea, sospecho que muchas de nosotras lo leeremos.