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El último movimiento de dudosa legalidad sucedió el pasado abril. Mientras Ivanka Trump cenaba con el presidente de China y su esposa en Mar-a-Lago, la residencia de vacaciones presidencial, su compañía firmaba cuatro contratos para expandir su negocio en el país oriental.
La sospecha sobrevuela no solo la Casa Blanca, sino los medios de comunicación estadounidense, donde no cede la sorpresa ante unos acuerdos que pueden llegar a demorarse hasta una década para otras compañías. Las licencias para comercializar en China joyas, servicios de spa y bolsos se une a otros acuerdos de la compañía para expandirse por Filipinas, Puerto Rico, y Canadá. Puede que algunos votantes la estén boicoteando, pero lo cierto es que las empresas de Ivanka Trump están más florecientes que nunca.
Lo cierto es que Ivanka tiene un tirón entre el público chino sorprendente. Sus fans orientales la tienen por una diosa que debería ocupar, en vez de su padre, la presidencia de los Estados Unidos. Muchísimas empresas de cosmética, tratamientos estéticos, clínicas de cirugía estética y moda usan su nombre y su imagen para publicitarse, ya que su figura se ha convertido en una especie de ideal de la mujer madre y empresaria. Hace apenas un mes trascendió que decenas de firmas e individuos chinos se habían apresurado a registrar variaciones del nombre de Ivanka Trump como marcas de su propiedad.
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