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Elizabeth Alexandra Marywas no nació para ser Reina. Su destino acomodado y tranquilo como la más sensata de las sobrinas del rey Eduardo VIII cambió a los 10 años, cuando este se enamoró de la estadounidense y divorciada Wallis Simpson y tuvo que abdicar. Fue entonces cuando su padre, Jorge VI, le sustituyó en el trono y la convirtió en la primera en la línea de sucesión. Inglaterra tendría otra reina, la más longeva de su historia, la primera cuya coronación fue retransmitida por la televisión, la encargada de modernizar la institución más inmóvil del Reino Unido, la mujer que ha transitó por la II Guerra Mundial, la independencia de su propio imperio, aquel 'annus horribilis' de 1992 y el Brexit. El 21 de abril cumple 91 años: felicidades.
Isabel II subió al trono a los 26 años, ya casada con el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca, padre de Carlos, Ana, Andrés y Eduardo. La madre de la Reina se opuso a la relación por ser un príncipe sin reino ni fortuna, pero Isabel siempre se salía con la suya: en 1947, su vestido de boda se cosió gracias a los cupones de racionamiento que cambió por satén y tul; en 1952, pese a las presiones de Felipe, mantuvo el nombre Windsor al frente de la casa real en vez de tomar el Mountbatten de la familia de su marido.
Durante las décadas de los 50, 60 y 70, la Reina se dedicó a viajar por sus enormes dominios, a realizar viajes oficiales y a la maternidad. Fue la década en la que el Imperio británico mutó a Mancomunidad de Naciones y más de 20 países se independizaron del Reino Unidos. Además, comenzó a gestarse la Unión Europea, con la firma de los Tratados de Roma y la creación de la Comunidad Económica Europea. En 1977 celebró su jubileo de plata como reina, aunque en la opinión pública se hablaba más del divorcio de su hermana Margarita del fotógrafo Antony Armstrong-Jones, conde de Snowdon. Al año siguiente se descubrió que Anthony Blunt, conservador de las obras pictóricas de la reina, trabajaba como espía para la Unión Soviética.
Los 80 supusieron mucha más agitación para la Reina, quien en 1981 fue objeto de un atentado (con balas de goma) durante la ceremonia “Trooping the Colour” (el cumpleaños oficial de los monarcas británicos, celebrado con un desfile militar un sábado de junio), pocas semanas antes de la boda de Carlos y Diana Spencer. El agresor tenía 17 años y pasó tres años en prisión. En ese momento, su hijo Andrés servía en las Fuerzas Armadas británicas que luchaban en la Guerra de las Malvinas. Al año siguiente, Isabel II se despertó con un intruso en su propia habitación, Michael Fagan, con el que conversó hasta que llegó la policía. A lo largo de esta década, los avatares amorosos de los hijos de Isabel hicieron que la familia real se convirtiera en objetivo prioritario de la prensa. La Monarquía volvió a las primeras páginas, aunque no por los mejores motivos. Para cuando llegó la década de los 90, el enfado popular por las estimaciones sobre el patrimonio de la reina y los rumores sobre las tensiones matrimoniales en la familia motivaron cierto espíritu republicano en la ciudadanía.
Aunque la década comenzó con la Guerra del Golfo, la verdadera guerra de Isabel II se dirimía en casa. La Reina trató de salvar el matrimonio de su hijo Carlos por todos los medios, pero en 1992 ya se vio que todo esfuerzo era inútil. Este año fue calificado como el 'annus horribilis' de la Reina, que se enfrentó a la separación de Carlos y Diana; al divorcio del príncipe Andrés, duque de York, de Sarah Fergusson; al de su hija Ana de Mark Phillips; a un incendio devastador en el castillo de Windsor y a un ataque con huevos por parte de unos manifestantes furiosos en Dresde. En un discurso de este año, llegó a decir que esperaba críticas, pero que estas debían expresarse con "un toque de humor, ternura y comprensión".
Carlos y Diana se separaron en 1996, pero estos años de enfriamiento de las relaciones, con una Diana que se enfrentaba a los actos públicos visiblemente triste, hicieron mella en la reputación de la casa real británica. La muerte de Diana en 1997, en un accidente de coche en París, fue un revulsivo para la imagen de los Windsor. Ante la hostilidad de la opinión pública por lo que percibieron como un mal trato a la Princesa fallecida (“Show us you care!”, “¡Demuestra que te importa!, clamaban los periódicos”), la Reina tuvo que leer un comunicado en televisión en el que expresaba su admiración por ella y sus sentimientos por su muerte. Gracias a este gesto, la oposición general cedió y sobre todo sus nietos, los príncipes Guillermo y Enrique, fueron arropados por la ciudadanía en pleno durante las exequias.
El siglo XXI ha sido mucho más tranquilo, al menos en lo familiar, para Isabel II. En público la Reina tuvo que cambiar el chip de la rigidez contenida y poco expresiva que le instaló su abuela, la reina María, por la naturalidad y buena gestión emocional que exige este siglo marcado por la comunicación. Celebró su Jubileo de diamante (en 2012) en Londres, acompañada por un millón de personas, y con una gira por sus reinos. La prensa ha dado cuenta de algunos achaques: resfriados, problemas de rodilla, contracturas, alguna mordedura de sus perros, gastroenteritis... Aún así, no ha dejado de viajar: en 2011 pisó por última vez Australia, en la que fue llamada su “gira de despedida”.
En 2017 celebra su Jubileo de zafiro: la conmemoración de sus 65 años en el trono de 16 estados soberanos. Hoy, la Reina está presente en muchos menos actos oficiales, pero tiene la relativa tranquilidad de que el futuro de la casa Windsor descansa bien sobre las espaldas de sus dos nietos, cuyas vidas parecen bien ajustadas a las exigencias de la Monarquía y, a la vez, de este siglo.
Con una biografía marcada por sus esfuerzos para estar a la altura del trono británico (casi todos los Primeros Ministros que han despachado con ella han manifestado sorpresa ante su conocimiento bien documentado de las cuestiones), la impresión general es que se ha ganado un merecido descanso alejada de los focos. Puede que su vida no haya sido tan dulce como se espera. “Estoy segura de que no es la que ella deseaba”, ha revelado Sonia Berry, amiga suya desde el colegio. “Ella hubiera sido mucho más feliz viviendo con su familia en el campo, rodeada de sus perros y sus caballos”.