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En la primera entrevista que concedió Donald Trump, tras ser elegido presidente, con su familia, la periodista de la cadena ABC preguntó a Melania: "¿No se siente un poco nerviosa ante la responsabilidad de convertirse en primera dama?". Ella respondió muy tranquila: "Soy una persona muy fuerte, dura y segura". Y añadió: "Me mantendré fiel a mí misma". No habló de un proyecto o de la visión de su cargo, simplemente se definió a sí misma. ¿Se estaba defendiendo contra el tópico de esposa sumisa y manejable, que todos parecen atribuirle? ¿Lanzaba un desafío? ¿O estaba diciendo la verdad?
Desde entonces, las cábalas sobre su personalidad y su papel no han cesado, acrecentadas por su escasa presencia oficial y su prolongado encierro en la Torre Trump, en Nueva York, con un coste en seguridad que ronda los 70 millones de dólares, según los demócratas. Ella y la Casa Blanca insisten en que se mudará a Washington en junio, cuando su hijo Barron, de 11 años, termine el curso. Pero a nadie parece convencer ese sobreprotector papel materno, mientras el Ala Este de la Casa Blanca -las dependencias de la primera dama- permanecen casi sin staff y sin programa. ¿Es una nueva especie de miedo escénico? ¿No tiene interés en ser nada más que la esposa de un multimillonario? ¿O es más bien el estilo de quien hace de la aparente pasividad su arma más poderosa? Intentamos buscar respuestas.
"He decidido centrarme en Barron, uno de los dos tiene que estar con él". Es la respuesta que Melania repetía invariablemente, cuando le preguntaban por su ausencia en la campaña electoral. ¿Si su marido no era político, porque iba a comportarse como la esposa de uno? Desde el nacimiento de su hijo, su vida pública ha pasado a segundo plano.
Melania Trump
Lanzó una empresa de joyas en 2010, pero no volvió a prodigarse como empresaria e incluso su etapa más pública en actividades caritativas se remonta a 2010, cuando presidió la American Heart Association. Su prioridad era el niño: "Las horas que pasas con tu hijo, aunque solo sea los dos solos en silencio, en el coche, son muy cruciales", contaba a Harper´s Bazaar, meses antes de las elecciones. "No tengo niñera, solo un chef y un asistente, cuido a mi hijo yo misma", afirmaba, aunque la campaña de Trump admitió que contaba con una cuidadora.
Sin embargo, desde enero, el encierro en el tríplex de la Torre Trump ha sido tal que ya ni los paparazzi le siguen la pista. Ahora son agentes del servicio secreto quienes llevan al niño al colegio. Y los medios solo han obtenido una foto de ella y Barron entrando al dentista.
Con el índice de popularidad más bajo de la historia de las primeras damas -un 37%, según una encuesta publicada el día de la toma de posesión, frente al 55% de Michelle Obama, Laura Bush y Hillary Clinton en esa misma fecha-, muchos se preguntan si no estará, simplemente, cuestionando la obligación de estar "atada" a su marido. Porque esa es la clave, al fin y al cabo, de la esposa de un presidente: más o menos calladas, pero siempre sonrientes, todas han estado al lado de sus esposos, reforzando su mensaje.
¿Será que ese papel carece de sentido para una mujer que valora su independencia por encima de todo, en un imprevisto giro feminista? "Quizá es una forma de poner en evidencia un rol anacrónico", reflexionaba Katherine Jellison, experta en Historia de las Mujeres de la Universidad de Ohio. "Jamás ha buscado llamar la atención, no le gusta atraer publicidad", explicaba, por su parte, al Washington Post Karen LeFrak, íntima amiga del matrimonio.
Sin embargo, su retrato oficial parece sugerir una actitud de mujer poderosa: con blazer negro de Dolce&Gabbana y chalina de Hermès, los brazos cruzados, su solitario de 13 quilates bien visible, mirando de frente a la cámara, tanto su actitud, de una rara autoafirmación, como su look parecen más propios de una emprendedora de éxito que de la amable anfitriona que suelen parecer las primeras damas, retratadas siempre junto a un ramo de rosas o un mueble histórico.
Melania Trump
A pesar de elegir el mismo fondo -un ventanal oval- y casi la misma postura que Nancy Reagan -ella de rojo, sin mostrar los brazos-, el de Melania recuerda al retrato de una triunfadora, un mensaje, consciente o no, reforzado por su increíble tez perfecta, abiertamente retocada. ¿Es quizá la imagen de la empresaria que fue? ¿O la de la exmodelo a la que muchos miraban de reojo y a la que ahora todos deben pleitesía?
Todos los que la han conocido, desde el último biógrafo de Trump, Michael D´Antonio, hasta su íntima amiga la diseñadora Alice Roi resaltan su "reserva" y "autocontrol". "No es fácil lidiar con el entorno del presidente", explicaba en una entrevista Louise Sunshine, una antigua ejecutiva de la Organización Trump"Detesta los cotilleos, y, al contrario que su marido, piensa mucho cada cosa que hace y dice. Algo difícil, teniendo en cuenta que Trump está acostumbrado a ser la estrella".
¿Qué mejor estrategia entonces para centrar el interés y asegurarse la atención que alentar la expectativa? El resultado es evidente: un ejército de periodistas, analistas políticos y hasta expertos en lenguaje corporal diseccionan cada gesto, cada movimiento, cada vestido. Lo que domina no son las críticas, sino los interrogantes. "Pensé: es muy distante y guapísima, será una estrella", recordaba el estilista Phillip Bloch sobre su primer encuentro.
"Claro que no siempre estoy de acuerdo con él y le digo lo que pienso. A veces me hace caso, a veces no", insistía en la entrevista de la ABC. En un comunicado, calificó de "lenguaje inaceptable" el escandaloso comentario machista de su marido sobre las mujeres. Cuando habló, en la CNN, en octubre de 2016, sobre la polémica, afirmó que solo se trataba de "una charla entre chiquillos" y se alineó con la teoría de Trump: todas las acusaciones de acoso sexual eran parte de una "conspiración de los medios deshonestos". "Sé que respeta a las mujeres, solo se defiende, porque todo son mentiras", dijo.
"No puedes cambiar a una persona tras casarte con ella, es un error. A Donald le gustan los negocios. Y yo lo acepto, soy independiente", dijo en 2010 sobre su matrimonio. ¿Quién podría reprochárselo? "Tengo los pies en el suelo, y eso es lo fundamental para el éxito de una relación", añadió.
Melania Trump - Primera dama
Melania se casó con un hombre dos veces divorciado, 25 años mayor que ella y padre de tres hijos en la veintena. Un hombre que llamaba a la prensa sensacionalista de Nueva York fingiendo voces para filtrar noticias falsas sobre sus ex. El mismo que afirmaba que "lo de cambiar pañales no es para mí". O que cifraba el secreto de su armonía conyugal en que nunca había escuchado a Melania "tirarse un pedo", en el programa de Larry King. "Es perfecta", sentenciaba.
¿Irreal? ¿O simplemente infantil? Pero ella le eligió. "A veces digo que tengo dos niños en casa: mi hijo y mi marido", afirmó en la CNN, tratando de justificar el lenguaje sexista de su marido... A uno le ajusta el nudo de la corbata, al otro le tiene que recordar que se ponga la mano en el pecho para escuchar el himno nacional.
En estos 100 días, Melania Trump ha acompañado a Sara Netanyahu, la esposa del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu; a Akie Abe, la del primer ministro de Japón, Shinzo Abe, al que Trump recibió en Florida; y a la reina Rania de Jordania, con la que visitó una escuela de niñas de Washington. Además, ha intervenido brevemente en un mitin en Orlando -"Seré siempre fiel a mí misma", repitió-; ha leído un cuento en un hospital infantil... Pero, las pocas veces que ha protagonizado actos, sus palabras han chocado con el discurso de su marido.
Como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, en un almuerzo que organizó en la Casa Blanca para un grupo de empresarias: "Como inmigrante, sé el valor de la libertad y de la igualdad de oportunidades", dijo. "La paridad se consigue gracias a la educación, pero también enseñando empatía a nuestros hijos, especialmente a los chicos". En los Premios Women of Courage, de la Secretaría de Estado, dijo: "Donde se empequeñece a las mujeres, el mundo entero se empequeñece". ¿De verdad cree en lo que dice? ¿Y qué opina el presidente? Ese día, Trump defendía a Bill O´Reilly, presentador de la cadena Fox acusado de decenas de casos de acoso sexual: "Es un buen tipo, no ha hecho nada malo".
Lindsay Reynolds: Es su jefa de gabinete, asesora del presidente y maneja la agenda. Experta en recaudar fondos y organizar eventos, estuvo en el Gabinete del presidente George W. Bush. Está casada con el empresario James Mercer Reynolds, que pertenece a una importante familia republicana.
Stephanie Winston Wolkoff: Fue la primera en incorporarse y organizó los eventos de la toma de posesión. Es su asesora principal y entre sus labores están desde elegir el vestuario hasta el contenido de las causas de Melania, como la lucha contra el cyberbulling. Casada con un empresario inmobiliario, es íntima de Melania desde hace 10 años. Trabajó en Sotheby´s y Vogue, organizando la gala del MET.
Anna C. Niceta Lloyd: Es su secretaria social. Trabajaba en la empresa de eventos que planificó las cinco últimas tomas de posesión presidenciales.