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Puede que esta haya sido la peor de todas las derrotas sufridas por España en su larga historia eurovisiva. Primero, por comparación con la propuesta ganadora, un tema dulce y melancólico (y un poco "La, La, Land") interpretado por un cantante carismático y auténtico, Salvador Sobral. Portugal apostó por el talento reflejo de su identidad y se llevó el concurso de calle. Segundo, por la total falta de sustancia de nuestra canción, un vacío semántico sideral en un contexto surfero imposible de vincular a la marca España. Duele pensar que este es el nivel de la generación YouTube española. Tercero, por un gallo tamaño elefante que hubiera eclipsado cualquier otra virtud de la actuación, si la hubiera habido. No se puede desafinar y, para taparlo, gritar.
Lo cierto es que la presencia escénica de Manel Navarro no estuvo a la altura del mayor escenario que Eurovisión haya pisado hasta la fecha, como tampoco lo estuvo su diseño escenográfico: desaprovechó absolutamente las posibilidades de un equipo técnico despampanante, quizá por imperativo de la esencia viejuna de la temática playera. La puesta en escena de la actuación no aceptó el reto tecnológico y se quedó en los años 60. Así las cosas, toda la atención tuvo que centrarse en Manel, sobradamente dotado para un anuncio de Pantene pero aún demasiado verde para dar el salto de la pantalla del móvil al plasma del salón.
Al final, Manel Navarro y su retórica surfera se llevaron cinco puntos y el último lugar de la tabla, una posición que, aunque en otras ocasiones pudo justificarse en cierta incomprensión por parte del público de Eurovisión (pienso en Lydia o en Remedios Amaya, ambas de talento y voz indudable), esta vez se basa en una perfecta asunción de lo que pasaba encima del escenario: la nada. Resulta hasta poético que esos cinco puntos de triste consolación nos los haya entregado el público portugués: ellos sí que pueden derrochar generosidad. Sobral agradeció el premio deseando que el concurso vuelva a celebrar la esencia emocional de la música "por encima de los fuegos artificiales". A ver si su ejemplo cunde y el año que viene enviamos a alguien con contenido, sentido y sensibilidad. No un anuncio veraniego de cerveza.