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Puede que no haya otro trabajo más ingrato que el de la Primera Dama: ni están demasiado claras las funciones que han de llevar a cabo más allá de la de anfitriona y acompañante, ni se libran del escrutinio híper crítico que suelen recibir las mujeres con poder. Las consortes de los reyes y los presidentes llevan todas las de perder. En el caso de Melania Trump, la situación es aún peor: su antecesora, Michelle Obama, fue tan pluscuamperfecta, que las comparaciones son odiosas.
Desde el principio de la presidencia Trump, la cuestión de cuál sería exactamente el trabajo de Melania ha suscitado ríos de tinta. ¿Qué misión benéfica elegiría para trabajar junto a su oficina? La Primera Dama mencionó en varios discursos su preocupación por la cuestión del acoso en las redes, pero finalmente no inició ninguna campaña en ese sentido, así que el interés sobre el problema se disolvió. Que su marido ejerza frecuentemente de 'troll' y ataque a mujeres, senadores, la prensa y presidentes extranjeros desde su cuenta de Twitter no hacía de esta causa una muy propicia.
Ahora, siete meses después de su llegada al cargo, Melania Trump da señales de haber encontrado un problema que suscita su compasión o, al menos, su interés. Se trata del uso masivo de opiáceos que se está produciendo en la sociedad estadounidenses, un problema que ha convertido en la muerte por sobredosis en la más común entre los menores de 50 años. Solo el año pasado, 59.000 personas fallecieron de sobredosis. La Primera Dama escribió en su Twitter: "Los opiáceos están destruyendo nuestra juventud. Todo mi apoyo a #stopadicciónalasdrogas". ¿Se convertirá finalmente esta causa en su contribución como Primera Dama?
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