Ha sucedido este mismo fin de semana en Martha's Vineyard, una pija localidad de Massachusetts a la que Taylor Swift viajó para ejercer de dama de honor en una boda. La cantante se había preocupado de estar desaparecida en combate para los flashes durante toda la semana, queriendo evitar (suponemos) las mil y un preguntas impertinentes sobre su nueva canción y vídeo. Sin embargo, sus fans sabían que tenía que dar la cara en la boda, y hasta allí viajaron para saludar a su estrella favorita. La cosa estaba climatológicamente gafada: llovía a raudales.
La novia, su muy mejor amiga Abigail Anderson, se casaba con el fotógrafo Matt Lucier en este pueblecito enclavado en una isla que, precisamente por su estratégica posición geográfica y por lo carísimo que es todo, es lugar recurrente de vacaciones para los Obama, Bill Murray o Amy Schumer. Lo normal es que los lugareños pasen olímpicamente de los famosos, pues están acostumbrados a verlos ir y venir. Sin embargo, los fans de Swift no tenían ninguna intención de hacerse los suecos: se arremolinaron en la puerta de la iglesia como una mini plaga de mangostas.
Llegó el momento de la salida y la novia salió tranquilamente, pero tras ella no se vio a Taylor Swift. Sus fans, nerviositos perdidos, empezaron a gritarle los consabidos: '¡Taylor, te queremos!' y terminaron increpándole: '¡Taylor, pensábamos que nos querías!'. Todo dio igual: no hubo manera de verle el pelo. La cantante se deslizó hacia su coche tapada en todo momento por dos mantas negras que portaba su personal de seguridad. ¿Tanto le costaba sacar una mano y saludar a sus seguidores? Los que la defendieron ante el mundo hoy están que trinan.
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