Caitlin Moran. / d. r.

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¿Son niños o "salarymen" japoneses?

No conozco a ningún padre que no se sienta rabiosamente impotente ante todos los exámenes y la presión a los que se ven sometidos los niños del siglo XXI.

Para vivir en un país próspero que no está en guerra, me da la impresión de que criar niños nos produce una ansiedad excesiva. Sí, ya sabemos que el paro, el precio de la vivienda y la velocidad de la vida moderna son terribles, pero ninguno de estos problemas explica por sí mismo el incremento de la enfermedad mental entre los jóvenes de mi país. Últimamente, el Ministerio de Educación del Reino Unido ha informado de que el número de niñas tratadas por autolesionarse ha aumentado en un 285%, y los casos de desórdenes alimentarios se han elevado un 172%. Ahora mismo, un tercio de nuestras adolescentes sufre depresión o ansiedad. Un tercio. Así que es muy probable que conozcas a más de una de esas niñas infelices. Es una cuestión de simple estadística.

Estas cifras solo pueden ser motivo de una profunda, muy profunda vergüenza. Me pregunto cómo nos sentiríamos -cómo cambiaría la política- si, en lugar de informar sobre las fluctuaciones en Bolsa, los telediarios nos dijeran cada noche cuántos jóvenes han ingresado en los servicios de salud mental. En unas décadas, estos niños atormentados dirigirán este país. Y un país siempre termina convirtiéndose en lo que son sus jóvenes. Así que, ¿en qué clase de países nos convertiremos?

Pero hay otra estadística a la que deberíamos prestar atención: la del declive en el interés de los alumnos por las asignaturas de arte y humanidades. Teatro, danza, música, dibujo... Incluso el deporte parece estar dejando de interesar a los más jóvenes. Y se entiende, ya que estamos programados para pensar que se trata de materias menos importantes, de marías. No son asignaturas, son lujos, creemos. Pero, a través de estas actividades, los jóvenes hacen algo vital: perderse. Salen de la crisálida frágil de sus pensamientos para convertirse en algo distinto. Corren bajo la lluvia, cantan hasta quedarse roncos, bailan hasta perder el sentido. Trazan el primer boceto de una nueva imagen en un folio en blanco.

Ser joven es ser alguien que visita muchos escenarios, mediante la repetición, el ensayo y el error. Esa es la naturaleza de la juventud. Rebajar esas expectativas -convertirte en alguien que no bailará, ni participará en ninguna obra teatral, pero que, en cambio, permanecerá atornillado a una silla de la escuela hasta que apruebe el inglés y las matemáticas- es convertirte en el oso polar de un zoológico. Te pones frenético. Das vueltas como una fiera enjaulada. Empiezas a hacerte daño.

Yo he pasado por esas fases de pánico, ansiedad y autolesiones. Este tipo de trastornos no son como los virus (te infectas, los combates y te libras de ellos). Se convierten en parte de lo que eres: de la misma forma en que algunas personas son delgadas por naturaleza, otras nacen naturalmente ansiosas, depresivas o compulsivas. Y es algo que se queda contigo para siempre, a veces muy intenso y a veces languideciente.

Es algo que se esconde entre la muchedumbre en tus fotos de boda, asoma un hombro en la instantánea en la que soplas tus velas de cumpleaños. Y si algo he aprendido en estos años de lidiar con mis propias tendencias es que la felicidad no es un pensamiento. No es lo que piensas ni cómo lo piensas. A menudo, la felicidad es, simplemente, lo que haces. No se puede esperar que alguien trabaje como un mulo, en condiciones angustiosas y competitivas, sin desarrollar ansiedad.

Nuestros hijos llevan la misma vida que los salarymen (esos ejecutivos japoneses de bajo rango que trabajan hasta el desmayo): muy tecnológica, altamente reglamentada, con agendas muy apretadas y, a partir de los siete años de edad, sometida a exámenes regulares y a objetivos estrictos, lo que -obviamente- les hace sentir en dura competencia con sus compañeros. Simultáneamente, qué curioso, t enemos una generación de niños ansiosos, que se autolesionan y se deprimen.

La última pregunta de esta temporada de inicio de curso debería ser: "Una era de pruebas tempranas, reducción de asignaturas artísticas y aumento de la educación académica obligatoria coincide con un fuerte aumento de los problemas de salud mental infantil. ¿Cuáles son tus conclusiones?".

Caitlin Moran

Es la autora de 'Cómo ser una mujer' (Anagrama) y en 2014 fue elegida en Gran Bretaña como la periodista más influyente en Twitter y la columnista del año.

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Mujer, Infancia