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Mujeres negras españolas toman la palabra

Nacieron aquí, pero en el colegio las llamaban “conguitos” o “colacaos”. Cansadas de microrracismos y de que se las considere extranjeras en su propio país, por fin, han tomado la palabra.

Ana Santos
Ana Santos

Silvia tiene 41 años, pareja estable, una hija de cuatro y es actriz; Laia, de 33, es funcionaria y está soltera; Maguette, de 29, comparte carrera musical con su novio mientras finaliza los estudios; y Desirée, funcionaria de 39 años, está divorciada y tiene dos hijas de ocho y 10. Además, forman parte de los dos millones de españoles afrodescendientes que, según el Alto Consejo de Comunidades Negras, viven en nuestro país. Un porcentaje considerable de la población –algo más del 4%–, del que lo desconocemos prácticamente todo.

Desde hace unos años, foros como Afroconciencia o Black Barcelona Referentes (que se celebran en Madrid y Barcelona) y asociaciones como Afroféminas luchan por dar visibilidad al colectivo y reflexionar sobre su identidad. Silvia, Laia, Maguette y Desirée se conocieron participando activamente en ellos y, desde entonces, son amigas.

“Las redes sociales permiten que estemos más cerca y se nos vea más. Además, somos la primera generación numerosa que no ha venido de fuera, sino que ha nacido aquí. Pero a la gente le cuesta mucho entender lo que somos. A raíz de un artículo que publiqué una chica me dijo: “Es que vosotras las africanas…”. Y le respondí “¡Eh, cuidado! Soy negra, pero tengo más cosas en común contigo que con ellas: de pequeña he visto las mismas series y me he reído de lo mismo”, explica Desirée Bela-Lobedde, hija de padres guineanos nacida en Barcelona y un importante referente entre los afrodescendientes, gracias a su web Negra Flor y a las charlas que imparte. “Siempre hemos estado aquí, pero ahora hemos empezado a decir: “Esto me molesta”, “Esto no me gusta”.

Desirée comenzó su blog en 2011, a raíz de su decisión de dejar de alisarse el pelo. “Tuve que aprender a cuidar de mi cabello en su estado natural y decidí compartir mis experiencias con mujeres que estuvieran en el mismo proceso”. Pero el pelo solo fue el principio. En su blog habla de temas personales y de raza, pero también da consejos para aprender a ponerse un turbante o maquillarse. A lo suyo lo llama “activismo estético”, “porque el pelo afro ha sido un elemento de opresión histórico para las mujeres y, por lo tanto, cuidarlo es activismo. Nos empodera”.

Silvia Albert, nacida en San Sebastián de padre nigeriano y madre guineana, abrazó hace cuatro años el activismo, al mismo tiempo que la maternidad, para evitar que su hija pasara por lo mismo que ella. “En el colegio nos llamaban “los conguitos” y “los colacaos”, y la gente creía que no nos importaba porque poníamos una sonrisa congelada. Buscaba un espejo donde mirarme y no lo había, pero ahora ya no nos callamos”, afirma. Un pasado con luces y sombras que revive en No es país para negras, un monólogo teatral que tiene el poder de ponernos dentro de su piel en cada escena y que refleja “el racismo invisible, el racismo positivo, el racismo sutil... ese del que, si te quejas, te tachan de paranoica”. Porque, las cuatro reconocen haber convivido con un cierto racismo desde sus primeros recuerdos. ¿Cómo reaccionar a las preguntas estereotipadas de la suegra y el repertorio de bromas racistas del suegro?

"¿De dónde han salido estos niños?

Maguette Dieng es hija de una zamorana y un senegalés que se conocieron en Melilla hace más de tres décadas, cuando las parejas mixtas eran algo muy excepcional. “ De niña vivía entre blancos en un pueblo de 3.000 habitantes y fue muy difícil. Entonces la gente se preguntaba: “¿De dónde han salido estos niños?”. Cuando vas creciendo, tienes que aguantar que te insulten o que te vigilen cuando entras en una tienda –relata–. Son actitudes que no me han marcado, porque nunca me he sentido acomplejada por ser quien soy y me gusta lo que veo. Pero sé que hay otros que se miran al espejo y piensan que ojalá fueran blancos para pasar inadvertidos o tener más oportunidades. Y eso puede acabar con tu autoestima”.

Silvia alude a esos “pequeños” detalles racistas que son como los micromachismos, sutiles pero constantes. “Nos cuesta identificarlos en el día a día, pero te ocurren en los aeropuertos, en un banco, con la policía… Te acusan de tener la piel muy fina y no puedes denunciarlos, porque dicen que “no es para tanto”, reflexiona. Y hace referencia a las connotaciones sexuales que soportan: “Estamos hipersexualizadas. Una mujer negra es accesible, exótica, deseable… Somos un “bombón”, un “chocolatito”; no hay más que entrar en Internet –explica–. Recuerdo que, en un debate que hicimos en La Coruña tras la obra, una espectadora dijo que no iba al centro porque, en cuanto se paraba en una calle, se le acercaba un hombre a preguntar cuánto cobraba”.

Desirée, que sabe lo que es ser rechazada en un trabajo por ser negra –“Notas cómo les cambia la cara cuando te ven”, afirma– y que ha tenido que cerrar sus perfiles en redes sociales por amenazas racistas y machistas, lamenta que lo primero que se les cuestione sea su españolidad. “La diferencia entre Estados Unidos y Europa es que aquí cuesta aceptar que haya europeos no blancos, mientras que allí se les podrá discriminar, pero nadie duda de que son estadounidenses –explica–. En España siempre nos preguntan: “¿Y tú de donde eres?”. “Española”. “¿Pero dónde naciste?”. “En España”. “Y antes, ¿de dónde venías?”. Aquí tienes que justificar constantemente quién eres. Hay formas y formas de preguntar: una cosa es hacerlo porque te interesa la historia familiar que hay detrás y otra cuestionarlo porque no acabas de creer que haya negros que son tan españoles como tú. Yo soy negra, pero no africana; estoy orgullosa de mis raíces, pero soy española”.

Parece que tengas que estar justificando quién eres".

Desriée Bela-Lobedde

El caso de Laia Muñoz es distinto. Nació en Barcelona hace 33 años y a las dos semanas fue entregada en adopción a una familia blanca, “muy catalana”, con dos hijos biológicos. Creció en un ambiente en el que se referían a ella como “una chica de color” –“Ahora les pido que digan negra, porque no tiene nada de malo serlo y para mí es importante”, cuenta– y no tenía ningún vínculo con sus orígenes, hasta que hace unos años escuchó a Desirée en un programa de TV3 y se identificó con sus palabras.

Pidió los datos de su familia biológica, con el apoyo incondicional de la adoptiva, y hoy mantiene una buena relación con ellos. Además, ha hecho nuevas amistades entre los de su raza y acaba de estrenar peinado afro. Y de todo esto habla en las charlas que da a las parejas que están en trámites de adoptar un niño negro, para que sepan por su experiencia cómo puede afectar a la familia. “Sé que mis hermanos se peleaban en el colegio para defenderme y mi madre siempre me cuenta que un día cogí una goma de borrar y empecé a “borrarme” el brazo, porque quería ser como los demás. Ahora me encanta el color de mi piel, pero cuando eres pequeña los comentarios te afectan”, afirma. Sus amigas blancas están sorprendidas de su repentina inmersión en la negritud, pero ella se siente mejorç que nunca y ya está planificando un cuidado del cabello afro como respuesta política al racismo. viaje a África: “Tengo muchas ganas de ir. Hace poco estuve en República Dominicana y me encantó esa sensación de que nadie me mirase”.

Integrar no, visibilizar

Las cuatro están de acuerdo en que la relación con los orígenes es algo muy personal que depende, fundamentalmente, de la experiencia vital y de la educación que han recibido de sus padres. “Uno de los errores más comunes es creer que todos los negros pensamos lo mismo. Nuestra comunidad, como todas, es diversa y heterogénea. En mi caso, no me han fomentado la cultura africana y, cuando de niña me interesaba por ella, me decían: “¿De qué te va a servir?”. Mi madre era soltera, trabajaba mucho y yo me he criado con una familia de andaluces; me pasaba el día bailando sevillanas, tenía acento de Cádiz –cuenta Desirée con una sonrisa– y tocaba las castañuelas. Hay sectores muy radicalizados en nuestro propio colectivo para los que, si no has viajado a África, no has leído a determinados escritores africanos o no conoces de pe a pa la vida de Angela Davis o Malcom X, mereces que te quiten el carnet de negra. Pero yo soy yo y mis circunstancias, y nadie puede restar credibilidad a mis experiencias ni cuestionar mi identidad”.

Desirée, Silvia, Maguette y Laia también hacen suya la frase de la activista y periodista afrodescendiente Lucía Mbomio: “A mí no me tenéis que integrar, me tenéis que visibilizar”. “Hay médicos o profesores negros, pero parece que solo sabemos jugar al fútbol o hacer música. En el caso del cine español, yo solo hago castings para papeles estereotipados de negra, no para interpretar a una abogada o una madre de familia. ¡Incluso me describen en la ficha como afroamericana en vez de poner afroespañola! ¿Tan difícil es?¿Se necesitan referentes extranjeros para entendernos?”, afirma Silvia.

Desirée está de acuerdo con ella, pero no es partidaria de destacar a unos pocos por encima del resto. “Cuando decimos: “¡Tenemos un alcalde negro!”, parece que él es el que vale y los demás no estamos a la altura. Yo quiero ser normal y si destaco que sea por mis méritos, no por ser negra”, reconoce. Aparentemente tan sencillo, pero todavía tan complicado.

Estilismo: Sandra Escala. Maquillaje y peluquería: Marta Saez y Xavi Vañverde (Talents) para Art Lab-Aveda.

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