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Su historia parece un cuento de hadas, pero María Marte no se siente una moderna Cenicienta. Es más bien una guerrera que tuvo que luchar muy duro para conseguir triunfar en la alta cocina: hasta hoy ha sido la chef del restaurante Club Allard de Madrid, con dos estrellas Michelin. Por eso, la noticia de que esta gran cocinera dominicana colgaba el delantal para emprender un proyecto solidario en su país natal ha causado revuelo. Muchos se preguntan cómo una chef con un futuro tan prometedor lo deja todo para ayudar a otras mujeres sin recursos. María no pudo pagarse un curso en una selecta escuela.
Era la pequeña de una familia de ocho hermanos y, siendo aún una niña, empezó a trabajar en la taberna de su padre, en el pueblo de Jarabacoa. Creció entre pucheros y cazuelas, aprendió los guisos tradicionales y, de su madre, el arte de los dulces. En sus ratos libres veía un canal de cocina en la televisión y memorizaba trucos y recetas.
Con este bagaje y tres hijos a los que criar, montó una modesta empresa de catering en su propia casa. Pero los números no salían y un buen día decidió hacer las maletas y venirse a España. Tenía 24 años cuando llegó en 2003 y el primer trabajo que encontró fue para fregar platos en el Club Allard. Lejos de desmoralizarse, tenía muy claro que su objetivo era ser cocinera. De limpiar los platos pasó a pelar patatas y, luego, a pinche de cocina. Le permitieron ayudar en los fogones, pero sin desatender las tareas de limpieza. Así que hacía turnos agotadores de más de 15 horas. Era la primera en llegar y la última en marcharse. Fueron meses de esos que acaban con muchas vocaciones, pero no con la suya.
Un día le encargaron que hiciera una menestra. María eligió unas vainas, calabacín, tomate, brócoli y maíz, el cliente la felicitó y, a partir de ese momento, entró a formar parte del equipo de cocina. En dos años, pasó de fregar platos a convertirse en la mano derecha del chef Diego Guerrero. Cuando en 2013 él anunció que se marchaba, muchos pensaron que sus estrellas Michelin se iban a evaporar. Pero fue otra mujer, la directora del Club Allard, Luisa Orlando, quien decidió darle a María la oportunidad. Y la apuesta salió bien: la dominicana no solo revalidó las dos estrellas, sino que creó una cocina fusión que asombra por su calidad y su paleta de sabores.
Ahora quiere pasar más tiempo con sus hijos y devolver lo mucho que la vida le ha dado. Su sueño es dar formación a mujeres humildes, enseñarles los secretos de la hostelería y que tengan una oportunidad de prosperar. Y más adelante montará su propio restaurante en la isla para que la gente de su tierra conozca la cocina mediterránea. Con semejante trayectoria vital, nadie duda de que llegará donde se lo proponga. “Me he dado cuenta de que es mejor dar que recibir”, dice María con una sonrisa, a punto de dar un nuevo giro a su vida.
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