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Muchos dicen de Marion Cotillard (Paris, 1975) que es una de las grandes actrices del cine mudo. Es por su mirada, que habla cuando se queda en silencio y cuenta una historia en pocos segundos. Sus ojos azules muestran una estupefacción infantil. A sus 42 años, no han perdido ni la inocencia ni el brillo de la juventud.
Esa capacidad de sugerir sin palabras ya la distinguía cuando era pequeña. "Una niña y una mujer siempre secretas", dice su padre. Con siete años, ya tenía " dilemas existenciales", cuenta la actriz. En el colegio era tímida y solitaria, y estaba llena de ansiedad. Solo disfrutaba de los juegos de palabras, las bromas y los números de danza que deleitaban a la familia. Sus primeros ídolos fueron también estrellas del cine sin palabras: "A solas, me gustaba imitar a Louise Brooks o a Greta Garbo en el espejo".
Su madre es actriz de teatro; su padre, director y mimo. La creatividad se respiraba en cada rincón de su casa, en un barrio acomodado y bohemio de las afueras de París y, más tarde, en Orleans. Con siete años, Cotillard hizo su primera película y, poco después, se matriculó en la escuela de interpretación que había abierto su madre. Para ella, la actuación era una forma de escapar de sí misma. "Pero al final fue al contrario, me ayudó a encontrarme".
Marion Cotillard
A los 18 años, protagonizó la serie 'Highlander' (una versión televisiva de la película Los inmortales) su primer trabajo. Poco después, llegó el director francés Luc Besson con su película 'Taxi' y el papel de la novia de un ingenuo taxista que se enredaba con la mafia de Marsella. Desde entonces ha hecho más de 50 películas y cortometrajes y una decena de series de televisión. Es una de las presencias imprescindibles en la alfombra roja de Cannes. Su rostro es, además, el emblema de otro gran símbolo francés: el bolso Lady Dior.
En estas décadas, Marion Cotillard no ha dejado de recibir galardones. Es una de las actrices francesas más premiadas: tiene dos César y ha sido candidata cinco veces. El primero, como actriz revelación, lo ganó en 2005, con una actuación de solo ocho minutos en los que interpretaba a una mujer condenada a la guillotina, en 'Largo domingo de noviazgo', de Jean-Pierre Jeunet. Además, ha recibido el Premio del cine Europeo, la Palma de Oro en Cannes, dos Satellite Awards (de la Academia de la Prensa Internacional)...
Sin embargo, asegura, nunca ha competido por un premio: lo que persigue es dar alma a un personaje, meterse en su corazón, atreverse a dar ese salto en la oscuridad. " Se pueden ganar muchos premios, pero no sentir que has alcanzado el éxito -reflexiona-. Y nunca deben ser un fin en sí mismo, porque crean una tensión inútil, se vuelven algo tóxico. Yo, personalmente, nunca los he deseado, pero es cierto que, cuando llegan, los aprecio mucho".
Sus papeles la han obligado a transformarse de forma espectacular. En 'De óxido y hueso', de Jacques Audiart, es una chica amputada de las dos piernas; en 'La inmigrante', de James Gray, una ingenua polaca en Nueva York que se ve arrastrada a la prostitución. "No tengo miedo a transformarme delante de la cámara, a parecer un monstruo. Porque es crear algo nuevo". La transformación definitiva, la que la convirtió en una estrella, llegó con su encarnación de Edith Piaf en ' La vie en rose' (2007), de Olivier Dahan. Cotillard cambió su voz para conseguir la ronquera característica de la cantante, logró emular su forma de andar encogida y su diminuto cuerpo devorado por el cáncer. " Ella se metió dentro de mí como si fuera un espíritu, en cuanto me puse delante de la cámara -cuenta-. Fue tan intenso que luego me costó meses deshacerme de ella".
Marion Cotillard
La lluvia de premios fue imparable: un Bafta, un Globo de Oro, un César, un Premio Lumière (los Globos de Oro franceses). Y el Oscar. Es la primera actriz francesa que lo ha conseguido por una interpretación en su idioma. "La promoción fue maravillosa. Pero obtener el reconocimiento de tus compañeros de profesión fuera de tu país es una recompensa fantástica".
A partir de entonces, se le abrieron las puertas de Hollywood. Rodó, entre otras películas, 'Enemigos Públicos', con Johnny Deep; 'Nine', con Nicole Kidman y Penélope Cruz; 'El caballero oscuro', con Gary Oldman y Michael Caine; 'Midnight in París', dirigida por Woody Allen y... 'Aliados', con Brad Pitt.
Fue precisamente durante el rodaje de esta última cuando los paparazzi dispararon sobre ella, habitualmente muy discreta sobre su vida privada, y se difundió el rumor de que ambos actores podrían haber mantenido un romance que desencadenó la ruptura de Pitt y Angelina Jolie. En esos momentos, Cotillard estaba embarazada de su segundo hijo y los periódicos sensacionalistas llegaron a decir que el padre de ese bebé era el actor estadounidense.
Cotillard se lo tomó con humor, según cuenta, pero publicó una nota en Instagram desmintiéndolo. Su pareja, el actor y director francés Guillaume Canet, habitualmente fuera de foco, salió en defensa de su mujer y arremetió contra "la estupidez de algunos periodistas y el odio de los internautas que se esconden en el anonimato". "Me siento orgulloso de Marion, la quiero y la admiro", añadía. "Si eres una persona pública, siempre estás expuesto al juicio de los demás -afirma la actriz-. Pero, me parece algo indecente hacer pública tu intimidad o que entren en ella de esta forma".
Marion y Guillaume Canet (que estuvo anteriormente casado con Diane Kruger) están juntos desde hace 10 años. Forman una de las parejas icónicas del cine francés, una especie de "brangelina intelectual" a la parisina. Viven con sus dos hijos, de cinco y un año, en un apartamento de Le Marais, el barrio más boho-chic de la capital. Hasta ahora habían trabajado en cinco películas juntos, compartiendo cartel, una de ellas dirigida por Canet. "Tengo una gran admiración por mi marido como director y como actor. Se arriesga cada vez más y eso me gusta. Le admiro mucho", confiesa Cotillard.
' Cosas de la edad' (estreno, 28 de marzo) es la segunda película en la que Canet dirige a Cotillard y la primera comedia de la actriz, un género en el que anhelaba probarse a sí misma. Ella asegura que el guión no tiene nada de autobiográfico, pero la película es una autoparodia donde los actores participan con sus nombres reales. Así que Guillaume Canet -que trabaja también delante de la cámara- hace de Guillaume, un actor que se obsesiona con la edad y acaba entrando en un delirio de operaciones estéticas y gimnasios.
Marion Cotillard
"Es cierto que trabajar con tu pareja te da seguridad, pero, al mismo tiempo, te exiges más para estar a la altura -explica la actriz-. Afortunadamente, Guillaume y yo tenemos mucha complicidad y todo se desarrolla entre nosotros de una forma muy natural, así que ha sido fácil". Lo singular de la historia es que esta vez es un hombre quien que se obsesiona con la edad, no ella. "Es verdad que habitualmente esa presión y ese miedo a envejecer afectan más a las mujeres, pero hoy empiezan a sufrirlo también ellos -reconoce la actriz-. Vivimos en una sociedad que venera la juventud. Así que muchos hombres se han sentido identificados con esta película. Porque su miedo al paso del tiempo también es muy real".
Sin embargo, de momento, Marion Cotillard dice que a ella no le preocupa cumplir años. "Envejecer es algo que da miedo, pero yo me miro muy poco en el espejo. Es verdad que en la pantalla no puedes ocultar nada pero, por fortuna, de momento no tengo que preocuparme de ello. Aunque no juzgo, en absoluto, a las personas que tienen ese miedo. No sé cómo viviré el tener más arrugas o más huellas del paso del tiempo. Tampoco sé si, llegado el momento, me haré algún retoque estético". Entonces, ¿qué cosas le ha traído el tiempo? ¿Qué tiene la Marion de hoy que no tenía la de ayer? "Evidentemente, no solo arrugas, sino un conocimiento mejor y más profundo de mí misma. Es algo que aprecio mucho, porque me ha permitido arreglar muchas cosas". ¿Por ejemplo? "Los conflictos de mi adolescencia y los traumas que me produjo".
' Cosas de la edad' es una comedia en clave autoparódica en la que a un actor y director llamado Guillaume Canet la crisis de los 40 le pasa por encima como una apisonadora. Canet, claro, se interpreta a sí mismo y Cotillard hace de la pareja que sufrirá las consecuencias de las delirantes inseguridades que vive el actor-director-personaje. Una divertida sátira de las presiones sociales (y estéticas) que padecen tanto las estrellas como el común de los mortales.