actualidad
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Cada vez que entro en las habitaciones de mis hijos, me transformo en una filósofa. Ya saben: filósofo es aquel (o aquella) que se cuestiona la realidad, que duda de todo, que se lo pregunta todo. Filosofar es distanciarte de tus propias creencias. Pues eso. Yo miro el cuarto de mis hijos y me pregunto si el desorden no será una forma genuina de expresión del ser humano, un modo de reafirmarse, de converger con el mundo. Me pregunto si el gurruño de pijama con calzoncillo, que encuentro en el fondo del armario, no será en realidad un mensaje de profundo significado que mi hijo intenta lanzarme.
Care santos
Me pregunto también si el caos no es en nosotros, los seres humanos, mucho más natural que el orden. ¿Será que los humanos (y las humanas) encontramos más placer en pasar horas en medio de una habitación caótica que en un lugar donde todo ocupa su lugar y reinan la armonía y la limpieza? Tal vez ya éramos así al principio, cuando recién comenzábamos a andar sobre dos patas. Es decir, un absoluto desastre. Tal vez el orden no es algo innato sino cultural, y por tanto hay que mirarlo con desconfianza, porque nos niega como especie y nos encamina hacia una civilización que pretendemos y negamos al mismo tiempo. Tal vez lo mejor es rendirse a la evidencia: tratar de ordenar ciertos sitios es, simplemente, imposible.
En fin, déjenme filosofar a gusto mientras recojo calcetines de debajo de los muebles (algunos llevan ahí varios días) y mientras trato de colocar la ropa limpia en un estante donde no haya 3.000 cosas que no deberían estar: libros, cubos de Rubik, palos de selfie y hasta un bote de espuma de afeitar con su moño de espuma disecada. Es un método primitivo de supervivencia, me digo: mientras filosofo, se me pasan las ganas de arrojarlo todo por la ventana (incluidos mis hijos). Ay, qué gran avance civilizador es la Filosofía.
Ya no es una simple etapa, como la niñez o la madurez, ni tiene visos de caducar pronto. Ahora la adolescencia ha aumentado de tamaño. En este momento, afirman los expertos, por lo visto se prolonga hasta los 24 años. Antes de esa edad, solo hay inestabilidad emocional y dependencia, afirman los expertos. Unos hablan de sobreprotección y otros, de falta de oportunidades. Yo, por si acaso, voy advirtiendo: en casa, la adolescencia se acaba, como mucho, a los 20 años. Y me considero muy generosa
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