Una chica mirándose a un espejo. / Katie thompson

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Cara y cruz de la autocrítica

Una voz interior nos dice si hemos actuado bien o mal, pero podemos ser más o menos severos con las palabras que nos dirigimos a nosotros mismos. Si son demasiado duras, corremos el riesgo de aislarnos y bloquearnos

La autocrítica proviene de lo que en psicoanálisis se denomina “superyó”, una instancia psíquica inconsciente que guarda los valores y los ideales que hemos construido a lo largo de nuestra infancia y que son herederos de lo que hemos vivido con nuestros padres y de lo que ellos nos han transmitido.

Todos necesitamos hacer autocrítica. Se trata de una reflexión en la que se valora lo que tenemos que cambiar. Gracias a ella, se reconocen las equivocaciones propias y se favorece la comunicación con los demás, pues conduce a pedir disculpas cuando se ha molestado a otro. Además, nos ayuda a cambiar en aquello que tenemos que mejorar y a aceptarnos como somos, con nuestras carencias y defectos, pero también con virtudes estimables. Pero esta voz interior también puede modelar el narcisismo y llevarnos a creer que hacemos todo bien, lo que conduciría al autoengaño y a un desconocimiento de nosotros mismos.

Nos criticamos cuando hemos cometido un fallo, para prevenir que vuelva a ocurrir, para cambiar, pero para hacerlo tenemos que aceptar que fallamos, pues no somos infalibles. Ahora bien, esa crítica tiene que realizarse dentro de unas cantidades y una intensidad que no hagan sufrir a la persona.

La imagen interna de cómo ser mujer tiene componentes específicos. Dentro de la familia, se sigue esperando que la mujer sea la encargada de gestionar los sentimientos y administrar el mundo emocional. Ello las hace más vulnerables a una autocritica culpabilizadora cuando aparecen desacuerdos en las relaciones personales.

"Mejor me callo"

Clara recordaba cómo había acabado la última comida que tuvo con sus amigas. Le había dado vueltas y más vueltas a aquel encuentro. “La próxima vez me callo. He quedado como una tonta”, pensaba. Habían hablado sobre lo que les sucedía en el trabajo y también con sus parejas. Mientras sus amigas reivindicaban lo que querían y protestaban acerca de lo que consideraban injusto, ella sufría lo que le pasaba sin atreverse a protestar. Confesó que optaba por no enfrentarse porque eso siempre empeoraba la situación, a lo que sus amigas respondieron que esa forma de actuar no cambiaba las cosas. No le dijeron que era una cobarde por no enfrentarse a los demás, pero ella se sintió así.

Pero ahora ya no se sentía de ese modo. Llevaba tiempo acudiendo a una psicoterapia psicoanalítica y algo dentro de ella estaba cambiando. No tenía miedo ni a la crítica de sus amigas, ni a la que se hacía a sí misma cuando reconocía que no había actuado de la forma adecuada. Aceptaba que había cometido un error, pedía disculpas si tenía que hacerlo y se sentía más fuerte cada vez que enmendaba una equivocación que había cometido, ya fuera con otra persona o consigo misma.

La capacidad de reconocer los propios fallos es un apredizaje de la infancia.

Clara tenía una autoexigencia muy alta. Antes de empezar el proceso psicoterapéutico, apenas resistía una crítica porque después se martirizaba con autorreproches. Tenía dos hermanos. Ella era la mayor y siempre había estado esperando la aprobación de su padre. Nunca llegó, pues era un hombre muy ocupado con su trabajo, rígido y partidario de reglas educativas exigentes.

Clara fue una estudiante excelente, pero nunca encontraba un reconocimiento paterno. Cuando tuvo que elegir carrera, no siguió el deseo de su padre, que era un abogado de prestigio y quería que su hija se quedara en su despacho, ya que sus hermanos tampoco habían querido seguir sus pasos. Siempre sintió que su padre le pedía más a ella. Al final, Clara eligió ser traductora. Llegó a pensar que la falta de comunicación con su progenitor le había llevado a ayudar a los demás a entender lo que otros hablaban en un intento de reparar la falta de comunicación que había tenido con él. Creía que ella y su padre hablaban idiomas distintos. Algo que descubrió en el tratamiento es que, en alguna medida, ella se criticaba a sí misma, al igual que sentía que su padre lo hacía.

Cuando comprendió que probablemente la rigidez de su padre, lejos de mostrar fortaleza, escondía fragilidad, comenzó a disculparle a él, y a sí misma cuando cometía un error. La culpa que sentía por haber seguido su deseo y no sostener el de su padre comenzó a diluirse.

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