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¿Cuál es la diferencia entre ella, se preguntan, y otros niños y niñas que sufrieron atentados y bombardeos? ¿Por qué Malala tiene un nombre que se publica y se invoca, y el de sus hijos se enterró “como si nada”? Cuando los talibanes entraron en el autobús que la llevaba al colegio y gritaron “¿Quién es Malala?”, alumbraron –sin quererlo– un mito. Durante meses estuvo con el cerebro al aire en un hospital de Birmingham: no podía reír, ni parpadear. Pero tuvo un centímetro de suerte y la atención de Occidente.
A los 11 años, en lo más negro del terror talibán, cuando prohibieron a las niñas ir a la escuela, Malala tenía un blog en la BBC donde contaba cómo era su vida cotidiana. Lo hacía con seudónimo, pero todos sabían que era la hija del maestro. Así pasa a veces: la exposición es un riesgo, pero también te salva. Ahora, que ya es una mujer, dice que su sueño es liderar a su pueblo y yo quiero creerla. Al fin y al cabo, Malala es la esperanza que necesitamos.
Malala (21 años) en una entrevista con David Letterman. Estudia un triple grado en Filosofía, Políticas y Económicas en Oxford.
Malala en la ceremonia del Premio Nobel de la Paz (2014, Oslo), que compartió con el activista indio Kailash Satyarthi.
Ilustración de Malala en el libro 'Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes' (Planeta).
Malala con sus padres y sus hermanos en Pakistán el pasado marzo: “La última vez que estuve en mi país tenía los ojos cerrados”. Ella sigue amenazada de muerte.
Junto a su padre, inaugurando la biblioteca de Birmingham (2013).
Malala en la portada de la revista Time.
Malala en el hospital donde fue trasladada tras el atentado en 2013.
Una de sus fotografías celebrando la primavera en la Fiesta de los Colores (2018).
Con dos años en su humilde casa de Pakistán.
De África a Estados Unidos, Malala se ha convertido en un símbolo del derecho universal a la educación.
Millones de mujeres en el mundo siguen sus pasos.
Leyendo su libro autobiográfico 'I am Malala'.