actualidad
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La semana pasada, un conocido comunicador de mi país, exasesor de Tony Blair, me hizo una entrevista. Hablábamos de feminismo y yo hacía hincapié en el hecho de que no es solo para las mujeres, sino que abarca muchos problemas que afectan también a los hombres. Sí, a las mujeres nos pagan menos, una de cada cinco sufrimos agresiones sexuales o violaciones, y constantemente somos juzgadas por ser demasiado gordas, demasiado agresivas o demasiado ambiciosas. 'Pero los hombres… –continué, señalando a mi interlocutor– …los hombres tenéis que mostraros siempre 'duros' sin importar lo mal que os vayan las cosas, generalmente perdéis la custodia de vuestros hijos en los juicios de divorcio y, si tenéis menos de 45 años, vuestra principal causa de muerte es el suicidio. ¡El patriarcado también es una mierda para vosotros! Cuando las feministas luchamos por la igualdad, luchamos para revertir construcciones de género que nos atormentan a todos'.
Dicho esto, me quedé muy a gusto, esperando ser felicitada por haber puesto los puntos sobre las íes de una manera tan elevada y tan noble.
' Quitarse la vida', dijo entonces mi entrevistador en voz baja pero firme. '¿Eh?', dije. 'El término que usamos actualmente en inglés es 'quitarse la vida', no 'suicidarse', dijo con la misma firmeza.
Mi entrevistador era una voz líder en la campaña para una mejor salud mental en el Reino Unido. Y ha hablado abiertamente sobre su propio colapso, depresión, episodio psicótico, internamiento y recuperación. Ha hecho un gran trabajo. Y sin embargo, cuando me corrigió, mi reacción fue de un profundo enfado. He visto a varias personas cercanas a mí librar batallas verdaderamente épicas con problemas de salud mental, que no pocas veces han acabado en sobredosis. Yo misma he escrito sobre trastornos de ansiedad o esquizofrenia: ¡He hecho los deberes en materia de salud mental! ¡Es uno de mis temas, joder! ¡Que se ha creído este tío para venir a manspleinearme sobre el suicidio! ¡Si tipos como tú no dejan de dar la tabarra a otras personas que hablan sobre la salud mental simplemente porque no usan palabras 'correctas', es probable que se nos quiten las ganas de ayudar! ¡Tus 'correcciones' son contraproducentes!
Por supuesto, como soy una mujer, no dije nada de eso –para no parecer demasiado agresiva o demasiado gorda–, sino que rectifiqué. 'Quitarse la vida... sí... eso'. Y cambié de tema.
Unas horas después, me topé con uno de esos pequeños 'escándalos' de Twitter, esta vez sobre la #gentepolíticamentecorrecta. La cosa había empezado porque personas de etnia india explicaban que, en realidad, siempre habían encontrado ofensivo al 'entrañable' Apu, de Los Simpson. Y un par de tíos blancos de mediana edad se quejaban de cómo esa #gentepolíticamentecorrecta solo se dedicaba a buscar motivos para ofenderse. 'No hay que dejarse intimidar', decía un furioso tweet. '¡No dejemos que nos hagan sentir que somos los malos!', decía otro. 'La #gentepolíticamentecorrecta lleva años acosándonos. ¡Nos están arrinconando!', concluían.
Soy de las que pone los ojos en blanco cuando se topa con personas que critican a la #gentepolíticamentecorrecta, sin embargo ese día… me había vuelto una de ellos. El entrevistador que me corrigió me hizo sentir como una de ellos.
Pero entonces me di cuenta de que todos esos tuiteros, columnistas y opinólogos que fustigan a la #gentepolíticamentecorrecta por sus frases 'bobaliconas' y su 'puritanismo', no están realmente furiosos. Están avergonzados. Sienten vergüenza y sienten miedo de haber envejecido. Porque hubo un tiempo en que creían que dominaban el lenguaje: ideas, términos, jerga, sabían qué era lo 'bueno' y lo 'malo'… y ahora se dan de bruces con una generación que usa nuevas palabras y nuevos conceptos y se avergüenzan de que todo esto haya sucedido… sin ellos.
Y ocurre que la mayoría de gente, especialmente los hombres, prefiere morir antes que admitir sentirse avergonzados, y convierte esa sensación en una ' justificada indignación'.
Ese día yo entendí su indignación, porque así es como me acababa de sentir al ser corregida. Pero el combustible de mi enojo era, fundamentalmente, una profunda mortificación. Porque se había producido toda una nueva discusión sobre la mejor manera de hablar acerca de la salud mental y se me había pasado por alto. Simplemente, no había estado atenta, no había leído lo suficiente, no sabía tanto de personas con enfermedad mental como me gustaba pensar. Y me había quedado un poco a la deriva, un poco sola.
Todavía consideré brevemente tuitear acerca de mi entrevistador, del mansplaining y la #gentepolíticamentecorrecta, pero luego simplemente me permití experimentar la emoción negativa de la vergüenza y después fui a internet e investigué un poco más sobre salud mental. Actué como cualquier persona adulta que puede equivocarse, pero también mejorar.
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