Yusra Mardini, refugiada siria y nadadora olímpica / CORDON PRESS

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Yusra Mardini, refugiada siria y nadadora olímpica

Así sobrevivió a la guerra y al naufragio.

Hace tres años, Yusra Mardini estuvo a punto de perder la vida, cuando huía de la guerra civil siria con otros refugiados. Sobrevivió gracias a su entrenamiento y, un año después, compitió en los Juegos Olímpicos de Río. Ahora, Hollywood quiere contar su historia.

Casi todas las mañanas, una chica siria de sonrisa optimista se lanza a la piscina olímpica que está a las afueras de Berlín. Mientras se desliza por el agua, con un estilo mariposa curtido en una vida entera dedicada a esta disciplina, Yusra Mardini no olvida lo cerca que estuvo de ahogarse en el Mediterráneo en 2015, mientras huía de la guerra civil en Siria. ¿Cómo olvidarlo?

Cuando el motor de la embarcación (peligrosamente sobrecargada) en la que escapaba se paró frente a las costas de Turquía, Yusra y su hermana mayor nadaron durante más de tres horas en las agitadas y frías aguas del Mediterráneo, dirigiendo el barco hacia las islas griegas. Salvaron no solo sus propias vidas, sino las de 18 refugiados más.

Yusra Mardini, en la piscina. / CORDON PRESS

Los sueños siguen a flote

'Pensé que, siendo nadadora, sería una vergüenza que me ahogara en el mar', asegura. Cuando se lanza de nuevo al agua de la piscina –la cara aniñada cubierta por las gafas acuáticas, la melena oscura enrollada bajo el gorro de goma–, Yusra utiliza el recuerdo de aquella jornada traumática para dar más fuerza a sus sueños, que parecen no tener límite.

Sí, somos refugiados. Pero nadie debería juzgarnos antes de conocernos".

Desde que llegó a Europa, hace ya tres años, Yusra [que se pronuncia 'Isra'] ha competido en los Juegos Olímpicos de Río de 2016; se ha reunido con el Papa y con Barack Obama; ha dado discursos ante las Naciones Unidas y el Foro Económico Mundial en Davos; ha sido nombrada embajadora de buena voluntad del Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR); ha escrito un libro de memorias que se titula Butterfly (Mariposa); y Hollywood está trabajando en una película sobre su vida.

'Sí, somos refugiados, pero también seres humanos normales, como vosotros –Yusra acaba de cumplir 20 años y me dice que quiere que ese mensaje llegue a la gente–. No somos 100% buenos, pero tampoco 100% malos, y nadie debería juzgarnos antes de conocernos. Pensamos en nuestro futuro, nos preocupamos de nuestros hijos, somos médicos, ingenieros y maestros. Hemos estudiado, pero no tenemos la oportunidad de continuar con nuestra vida por culpa de una guerra'.

A pesar de lo extraordinario de sus logros desde que huyó de Siria, Yusra ha vuelto a centrarse en la natación. Sabe que debe disminuir sus tiempos, si quiere conseguir una oportunidad para competir en los Juegos Olímpicos de Tokyo, en 2020. 'Siendo realista –dice la refugiada siria, que con su 1,52 metros resulta bajita para ser nadadora–, ya sería extraordinario si me quedase entre los 20 o 40 primeros del mundo. Pero no voy a tomarme eso como una certeza, así que estoy poniendo todo de mi parte en los entrenamientos'.

Yusra nació en una familia de nadadores. Su padre, Ezzat, trabajaba como entrenador en un complejo deportivo en Damasco, que albergaba también al Comité Olímpico Sirio. Cuando Yusra tenía solo cuatro años, la tiró a la piscina para que aprendiera a nadar: en un muro del recinto deportivo colgaba un gran retrato del presidente Bashar al Assad.

' No tengo recuerdos en los que no aparezca una piscina', cuenta, mientras se come un plato de pasta en la cantina del Parque Olímpico, tras finalizar sus dos horas de entrenamiento matinal. Ezzat, el padre, era muy exigente y tanto Yusra como Sara, tres años mayor, entrenaban tres veces a la semana. Uno de los recuerdos más tempranos de Yusra es el vídeo de la victoria de Michael Phelps de los 100 metros mariposa en los Juegos de Atenas de 2004, que su padre les hacía ver. Yusra, que entonces tenía cinco años, recuerda aquel hito como el momento el que decidió que ella también quería ser una campeona olímpica.

Paraíso perdido

En aquella época, la vida en Siria era buena para una familia como los Mardini. No eran especialmente acomodados, pero la madre, Mervat, trabajaba como fisioterapeuta; y la familia, que ya incluía entonces a su hermana menor, Shahed, vivía en Daraya, un barrio residencial de mayoría suní en Damasco.

La guerra civil empezó en marzo de 2011, cuando las autoridades sirias arrestaron y torturaron a un grupo de escolares adolescentes a los que creían responsables de haber dibujado pintadas en contra del Gobierno de Al Assad en un muro. Pronto empezaron las manifestaciones contra el ejecutivo, lo que provocó una espiral creciente de represalias por parte del ejército y contraataques de los rebeldes.

'Era aterrador, no salíamos de casa –dice Yusra–. Algunos días tenía que quedarme debajo de la mesa o dormir en una cama con toda mi familia, porque la guerra no paraba fuera y oíamos los disparos y los tanques. A veces salíamos a ver a nuestras amigas, pero mamá quería impedírmelo: '¡No salgas!'. Y yo le contestaba: 'Pero mamá, algunas de mis amigas han muerto dentro de sus casas… Si me toca, voy a morir donde sea. No sirve de nada encerrarse'. Era imposible ignorar la guerra. En agosto de 2012, empezó una batalla salvaje en Daraya, cuando el Gobierno intentó tomar el control de los alrededores de la ciudad, en manos de los rebeldes. Tras un larguísimo bombardeo, y después de que las tropas paramilitares que apoyaban a Bashar al Assad se instalaran en ella, unas 1.000 personas fueron asesinadas en tres días.

El ruido de los disparos, de los morteros y de las bombas era constante. Las familias se separaban, los niños desaparecían. Cuarenta personas fueron asesinadas en un ataque suicida cerca de donde trabajaba la madre de Yusra. Muchos de sus amigos de la infancia fueron asesinados. Lo impensable se convirtió en normal. La hermana de cinco años de Yusra, Shahed, era capaz de distinguir el sonido de los morteros del de las bombas. Un día, cuando la nadadora volvía con su familia de vuelta a casa, un tanque les encañonó mientras un soldado empezó a disparar: las balas llovían a su alrededor. El horror acababa de empezar.

El fuego y el éxodo

Mientras Yusra se encontraba en Rusia, en una competición de natación con el equipo nacional sirio, los Mardini tuvieron que dejar su casa. ' Todo lo que tenía era la bolsa que me llevé a Rusia. Me hubiera gustado coger algunas fotos de cuando era niña y mis medallas. Eran muy valiosas para mí', recuerda.

Cuando regresó, ella, Sara, Shahed y su madre se refugiaron en la casa de su abuela, que estaba más lejos de los combates, mientras su padre trataba de esquivar los controles para poder dormir en su casa y evitar que fuera saqueada. Hasta que fue secuestrado por los paramilitares y torturado, antes de que se dieran cuenta de que no era el hombre que buscaban. 'Volvió con la espalda llena de golpes –cuenta Yusra–. Todavía no sabemos quién lo secuestró'.

Mientras nadaba, un misil cayó en el fondo de la piscina donde entrenaba. No explotó".

Con su hogar destruido, los Mardini se vieron obligados a moverse, cada pocos meses, a apartamentos cada vez más caros en las zonas de Damasco controladas por el Gobierno. Para ganar más dinero, Ezzat, el padre, cogió un empleo como entrenador de natación en Jordania. La natación ofrecía un respiro, pero Yusra tenía que interrumpir a menudo sus entrenamientos y cada vez le resultaba más difícil mantener su nivel.

Con el paso de los meses, perdió la cuenta de las veces que había escapado de la muerte. Una tarde, después de entrenar, un mortero estalló delante de ella y de su hermana, reventando la fachada del hotel en el que solían quedar nadadores y atletas. ' Los cristales volaron como en una película de Hollywood –recuerda Yusra–. Si hubiéramos estado allí un minuto antes, las esquirlas nos habrían destrozado'. Aún más terrorífico fue el día en que, mientras entrenaba, un misil de casi un metro se estrelló contra el tejado y aterrizó, afortunadamente sin explotar, en el fondo de la piscina.

Es difícil no sentirte impresionado por esta mujer que ha escapado de la muerte una y otra vez. Y no solo por estas historias. Yusra es divertida y atractiva, con esa ligereza que da el pragmatismo de una chica apenas salida de la adolescencia. Habla sobre asuntos muy profundos de la vida y de la muerte, mientras echa un vistazo a su Facebook. Y tanto si se debe a haber padecido los horrores de la guerra, como a su entrenamiento como nadadora, parece flemática, resiliente.

Yusra se dio cuenta, a medida que la guerra se recrudecía, de que, si había alguna esperanza de seguir su entrenamiento, necesitaba dejar Siria y marcharse a Europa, como habían hecho varios de sus amigos. 'Si nos vamos, lo haremos todos juntos', le decía su madre. Hasta que un día, cuando soñaban con huir, Yusra y Sara descubrieron que uno de los primos de su padre estaba planeando marcharse a Alemania y convencieron a sus padres para que las dejaran ir con él. Apenas un mes después, el 12 de agosto de 2015, Yusra y Sara decían adiós a su madre, su hermana y sus abuelos en el aeropuerto de Damasco, antes de coger un avión a Estambul con escala en Beirut.

Tras contactar con un contrabandista en Estambul, Yusra, Sara, sus parientes y algunos otros refugiados fueron conducidos a un bosque cerca de Izmir, en la costa occidental de Turquía. Cientos de refugiados esperaban en el calor abrasador del verano, vigilados por bandas de delincuentes armados. Cada refugiado tenía que pagar 1.500 dólares por el trayecto de apenas 10 kilómetros hacia la isla griega de Lesbos. (El viaje de Yusra y Sara se financió con los ahorros de la familia). Esperaron cuatro días, casi sin agua ni comida. Por la noche, helicópteros de la policía rondaban sobre sus cabezas.

Se quedaron sin habla cuando vieron su embarcación: una balsa hinchable para seis personas, con un pequeño motor fueraborda. Eran 20, incluyendo a una mujer iraquí con un bebé y dos niños pequeños, una mujer somalí y cinco hombres sudaneses. Se embarcaron sobre las siete de la tarde. El barco estaba tan cargado que el agua inundó el fondo desde la primera ola. Tras 15 minutos, el motor se paró. Intentaron sacar el agua, pero como la barcaza se movía sin rumbo, las olas amenazaban con hundirla.

Utilizaron sus móviles para llamar a los guardacostas de Grecia y Turquía, pero ninguno apareció para salvarlos. La gente empezó a rezar. Uno de los hombres saltó al agua, para que así la carga de la embarcación fuera más ligera y no se sumergiera tanto. Sara y Yusra eran de las únicas que podían nadar y también saltaron, totalmente vestidas. Yusra confiesa que, con el paso de las horas, a medida que iba desapareciendo con la luz la esperanza de que los que rescataran, ya había dejado de creer en la posibilidad de sobrevivir.

En Lesbos ofrecíamos 500€ por un vaso de agua, pero nadie nos daba nada".

'Pensaba, 'este es mi final' –afirma–. Pero también pensaba en los niños que estaban en el barco. Sentía tanta dolor por toda la gente que se había visto forzada a hacer aquello… Quizá nuestra historia fuera dura, pero no era ni la mitad de dura que la de otras personas. Había gente que había perdido sus familias y aquella era su única vía de escape'.

Después de tres horas, Yusra y Sara estaban tan agarrotadas por el frío y el agotamiento, que volvieron a subir a la embarcación. Entonces, milagrosamente, mientras descansaban tumbadas en el fondo, abandonadas a su suerte, el motor se puso otra vez en marcha y se movieron rápido hacia Lesbos, donde llegaron unos 20 minutos después.

A través de Macedonia, Serbia y Hungría

Si el viaje en barco fue traumático, el resto de los 25 días que duró su periplo a través de Europa, por una ruta a la que se unían cientos de miles de refugiados aquel verano, fue humillante. 'Los restaurantes de Lesbos no nos daban nada, ni comida, ni agua –recuerda Yusra–. Les ofrecíamos 500 dólares, solo por un poco de agua o zumo, pero decían que no tenían permitido vendernos nada'.

Yusra Mardini junto a Barack Obama, en 2016 / D.R.

Las autoridades estaban sobrepasadas por la llegada de las docenas de miles de refugiados y cada país seguía unas políticas. Yusra y Sara hicieron cola durante dos días para conseguir un permiso temporal de residencia, que les permitiese comprar un billete en un ferry hacia el continente. En los siguientes días, viajaron a través de Macedonia y Serbia hasta Budapest. Pero cuando estaban a punto de coger un tren hacia la frontera húngara, fueron expulsadas por la policía. ' En esas circunstancias te sientes como si no fueras un ser humano –reflexiona–. No tienes país, no eres nadie'. Llegaron a Austria, donde les dieron la bienvenida equipos de voluntarios. Se organizaban viajes en tren para viajar hacia Berlín.

El 7 de septiembre, por fin, llegaron a un enorme campo de refugiados al oeste de la capital alemana, donde cientos de personas habían conseguido cobijo. Yusra y Sara gastaron, cada una, casi 5.000 € en el viaje, entre vuelos, trenes y pagando a las mafias que trafican con los refugiados en varios puntos de su odisea.

Una buena parte de su primer y gélido invierno en Berlín la pasaron haciendo colas nocturnas, junto a cientos de miles de refugiados, para formalizar las arduas gestiones burocráticas germanas. Una de esas noches, un voluntario del campo les contó que había un programa de natación muy conocido en Wasserfreunde Spandau, que era parte del complejo Olímpico, y que estaba muy cerca de allí. El club accedió a dejar que Yusra y Sara nadaran en sus instalaciones.

También chistes en el horror

'Técnicamente eran realmente buenas –dice Sven Spannekrebs, un entrenador del centro–. Pero, Yusra estaba en muy mala forma y había perdido su feeling con el agua'. El centro estuvo de acuerdo en dejar a las hermanas entrenar y les ofreció alojamiento, lo que les permitió, por fin, salir del campo.

Me siento orgullosa de haber podido representar en Río a los refugiados, de haberles conocido...".

Psicológicamente, Yusra y Sara parecían estar en mejor forma de lo que Spannekrebs había esperado. ' Parecían muy fuertes y hacían chistes continuamente –recuerda el entrenador–. Algunas veces, cuando recibían noticias de Siria, se ponían tristes. Pero la mayor parte del tiempo estaban eufóricas por poder nadar'. Finalmente Sara, que arrastraba problemas en los hombros desde hacía algún tiempo, tuvo que dejar el entrenamiento a tiempo completo.

A Yusra le resultó difícil al principio, pero el club también les proporcionó una comunidad y amigas y compañeras con las que sentirse cómodas. 'Su progreso ha sido fascinante', dice Spannekrebs, que se ha convertido en una especie de hermano mayor de Yusra y que ahora supervisa su entrenamiento y actividades diarias. El plan inicial para Yusra era concentrarse para las Olimpiadas de Tokyo 2020, pero entonces empezó a correr la noticia de que el Comité Olímpico Internacional estaba pensando, por primera vez, en organizar un equipo de refugiados para los juegos de Río de Janeiro de 2016.

'No quiero pena, sino oportunidades'

Aunque el sueño de Yusra había sido siempre competir en las Olimpiadas, se sentía dividida. 'Pensé: ' Si voy con el equipo de refugiados, la gente sentirá pena por mí' –dice–. Pero a la vez me planteaba: '¿Por qué no voy a mostrar de lo que soy capaz?'. Me di cuenta de que era una oportunidad única y que no podía desaprovecharla'. Yusra no se hacía ilusiones sobre la posibilidad de ganar una medalla, y fue eliminada en la segunda vuelta. Pero la experiencia de estar en los Juegos le pareció increíble. ' Me sentí tan orgullosa de representar a los refugiados, de representarme a mí, de conocer al equipo…'. Incluso pudo ver a su ídolo de la infancia, Michael Phelps, aunque no tuvo ocasión de conocerlo. 'Tal vez algún día', dice.

Yusra fue nombrada representante del equipo olímpico de refugiados, un año después de huir de Siria y de casi morir en el Mediterráneo, y se convirtió en una celebridad internacional. Ante los medios era natural, divertida y compasiva, y tenía una historia increíble que contar. Se convirtió en un imán tan potente para la prensa mundial como lo había sido la activista pakistaní Malala Yousafzai.

Aunque la atención mediática le parece excesiva, Yusra la utiliza a su favor, especialmente ahora que su familia se ha unido a ella en Berlín y cuenta con una representante. Vive en un piso cercano al parque Olímpico con su madre y sus dos hermanas –Sara trabaja ahora con refugiados–, mientras su padre vive en otra casa cerca de ellas. Desde los Juegos, Yusra ha tenido la ocasión de reunirse con líderes como Barack Obama y el Papa. Y su historia ha llegado a Hollywood, donde se prepara una película dirigida por el oscarizado Stephen Daldry, director de Billy Elliot y Las horas.

Pero su objetivo sigue siendo nadar y nadar. Para eso entrena unas 30 horas por semana. Y aunque no está claro a qué país representaría en las Olimpiadas de Tokio –todavía no tiene la nacionalidad alemana, representar a Siria tendría muchas complicaciones políticas y, por el momento, no hay ningún indicio de que el Comité Olímpico Internacional vaya a repetir un equipo de refugiados–, ella solo quiere estar allí y competir. ' No importa bajo qué bandera –dice Yusra–. Soy siria de corazón, pero vivo en Alemania ahora, y lo respeto. Y además estuve en Río de Janeiro en 2016, con el equipo de refugiados. Sea como sea, sé que representaré a millones de personas alrededor del mundo', reconoce.

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