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Subrogar los piojos, por Caitlin Moran

Tras viralizarse la historia de una madre de 36 años que solicitaba una 'entrenadora profesional del orinal' para su hija, un furioso debate se ha abierto en Inglaterra...

Caitlin Moran / D.R.

Caitlin Moran
Caitlin Moran

Tras viralizarse la historia de una madre de 36 años que solicitaba una 'entrenadora profesional del orinal' para su hija, un furioso debate se ha abierto en Inglaterra: ¿cuáles son esos aspectos básicos de la crianza que nunca deberíamos dejar en manos de otras persona? Vivimos en un mundo en el que podemos, si queremos, conseguir profesionales para ayudarles a ir al water, para quitarles las liendres, para enseñarles a ir en bici, obligarles a tragarse el brócoli o hacerles dormir por las noches … Pero ¿es moralmente lícito contratar a alguien para hacer todas estas cosas? ¿Dónde está esa delgada línea roja en la que dejas de ser un 'padre de verdad' para convertirte en 'gerente de proyecto de pequeños humanos (que son tus hijos)'?

Por mi parte, no puedo evitar tomar nota de que el tema solo se ha vuelto espinoso ahora que lo hacen las mujeres de clase media. Admitámoslo, las madres pijas vienen 'subrogando' la crianza de toda la vida —con las nannies o los internados— y no creo que ningún padre nacido antes de los 60 le haya quitado las liendres a sus hijos jamás. Pero claro, ahora que esas mujeres 'recién llegadas' empiezan a intentar deshacerse de la parte aburrida de la crianza; de repente estas cosas tienen que ser hechas por los padres o corremos el riesgo de colapsar como sociedad. Obviamente, me encanta que se haga tan evidente la hipocresía de clase pero, en realidad, esta columna no trata de eso. Solo estaba tratando de pasar sigilosamente hacia el asunto que realmente me interesa, que es: un listado de las actividades que YO TAMBIÉN quisiera subrogar pero que, de momento, el sector servicios parece haber dejado de lado. A saber:

1. La conversación con los otros padres

A mí realmente no me disgusta lo de matar piojos. Es como cuando jugabas a las maquinitas en los 80, ¿no? ¡Ahí hay uno! ¡Aplástalo! ¡Diez puntos para ti! Y lo de enseñarles lo del orinal es bastante divertido si eres de las que se divierten con ruiditos como '¡plop!'. Con lo que realmente no puedo es con las pequeñas charlas con otras personas. Y ser padre te obliga a hacerlo tooodo el tiempo. Desde esos momentos entre contracciones en los que tenías a tres comadronas sentadas frente a ti y mirándote fi jamente como esperando que fueras tú la que dijese algo; a las colas esperando para las tutorías ('¿Tu hijo también odia toda forma de conocimiento?'); o las incómodas 'conversaciones' cuando te toca compartir alguna actividad de fin de curso ('Qué fuerte lo del tráfico, ¿eh?'). Demasiadas. Charlas. Con los otros padres.

Vale, mucha gente aprende los rudimentos de estas pequeñas conversaciones forzadas cuando van al cole pero, desafortunadamente, yo fui educada en casa, con lo cual nunca aprendí a relajarme o, simplemente, a ser amable como una brisa de verano. No tengo esa aplicación. Todavía siento que es correcto empezar una charla con un: 'Menudo gilipollas está hecho fulanito de tal', en un festival navideño o en un campeonato escolar. Y lo hago constantemente. De hecho, yo podría haber terminado con un 'asesor de conversaciones intrascendentes' que me acompañara todo el rato ('Lo que Caitlin realmente quiere decir es que esa rebequita te sienta de maravilla'), mientras yo asiento y me callo.

2. También subrogaría los juegos que impliquen asumir cualquier tipo de rol (o pequeñas cajas de plástico)

Por ejemplo: jugar a la dentista, a la señora de que se va de compras, a la enfermera —si tienes hijos entre tres y seis años, estos juegos pueden durar toda la maldita eternidad—. En 2008, me pasaba tres horas al día, cada día, durante cinco larguísimos meses, ayudando a mi hija de cinco años a vender el contenido de las estanterías de la cocina a una colección de peluches, Barbies y figuras de Dora la Exploradora. Llegados a ese punto, me di cuenta de que regentar una tienda en una esquina de mi salón se había convertido en un auténtico trabajo-de-media-jornada… con la salvedad de que no recibía ninguna remuneración. Estaba perdiendo 15 horas semanales vendiéndole cajitas a unicornios antes de ponerme a hacer mi trabajo de verdad. ¡Y estaba exhausta!

Cuando finalmente le expliqué a mi hija que, lamentablemente, tenía que renunciar a mi trabajo en la tienda imaginaria para, de hecho, poder pagar la tienda imaginaria, se puso a llorar. En ese momento, para que ambas pudiéramos ser realmente felices, lo que tendría que haberle dicho es: '¡Pero he llamado a la Agencia de Empleo de Tiendas Imaginarias y mandarán mi remplazo para mañana a las nueve de la mañana!'. Así ella hubiera dejado de chillarme 'en broma': '¡Quiero sindicalizarme ya mismo! ¡El Señor Patata y yo organizaremos los piquetes! ¡Fuera de mi vista, esquirola!'.

No, estoy convencida de que el verdadero problema con la crianza no es que los padres estén subrogando muchas actividades, es que se están quedando cortos.

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